4. Habitación 365

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Pasó alrededor de una hora y cuarto, el Sheriff no salía de la habitación. Volkov se movía inquieto en el sofa, no por el hecho de que Ford tardara tanto en salir, sino porque después tocaba entrar él, quería hacerlo pero algo lo mantenía intranquilo. ¿Qué diría?, en su mente el reencuentro con aquél joven no eran ni una pisca de lo que estaba por suceder. Él se pensaba que sacaría todo el dolor acumulado con el paso de los años por lo que él consideraba un error por parte de Horacio, le había dicho que no debía dudar, que disparara. Jamás imaginó que ese disparo sería hacia su persona. ¿Y cómo lo haría? si algunos meses atrás ése joven le declaró su amor en media comisaría, si habían pasado tantas cosas juntos, los abrazos, las palabras de ánimos, las risas, el apoyo mutuo, las pocas veces que patrullaban juntos, los códigos tres, no le daba para pensar que esa persona dirigiría su arma en su dirección y mucho menos que jalase del gatillo.
Nuevamente ése sentimiento que no lograba distinguir se incrustaba en su pecho, siempre que volvía a esos momento un aire de melancolía, rabia y tristeza le plantaban cara, cada uno de ellos mezclados entre si le superaban, se cuestionaba cómo una sola persona le provocaba tantos sentimientos a la misma vez. Definitivamente no era normal para un hombre que se considera prácticamente de "hielo" los sentimentos le abofetearan de esta manera, pero con Horacio todo era distinto, era cálido e intentaba suavisar su hablar con él, le descolocaba su extravagancia y picardía pero le gustaba para sus adentros así no quisiese aceptarlo, lo hacía, siempre le sacaba una sonrisa incluso si había tenido un día de mierda. Horacio era una pequeña y dulce luz en medio de la oscuridad en que se encontraba cuando lo conoció.
Mientras el Comisario se encontraba descifrando que le provocaban todos esos recuerdos, no se percató cuando una enfermera ingresó a la habitación y a los minutos salió junto a Ford, este llevaba en su rostro una expresión de querer matar a alguien y a su vez una de preocupación, mientras se marchaba sin despedirse pues se percató de que Volkov también se encontraba en su mundo y no quería interrumpir. Al menos él no lo haría.

—Caballero, ¿va ingresar a la habitación a ver al paciente? Le suministre un sedante para el dolor, tardará unos minutos en hacer efecto por completo, si gusta hablar con él debe ser ahora.—

—Claro, una cosa señorita, ¿sabe usted si alguien vendrá a cuidarle durante la noche?—

—No se nos ha informado de nadie, ¿usted lo hará?, para anotarle en el informe.—

—Sí, yo lo haré.—

Compartieron algunos datos para dejar registro de su presencia en la habitación ya que eran horas fuera del horario de visitas.
Giró el pomo de la puerta lentamente para evitar hacer ruido por si a caso Horacio ya se encontraba dormido, su pulso cardíaco aumento al escuchar el sonidos de las maquinas a las que se encontraba conectado el Agente, eso sonidos que le traían malos recuerdos. Diviso al centro del cuarto la camilla con sabanas blancas, unas mantas color celeste y aún costado una silla de madera acojinada de color azul casi negro, ahí estaba él, recostado con el rostro tan pacifico como si nada pasara. Con su característica cresta en color platinado, unos cuantos hematomas en el pómulo izquierdo y parte del rostro, puntos en su cien derecha y otros más que no lograba ver al costado de su cabeza pues estaban cubiertos por gasas, su brazo lo cubría una férula para mantener el mínimo movimiento posible.
Volkov no lo sabía pero la visión de Horacio se encontraba distorcionada y borrosa, los efectos de la morfina lo estaban acunando conforme pasaban los segundos.

—¿Ha venido a interrogarme?, por que si es así, la verdad no recuerdo mucho, bueno... no recuerdo nada.—

A Volkov ni se le cruzó por la mente en buscar a los responsables del atentado, solo se la pasó reviviendo la pequeña historia que tenían juntos.

—N-no, no vengo a éso, he venido a verle Horacio.— Mintió, su llegada al hospital fue mera curiosidad y un llamado de Yakiv. —¿Cómo se encuentra?—

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