Capítulo 23 II Abby

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MARATÓN FINAL 1/4

3 de cada 10 parejas sobreviven a una relación a distancia. Había dos formas de ver ese dato, el %30 de las parejas sobreviven, un número que podía resultar ciertamente conciliador. Siempre podría haber probabilidades más bajas. O podía pensar que el %70 por cierto rompían. Un dato terrorífico, que logra darme pánico, a pesar de estar totalmente segura de que mi ración estaba dentro de ese %30. Porque era Henry, porque era yo. Porque estaba decidida a sacar esta relación adelante.

De forma totalmente masoquista, había buscado en internet todas esas probabilidades y los cientos de resultados posibles de una relación a distancia. Todas decían los mismo, hablaban de confianza hacia la pareja, celos. No era celosa, nunca lo había sido, cualquier tipo de relación era estable gracias a la confianza, los celos indican que no estabas con la persona correcta, con alguien que te ame a ti tanto como tu lo amas a él. Si ese sentimiento existe, la duda se desvanece, porque el amor te hace poder caminar a ciegas con la seguridad de la vista de la mano de quien más amas.

Las cosas funcionarían. No era tan complicado como en los libros o en las películas... O en cualquier lugar ficticio. No vivíamos en la edad media, no teníamos que comunicarnos por cartas sin poder vernos nunca, claro que no. Existían las videollamadas, las llamadas a secas, los mensajes de texto y los aviones, en caso de emergencia. La distancia no era la muerte.

Ya había pasado un mes desde el día en que yo subí al avión y él se quedó en tierra. Estábamos bien, en ese momento sí, pero por mucho que lo escondiera esos primero siete días fueron terribles. No pasé llorando todo el tiempo, no porque había un motivo para su ausencia. Pero mi corazón latía de forma distinta cada vez que no le veía al bajar a la tienda y cuando recordaba que no le tenía a un golpe de timbre. Pero sonreía cuando cogía su videollamada y le veía ahí, con sus decenas de pecas, sus rizos y una enorme sonrisa, listo para contarme los feliz que era, a pesar de repetir que me echaba de menos, lo bien que iba todo con su familia. Incluso en varias ocasiones me había hablado de viejos amigos con los que se había encontrado. Pasábamos horas hablando a través de esa pantalla. Él era feliz. Podía verlo en su sonrisa sincera.

El ya conocido tono de llamada sonó en la habitación, me lancé a sentarme sobre el sofá y abrí el portátil cogiendo la videollamada.

—¡Hola, campanilla! —dijo mi novio nada más descolgar, los ojos le brillaban y una sonrisa se extendía por toda su cara.

—Hola, Henry, ¿alguna noticia sobre las últimas veinticuatro horas?

—Fleur terminó el cuadro. Por fin, después de casi un mes.

—¿El que se negaba a enseñarte? —pregunté. Poco después de que Henry decidiera quedarse su prima había comenzado a pintar un cuadro que se había negado a enseñar. Cosa que según él era bastante extraña, pues esa muchacha acostumbraba a enseñar sus obras y a hablar de ellas a todo el mundo, todo el tiempo. El pelirrojo asintió con la cabeza. —¿Lo has visto? ¿Puedo verlo?

—¡Claro que puedes verlo! Si no lo hiciera Fleur me mataría. Dame un segundo, voy a buscarlo —desapareció de la pantalla. Escuché sus pasos moviéndose por la habitación, en algún lugar que la cámara no podía grabar. Apenas uno o dos minutos después apareció, esta vez más alejado de la cámara. —¿Estás lista para verlo? ¡Cierra los ojos! —dijo con entusiasmo. Seguí sus indicaciones y cerré los ojos. Algún golpe me indicó movimiento al otro lado de la pantalla.

—¡Ya! —avisó y abrí los ojos. Ya no aparecía Henry, si no un enorme lienzo. La demostración del amor a primera vista. Aparecía yo. Aparecía Henry. Éramos nosotros, mirándonos fijamente. Fleur tenía un gran talento, nunca le pregunté qué fusión de colores hizo, pero logró el tono exacto de los ojos de mi novio. Mi pelo eran un montón de líneas curvadas, esparcidas por toda mi mata de rizos negros. Henry y yo nos mirábamos, cada uno en un extremo opuesto del lienzo, frente al otro. Incluso había intentado calcar ese brillo en los ojos de Henry cada vez que nos mirábamos, el mismo que adornaba los míos, ¿yo me veía así al verle? ¿Nos veíamos así al vernos? Había dibujado la escena perfecta.

Elocuencia© IICompletaIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora