XIV. Los graduados.

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Había llegado el gran día. Diecisiete años esperando que llegara y no estaba emocionada. Ni feliz. Fingía estarlo con mis amigos. También con todos mis compañeros, a los que incluso llegando el gran día... no tolero. No me simpatizan. Tampoco los extrañare. En fin, mi angustia no desaparece. Me siento realmente mal.

¿Y porque? Tengo una corta pero importante lista para explicarles que es lo que pasa por mi mente:

1. Extraño a mi papá. Y yo que me he burlado toda la vida de las chicas que hacen un drama al no tener un padre. Ahora soy yo quien lo necesita. Y leer la carta que me envió hace un tiempo bastante largo... no logro hacerme sentir mejor. En síntesis, lo que prometió es que vendría para mi graduación. Pero no esta aquí. Hago mal en ilusionarme. Digo, por algo se fue. Y por algo no va a regresar jamás. 

2. Extraño a Fede. Lo se, soy una estúpida por hablarlo. Pero simplemente no lo resistí. Quería compartir mis sentimientos con él ya que habíamos quedado en muy buenos términos... pero simplemente no los leyó. Dudo que lo haga. Tal vez está feliz con su nueva vida en Estados Unidos, como estrella en ascenso. Seguro un día lo veré en los programas de música, cantando el hit del verano pero no volveremos hablar como antes. 

3. En unos días se supone que debo estar en un avión, directo a Londres, Inglaterra. Pero no me ha llegado la respuesta. ¿Entonces no tengo que irme? ¿Y que voy a hacer en el pueblo? Nunca tuve un mente un plan B. Siempre estuve segura de lo que quería. Oxford o nada. ¿Pero si no hay un Oxford? ¿Qué haré de mi vida? No lo se, pero sea lo que sea no estaría satisfecha conmigo misma. Sería infeliz y viviría para siempre como una vieja amargada que nunca hizo nada con su vida. No quiero eso. 

Bueno, son solo tres motivos. Pero muy importantes. Todo viene a mente y no se va. Creo que nada cambiaría mi cara de adolescente furiosa así que mejor me voy. Falta poco para el mejor día de la vida.

Lana rodó los ojos.

—Amo ser irónica —pensó.

* * *

Todo estaba mas que listo. Los padres sentados en sus respectivos lugares, los maestros arreglando los últimos detalles de la ceremonia mientras que los estudiantes terminaban de ponerse la toga y el birrete.

—¿Te pasa algo? —preguntó Lara, atónita.

—No, no me pasa nada.

Volvió a rodar sus ojos una vez mas. Hoy si que no estaba bien.

—¿Segura, amiga?

—¡Ya te dije que estoy bien, no me preguntes más!

Lara se encogió de hombros mientras se alejaba de su amiga. 

Pero entonces logré escuchar unos incesantes ruidos que provenían del baño de mujeres. De repente, alguien empezó a pedir auxilio.

—Contracciones —murmuró Mia, sentándose en el suelo.

—¿Estás bien?

—Si, lo estoy. El bebe no nacerá hoy, todavía faltan unos tres días. 

—¿No quieres ir al hospital? —preguntó Lana.

Negó con la cabeza mientras respiraba por la boca. Cada vez más.

—Mia, tienes que irte a casa. Piensa en el bebe.

—Bueno, esta bien.

Hablando de ironías... era imposible de creer que a pesar de todo lo que Mia le hizo ella siguiera teniendo intenciones de ayudarla. 

Ambas fueron juntas a buscar a Lara y Marino.

—Necesitamos que lleves a Mia al hospital.

—¡No voy a ir al hospital! Si me llevan a casa estaré bien, Lana.

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