Capítulo 22 II Henry

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 —¿A dónde se supone que vamos? —preguntó Dothy. Miraba por la ventana, había pasado todo el camino evitando mis ojos. Esperaba que la cosa mejoraran con el tiempo o con el circo.

—Es una sorpresa —respondí. Ya podíamos ver la gran carpa a lo lejos y ella aún no se había dado cuenta de a dónde íbamos. Resopló enfurruñada.

—Odio las sorpresas. Si no te hubieras largado lo sabrías.

Cada vez que hablaba hacía algún comentario de ese estilo, no se lo recriminaba. Ni siquiera me molestaban, estaba demasiado feliz con que mi plan estuviera funcionando como para que algo como eso me importara. Cuando llegamos aparqué enfrente de la carpa. Tenía a la suerte de mi parte ese día. Antes de bajar del coche observé a Dorothy, había clavado la vista en la enorme carpa, sin saberse observada, sonrió. No duró mucho, apenas un par de segundos, se encargó de ocultarla antes de que nadie pudiera verla y bajó del coche. Fui tras ella, ya tenía compradas las entradas y había conseguido unos buenos sitios.

Cuando nos sentamos se giró al fin a mirarme.

—¿Realmente pretendes arreglar tus cagadas con el circo? —preguntó. Aunque en el fondo sabía que aquello le encantaba.

—No —dije sin darle más información, sabría las cosas cuando llegara el momento.

—¿Entonces? —Giré mi mirada hacia el centro al ver que comenzaba la función.

—Promesa número uno cumplida —respondí.

El circo había sido alucinante. El anuncio no mentía al decir que tenían a los mejores acróbatas, pero había logrado que sin darse cuenta Dothy pasara dos horas aplaudiendo y sonriendo.

Paso uno y dos cumplidos. Llegaba el momento del paso tres.

Nos subimos al coche. Dorothy aún sonreía, parecía que su cara se había quedado congelada así. Perfecto. Si lograba mantenerla así toda la noche habría cumplido el objetivo. Conducí hacia el centro de la ciudad, allí estaba la cafetería de George, los carteles en el escaparate decían vender los mejores pasteles de la ciudad. No era la primera vez que iba, asique sabía hasta qué punto era cierto, y la verdad, aquel letrero era completamente fiel a la realidad. Eras los mejores. Dothy se detuvo a mirar algunas fotografías de tartas que había pegadas en el cristal. Era pasteles impresionantes. Bufó frunciendo el ceño.

—Seguro que son como las hamburguesas de mcdonalds. Solo se ven así en las fotos.

¿Cómo podía decir eso? ¿Nunca había estado allí? Recordaba haberla llevado cuando era pequeña, siempre se cogía una porción de tarta de chocolate y terminaba habiendo más pastel esparcido por su cara que en su estómago, pero le encantaba ese sitio. ¿No lo recordaba? Decidí preguntárselo.

—¿Nunca has venido aquí? —Había ido, la pregunta era incorrecta, pero parecía no recordarlo.

—No —dijo. Esperé unos segundos, con la esperanza de que dijera algo más. Nada. Al menos había dejado los comentarios al final de cada frase.

—Solía traerte aquí cuando eras pequeña, pedías la tarta de chocolate.

Asintió con la cabeza, restándole importancia, mientras entraba a la cafetería, yo caminaba justo detrás de ella. Nos sentamos en una mesita, en una de las esquinas del local. No tardó mucho en acercarse a nosotros el mismísimo George, el dueño del establecimiento salió de la cocina y vino directa a nuestra mesa. Le había mandado un mensaje, él era mi compinche en el lugar. Cuando llegó a nuestra mesa saludó a Dothy con una sonrisa, él si la recordaba.

—¡Ya veo que la pequeña Dorothy a vuelto! ¿Tarta de chocolate? Te aseguro que no hemos cambiado la receta.

Se giró a mirarme a mí esperando una respuesta a el hecho de que supiera su nombre. No le sonaba de nada George. Al ver que me encogía de hombros volvió su vista al hombre.

—Disculpe, ¿nos conocemos? —preguntó.

—¡Claro que sí! ¡Eras mi fan número uno de la tarta de chocolate! —respondió extendiendo los brazos y agachándose para abrazarla. Dothy hizo el amago de apartarse, pero reaccionó tarde y terminó apresada entre los brazos del pastelero. Por su cara sabía que se habría encantado apartarlo, frunció aún más el ceño hasta que el hombre la soltó. ¿No le gustaban los abrazos en general o solo los de desconocidos?

—Iré a traer la tarta de chocolate.

Se marchó, guiñandome un ojo, sin dar lugar a réplicas, confiaba en que a Dothy siguiera gustándole ese sabor. Si no, la había cagado. Apareció con el primer par de porciones. En la mía no había nada especial, pero ella abrió los ojos como si fuera un dibujo animado al ver la suya, "Felices diez" había escrito con chocolate blanco. Su ojos subían y bajaban de mí a la tarta como si fuera un partido de cualquier cosa. No dijo nada, agarró la pequeña cuchara y degustó la tarta. Fue a abrir la boca para hablar, pero fue interrumpida. Segunda porción de tarta, esta vez era de banana (su segundo sabor favorito cuando era una renacuaja) y las letras eran de chocolate con leche. Y no dejaron de llegar.

"Felices diez" de chocolate.

"Felices once" de banana.

"Felices doce" de fresa.

"Felices trece" de algodón de azúcar.

"Felices catorce" de vainilla.

"Felices quince" de queso.

"Felices dieciséis" de tres chocolates.

"Felices diecisiete" de galleta.

"Felices dieciocho" de limón.

"Felices diecinueve" y por último de nuevo de chocolate.

Porciones de tarta por todos los cumpleaños que me había perdido. Diez trozos, diez años, diez felices cumpleaños. Elevó la vista de la mesa llena de platos y me miró fijamente.

—¿Estás intentando cumplir todas tus promesas? —preguntó. No sabía si estaba feliz o enfadada. Su rostro no mostraba ninguna emoción.

—Quizás.

Me mantenía en las mismas. Cero información. Sabría las cosas a su tiempo.

—¿Qué se supone que voy a hacer con tanta tarta?

—Comértela —respondí como si fuera algo obvio. Tampoco era tanta tarta. Al ver el gesto que hizo añadí: — . Puedo decirle a George que te la deje para llevar

—Gracias.

Llamé a George, que hacía rato me había fijado en que nos espiaba a través de las puertas de la cocina. Vino sonriente, totalmente consciente de que le había pillado y envolvió las porciones para que pudiéramos llevarnoslas. Último paso. Conducí durante media hora hasta llegar a una explanada. Lo había hablado con Fleur y ella estaba allí, en alguna parte esperando mi mensaje. Cuando llegamos saqué unas sillas del maletero y las coloqué allí, sobre la tierra. Mandé el último mensaje de la noche.

Y el cielo se llenó de colores y esperanza. Fuego artificiales. La última pormesa que debí haber cumplido. Y allí, en mitad del cielo estrellado, coloreado por luces de colores, me hice una única promesa.

No volver a romper ninguna de mis promesas.

Me giré a mirar a Dothy. Que contemplaba el cielo fascinada, la verdad es que Fleur lo había hecho realmente bien, sin apartar la vista sonrió y habló.

—Creo que puede volver a llamarme Dothy. 

Elocuencia© IICompletaIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora