MARATÓN FINAL 2/4
Jamás pensé que sería de esas personas que van a los aeropuertos con un cartel extremadamente decorado con el nombre de la persona que buscan escrito con rotulador negro. Pero ahí estaba, esperando ver a Henry, hacía ya cinco minutos que su vuelo había aterrizado. Dos meses después del cumpleaños de su madre había vuelto. Estábamos dentro de ese 30% con un 70% en contra. Volvía a tener a mi vecino de enfrente, volvía a tener a mi novio al lado.
Me puse de puntillas para observar por encima del gentío. Ahí estaban sus ojos caramelo buscándome con la mirada. Él ya sabía que había ido a buscarle, yo misma se lo había dicho. Agité la mano y grité su nombre, aunque se había escuchado en un tono bastante más bajo por el ruido del lugar.
—¡Henry! —En cuanto me vio vino rápidamente hacia mí. Nos abrazamos al estar el uno frente al otro. Le había echado de menos, aunque no lo aparentaba tanto como realmente lo sentía.
—Te he echado de menos, campanilla —susurró junto a mí oreja.
—Yo a ti también. A ti, y a mi vecino de enfrente.
—Tranquila, ambos están de vuelta y no van a marcharse en un tiempo.
Nos separamos. Sabía que estaba sonriendo como una estúpida enamorada. Podía notarlo por la forma en la que me dolía la mandíbula de tanto sonreír.
—Me alegra mucho —tomé su mano arrastrándole conmigo fuera de la multitud de personas.
—¿Que tal van las cosas con la tienda? ¿La señora Caroline está muy histérica? —preguntó. No había ninguna especie de reencuentro emotivo, estábamos al día de la vida del otro y el día anterior habíamos estado hablando, además de que acabábamos de hablar mientras él estaba en el avión. Había pasado las horas contándome la historia que inventaba de cada pasajero y su motivo para tomar ese avión. Un anciano queriendo ver el mundo en sus últimos años de vida, una joven intentando reencontrarse con el amor de su vida, perdido con el paso de los años... Y así pasó todo el vuelo.
—Se niega a vender la tienda, aunque logré convencerla de que colocara el cartel de "SE VENDE" un día que estaba de buen humor. El otro día fingió haber olvidado reunirse con un hombre que estaba interesado en comprarla. Creo que va a estar el resto de su vida con el cartel de cerrado. Es una estupidez, ya ni siquiera trabaja ahí.
Mi madre había utilizado su mala memoria como excusa con los últimos compradores. Y estaba segura de que pronto quitaría el cartel.
—Ese lugar es importante para ella, Abs. Ha trabajado en esa tienda toda su vida, ¿verdad? Dudo que quiera dársela a un extraño.
—Lo sé, pero debe dejarlo ir.
Y ahí fue cuando Henry dijo la mayor locura que alguna vez ha llegado a decir.
—¿Y si montas tu propia consulta en la tienda? Remodelarla y dar allí consultas.
Reí ante semejante locura, pensando que se trataba de una broma.
—¿Que tipo de consultas, exactamente?
—Eres la mejor psicóloga que he conocido en toda mi vida, campanilla. Remodela la tienda y hazla tuya. Seguro que a tu madre le hará feliz que el local continúe en la familia, no dárselo a un extraño.
—Jamás debí haberte dicho lo de la consulta.
Cuando estudiaba psicología uno de mis sueño era abrir mi propia consulta, era una de esas cosas que le había dicho a Henry cuando nos conocimos, al terminar la carrera abandoné el sueño, me parecía una meta inalcanzable. Ahora me arrepentía de habérselo contado. Aunque, en el fondo, un fuego se avivaba al pensar en la idea de la consulta.
—Te dije que abandoné esa idea hace mucho tiempo —le recordé, rodando los ojos.
—Se que en el fondo te haría ilusión.
—¿Qué? Puff... No, Henry.
Enarcó una ceja.
—¿Entonces por qué sonríes así ahora mismo? —refutó sentándose en el asiento de copiloto después de haber guardado su maleta en el maletero. Me había pillado, siempre se me había dado fatal mentir.
—¿Por qué te tengo devuelta? —No era una respuesta, auqneu sonó como tal.
—Abby, te quiero, pero se distinguir tus sonrisas. Estás intentando mentir.
—No estoy mintiendo —insistí, negandome a admitir la verdad.
—¿Que tendría de malo?
—No voy a hacer nada de eso. Ya tengo un trabajo en el que soy prácticamente fija, tener mi propia consulta requiere responsabilidad, tiene que funcionar y pagarse sola, además de poder vivir de ella.
Aparqué y bajamos del coche.
—Nunca lo sabrás si no lo intentas.
Sabía exactamente qué estaba haciendo. Me animaba a cometer una locura que sabe que en fondo me emociona, pero que no haría por lógica. Podía salir muy mal y ahora me iba bien.
—No quiero hacer eso, Henry. Es mucho dinero, reformar un local es caro, mantenerlo también lo es y que funcione es muy complicado. Estoy perfectamente como estoy no quiero cambiar nada, ¿vale? ¿Podemos dar por terminada la conversación?
—Vale, tú ganas —subimos los tres pisos de escaleras en silencio, mientras ayudaba a Henry a subir el equipaje —todas las cosas que había comprado mientras estaba allí. Entre ellas una guitarra nueva— dando la conversación por zanjada. Abrió la puerta de su apartamento y entró, yo le seguí hasta dentro. Dejó las maletas en una esquina de su dormitorio y se lanzó a la cama.
—¿Ese es el oso de peluche de la feria? —pregunté señalando un enorme oso panda colocado contra la pared. No lo recordaba tan grande.
—El mismo. Es enorme, ¿verdad?
—El recuerdo que yo tenía era una miniatura comparado con este.
La risa de Henry se ahogó contra el colchón.
—Me encanta —dije.
—A mi también.
Sabía que ya no hablábamos del oso. Más bien del día en que lo conseguimos, porque a nadie le gusta tener un panda gigante de peluche ocupando espacio porque si. Ese peluche era un recuerdo. Uno maravilloso que valía el espacio que ocupaba.
El panda había sido mi as bajo la manga para ganar aquel día. Y la noria fue la excusa para besarnos.
—Parece que fue ayer —dijo Henry incorporándose y sentándose en la cama.
—El algún planeta realmente fue ayer.
—Pues en el mío lo fue.
Silencio. Aquel debía ser el día de los silencios incómodos. Como se hacía costumbre, esperé a que Henry hablara.
—Podría ser tu recepcionista, ¿no te parece buena idea? Tú, ejerciendo de psicóloga en tu propia consulta y yo de recepcionista.
Ya había vuelto a sacar el tema. En ocasiones podía ser terco y cabezota.
—Se supone que no hay que mezclar amor, dinero y trabajo.
—¿Y cuándo no ha estado mezclado lo nuestro? Nos conocimos por tu trabajo y tu madre era mi jefa y es mi casera.
No podía hacer nada contra esa lógica. Jaque mate. Utilicé mi último recurso. Huir.
—No, Henry —me levanté y me marché. Una huida en toda regla.
A mi parte fantasiosa le encantaba la idea de tener mi propia consulta, pero la realidad era aplastante. Era caro y ese lugar debía mantenerse, había que pedir permisos y lo más complicado, conseguir clientes. Henry sabía que era algo que que me ilusionaba, pero no solamente valía la ilusión.
Escuché como Henry me gritaba, diciendo que huía porque sabía que él tenía razón.
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Elocuencia© IICompletaII
Storie d'amore"Facultad de hablar bien con fluidez, propiedad y de manera efectiva para convencer a quien escucha." Él solo tenía que seguir mi voz. Yo tenía que seguirle a él. Cada cuarenta segundos se suicida una persona en el mundo. Henry planeaba ser una...