Baile de bodas con esbozos de conspiración

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El castillo de København era inmenso;
toda una obra de arte que, desafiaba las convenciones de su tiempo.

La torre del homenaje estaba custodiada por siete torres menores con largas escalinatas que conectaban los segundos pisos de cada una de ellas, dando lugar a centenares de habitaciones que servían para dar el más cómodo de los alojamientos a la realeza y a los señores feudales, convidados a las celebraciones que se organizaban en él.

Se decía que su remodelación tardó diez años y el suntuoso castillo, pensado originalmente como dote, acabó siendo rentado para llevar a cabo diversas festividades y recepciones, actividad que mantuvo en pie la frágil economía del reino de Denmark.

Una marabunta humana atestaba el inmenso vestíbulo del castillo, luego de haberse celebrado el primer tiempo del más abundante de los banquetes, organizado por los reyes de Denmark, Norge y Svealand. Aunque los rumores apuntaban a que, las sustanciosas viandas eran cortesía de los monarcas extranjeros.

***

Los músicos preparaban sus instrumentos, mientras herr Wilcko Otterdag, coordinaba a los heraldos para anunciar la presencia de los convidados a la gran celebración.

La justa en honor a los novios, se realizaría al día siguiente por órdenes de la princesa y en ese mismo momento, los regios invitados se preparaban para el gran baile que los recién casados debían encabezar.

Elrich se paró frente a su esposa, inclinándose ante ella en una reverencia que expresaba la sumisión de su amor.

—Reverenciar a la princesa Astrid, es un acto de debilidad—bisbiseó en tono envenenado la mujer rubia a su amiga más joven—. El rey no tiene porqué inclinarse. —soltó con desdén.

—Aunque sea la esposa. —secundó la otra, irguiendo el cuello para lucir aún más su sombrero.

¡Qué comience la música! Se escuchó la voz clara y firme del consejero supremo.

El sonido grave de los atabores inundó la atmósfera, dando entrada a la flauta, al laúd y la lira, uniéndose en breve el arpa y la cítara, culminando con la aparición de la gaita.

Se acomodaron en fila por parejas, pareciendo más una comitiva. El rey
Elrich y la princesa Leyra iban al frente; palma con palma, a ratos no podía evitar fantasear que era otro al que sonreía cuando sus ojos hacían contacto.

A lo lejos, Vinter giraba con espléndida gracia. Siempre había sido un gran bailarín, pero débil de carácter; aún así, un profundo suspiro se fugó de su pecho al seguirlo contemplando en la periferia de su visión.

¿Y si él hubiera sido su marido? No valía la pena siquiera imaginarlo, porque siendo honesta consigo misma, él ya no era el dueño de su corazón desde los doce años y Vinter lo sabía, fue su cómplice en aquella locura.

La menuda figura de Adalisa, oculta detrás de una de las columnas, adornadas con cintas doradas de terciopelo y rosas blancas, la regresó al presente.

Ninguna sierva tenía permitido mezclarse con la realeza durante el baile, pero ella era la novia y ésa era su fiesta; así que le sonrió ladeando la cabeza, al mismo tiempo que con la mirada la invitó explícitamente a participar.

Con pasos titubeantes, la sirvienta avanzó hasta quedar en medio del salón de baile formado por los vestíbulos encontrados de las torres. Ella, diminuta, en medio del piso recubierto de baldosas e intrincados diseños en dorado, que relucían con impoluta blancura brillando cual espejos, se sintió perdida.

La esposa de Elrich dio un giro sobre sus pies, sosteniendo en alto la mano de su marido e hizo una genuflexión, para luego dirigirse hacia Adalisa. De pie frente a ella, la tomó por la muñeca, haciendo coincidir palma con palma.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora