Tres

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Johana se miró por última vez en el espejo. Luego miró a su padre con cara de gato hambriento y casi le suplicó que le diera dinero.
- Te di dinero la semana pasada, ¿en qué gastas tanto?
- En comida. Además, ya ha pasado una semana  protestó  Venga, te lo devolveré.
- ¿Cuándo?
- ¿Cuándo?
- Cuando tenga que pagarte el asilo  sonrió con picardía arrancándole de la mano el billete. Lo besó en la mejilla y bajó casi corriendo las escaleras.
- ¡Ten cuidado!  regañó su padre  Te puedes caer. Chao; y pórtate bien en la clase.
- Papá, que ya no soy una niña.
- Por eso mismo. Además, para mí siempre serás mi niñita.
- Lo que digas, pero sabes que yo siempre me porto bien.
Escuchando música a todo volumen desde el mp3 y con una sonrisa iluminándole el rostro, caminaba feliz por las calles de su preciosa Londres. Aquel era un ejercicio que repetía cada día de clases. Lo hacía para llegar relajada al aula. Nunca sabían qué haría el profesor, en el mejor de los casos impartía contenido nuevo, pero también era fanático a hacer exámenes sorpresa; y para ello una debe siempre estar preparada; y relajada; aseguraba.
- Hola  saludó a todos al llegar aún sin saberse la mitad de los nombres.
- Hola  le respondieron el saludo.
- ¿Han visto a Alma?  le preguntó a Cameron por ser quien más confianza le inspiraba.
- Alma ¿es la casi rubia de los ojos azules?
- Sí, ella misma; pero lo de casi rubia no lo digas donde pueda escucharte.
- ¿Por qué?
- Odia a las rubias, si te oye diciendo eso es capaz de teñirse el pelo de negro. No puede odiarse a sí misma.
- Lo tendré en cuenta, pero hoy no la he visto.
- ¡Lo sabía! Menos mal que no la esperé. Hubiese llegado tarde.
- En realidad estamos algo adelantados  intervino James  Todavía falta media hora para que comience la clase.
- Bonjour  saludó el profesor al llegar.
- Il a arrivé tôt  dijo él y fue entonces cuando Johana se percató de su existencia, pero fue incapaz de hacer comentarios al respecto.
- Oye, ese tiempo no lo hemos estudiado aún  se percató Ashley  Estás estudiando de forma autodidacta. ¿Qué haces aquí si no lo necesitas?
- Lo que yo estudio por mi cuenta no puede compararse con lo que aprendemos de un profesor experimentado. Además, quiero el título.
- Aun así - se recuperó Johana  Sabes un tiempo que no hemos estudiado en clases. Te estás adelantando a los acontecimientos. En mi aula del bachillerato existía una estudiante así. Todos la odiaban  lo miró a los ojos como si quisiera meterse en ellos. En ese momento llegó su amiga y cubrió los suyos. Adivinó quién era, algo molesta por no haber podido sostenerle la mirada a aquel chico tan vehemente.
- Hola Alma  respondió como un ladrido  ¿Sabes que llegas tarde? Como siempre.
- No me regañes mamá  sonrió con picardía  Pasé por tu casa, por eso el retraso.
- ¿A qué hora pasaste por mi casa? Te esperé hasta las 8:00am.
- Pasé a las 8:05am.
- A veces pienso que no naciste en Inglaterra.
- Sí, nací en Inglaterra, pero no en esta ciudad, soy cinco minutos menos puntual que ustedes.
- O sea, que llegar tarde es un hábito en tu ciudad natal.
- Nous devons entrer à la salle par comencer la classe  anunció el profesor antes de que Alma pudiese contestarle a su amiga.
- Odio que hable solo en francés  protestó Alma.
- ¿Qué sentido tendría ser profesor de francés si no hiciera eso?  lo defendió Ashley.
- Es cierto  reconoció Johana  Entremos, no quiero quedarme fuera de la salle.
Contenido nuevo fue la sorpresa del día: les verbes irrégulier: advenir, aller, avoir, devoir, être, faire, pouvoir, prendre, savoir, vouloir; junto a sus completas conjugaciones de verbos irregulares.
- Estos verbos no se rigen a ninguna regla específica  señaló el profesor  Por lo que es necesario aprenderlos de memoria. Evaluaré algunos la próxima semana  con esta frase, más amenazante que cualquier otra concluyó la clase de aquel día.
Johana se entretuvo recogiendo sus cosas mientras su amiga la esperaba conversando con alguien.
- Tu nombre es fácil de recordar  dijo el muchacho sonriéndole afablemente  Solo debo asociarlo a la eternidad del ser. Aunque no tienes rostro de llamarte Alma.
- ¿Cómo me llamo según mi rostro?
- Jennifer.
- Ella odia ese nombre a muerte  intervino Johana mirándole fijamente  Y yo, ¿cómo tengo cara de llamarme?
- Pues no lo sé, no tengo idea de cómo te llamas  sonrió maliciosamente él sin que las amigas se dieran cuenta  Dime tu nombre y te diré si le va bien a tu rostro.
- Me llamo Johana. Comment vous appelles vous?
- Je m´appell Alessandro, c´est un plaisir.
- Como mi personaje favorito.
- ¿Tu personaje favorito?
- Perdona si te llamo amor ...
- Llámame como quieras  sonrió él interrumpiéndola antes de que pudiera terminar la frase  Siempre que me permitas decirte dulzura.
- El título de mi libro favorito es Perdona si te llamo amor, de Federico Moccia  corrigió rápidamente ella  El protagonista se llama Alessandro, él y Niki: su novia, son mis personajes favoritos, ella es como yo; y él es como el príncipe azul al que estoy esperando.
- ¿Siempre eres tan directa?
- ¿De qué hablas?
- Acabas de decir que soy tu príncipe azul  bromeó  Y eso que apenas me conoces.
- No me hace gracia  regañó con la mirada a Alma y Ashley que sonreían pícaramente por la broma del chico.
- No te enfades Johana  cambió de tono él  Solo necesitaba saber cómo hacerte reír. Veo que eso no funciona.
- Los sabelotodo no me atraen  juzgó ella tajante, con la misma convicción de saber que mentía  Me recuerdas a alguien de la prepa.
- No me digas  intervino él  Era como la chica en tu bachillerato a la que todos odiaban.
- Yo no la odiaba, tampoco odio al de mi prepa, nos llevamos bien; es solo que su humor inteligente no está hecho para todo tipo de público.
- ¿Por qué?
- Sus chistes solo sirven para ser comprendidos por mentes tan avanzadas como las de ellos. Es cruel para los demás.
- Tú entiendes ese tipo de chistes.
- Pero no me gusta que las personas a mi alrededor se sientan inferiores.
- Eres considerada.
- Algo así  respondió aspirando profundamente  Debo irme  los miró a todos  Chao.
Johana llegó a su casa pensando en él: alto, delgado, aunque con el cuerpo de un atleta, con el pelo ondulado y disparejamente largo, trigueño, con unos ojos pardos cubiertos por pestañas largas y tupidas cejas que los hacían lucir más profundos que el océano, con la típica nariz europea y los labios carnosos. Los labios aquellos labios, ¿qué había en ellos que llamaba tanto la atención, que le provocaba esos terribles deseos de besarlos? Y debajo de los labios: su sonrisa, amplia, de dientes parejos, sincera, aunque arrogante, como todo él.

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