Sentimientos e intenciones veladas

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Castillo de Vordingborg, reino de Denmark

Primavera de 1317

Desde lo más alto de la torre del homenaje, la legítima heredera al trono de Denmark contempló el vacío patio de armas. Eran realmente pocos los caballeros bien preparados en caso de alguna batalla, una verdadera vergüenza para la sangre vikinga que le bullía en las venas. Si hubiera nacido varón, ella misma entrenaría ejércitos enteros junto a su primo, el conde Henrik de Pomerania: "El brazo de hierro de Denmark", sobrenombre que se ganó a pulso y aún así no bastaba.

Las pérdidas que tuvieron durante la fallida toma de la ciudadela svenia de Visby, un año atrás, eran demasiadas. El ejército del conde fue diezmado de forma considerable en el encuentro que tuvo con el príncipe Federiko de Habsburgo "El Sangriento", defensor de la Liga Hanseática en el conflicto.

Aquel golpe lo cambiaba todo. Con el apoyo de los mercaderes, Federiko se acercaba peligrosamente al trono del Sacro Imperio, ganando terreno ante Zsigmond y ahora, el pequeño reino de Denmark se hallaba en medio de ambos.

Aunque Henrik de Pomerania era uno de los mejores guerreros de toda Europa: un caballero que en cada una de sus batallas demostraba arrojo y valentía, no tenía ni voz ni voto, cuando al rey Christoffersen, padre de la princesa, se le metía una idea en la cabeza.

Invadir Visby había sido una imprudencia, quizá no era la ciudad mejor armada, pero sí un enclave portuario en que se realizaban las transacciones más importantes de los mercaderes de la Hansa. Lejos de amedrentarlos, como pretendía, Christoffersen hizo gala de su soberana insensatez.

Los hanseáticos eran una plaga y habían hecho una demostración de su ilimitado poder al doblegar a su padre, quien cedió los mercados a los comerciantes extranjeros sin oponer la más mínima resistencia. Aunado a ello, tuvo que pagarles una muy considerable indemnización por los daños a Visby, además de disculparse públicamente, alegando que las acciones cometidas eran una medida desesperada por conseguir provisiones para alimentar a su pueblo, nada más alejado de la realidad.

A Leyra se le revolvían los intestinos al recordar a su padre implorarle ayuda a Hakkob de Norge para conseguir una negociación justa con la Liga Hanseática y la mejor solución que encontraron aquel par de viejos, fue el matrimonio de sus respectivos hijos.

La hija de Christoffersen se rehusaba a creer que esa fuera la única alternativa. En más de una ocasión había hablado con su padre, tratando de que entrara en razón, alegando que Denmark no era un pueblo de cobardes, eran herederos de los vikingos, no podían sólo agachar la cabeza.

Tal vez ya no contaban con su mayor socio y aliado en la lucha por mantener la autonomía de su reino, pero no todo estaba perdido. Henrik podía encargarse de la seguridad si destinaban más recursos al ejército y a los hanseáticos, se les podía cobrar un impuesto justo al ser mercaderes extranjeros.

Esas eran las palabras que le repetía hasta el cansancio a su padre, pero él se cerraba a escucharla.

"No somos los Principados de Rus de Kiev ni tenemos su fuerza", solía decirle.

¿Por qué le dolía tanto?

Sólo era una mujer, cuya injerencia se limitaba a la elección de sus atuendos diarios. Nadie la creía con la suficiente capacidad para gobernar, ninguna mujer lo era según él, aunque la historia dijera lo contrario.

Sus palabras no fueron tomadas en serio por su padre. Nadie ajeno a herr Hans von Trier era merecedor de su atención, ni siquiera había escuchado a Wilcko Otterdag, su supuesto consejero y mejor amigo.

El condestable era el descendiente de una de las familias más importantes del ducado germano de Holstein, eternos enemigos del reino.

Aunque nunca tuvieron problemas como tal con el Sacro Imperio, los duques de Holstein siempre habían aspirado al trono de Denmark, siendo motivo de riñas entre estos y la dinastía Skjöldung por generaciones.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora