La reliquia perdida

53 18 78
                                    

—Falta algo azul. —Cayó en cuenta una humilde y joven sierva al contemplar el ajuar de la princesa sobre el lecho.

—Tal vez la sangre azul de mi futuro esposo. —intervino Leyra, riéndose sola de su chiste.

—Por Dios Santo, Alteza. No diga algo tan terrible como eso —La reprendió desde una esquina fru Sophia Ulfsdotter, su orzaya desde niña y la única dama noble de su séquito—. No llame a la mala suerte. —murmuró con voz suplicante.

— ¿Puede haber peor mala suerte qué esta? —Se quejó haciendo una mueca, permitiendo que las siervas Rhona y Efrigia le pusieran el largo e incómodo brial de seda color grana, sobre la saya blanca de brocado de oro que llevaba puesta.

Un destello de luz se filtró por las ventanas. Los arabescos florales de la tela refulgieron en el área del escote, la cara interna de las abombadas mangas y los amplios faldones, mientras Adalisa, otra de las sirvientas, cepillaba la sedosa cabellera larga color ébano de la princesa.

—Para la mala suerte. —bisbiseó Adalisa—, siempre podemos ir a pedirle unas runas a la señora Me...

— ¿Otra vez hablando de esa charlatana? —reprendió la novia con el ceño fruncido—. Oh, seguramente desde que cargan esas runas sumergidas en las aguas del lago, el mozo de la cuadra muere de amor por ti, Adalisa. O tu marido ha dejado de visitar las tabernas, Efigenia. —Matizó su voz de hiriente sarcasmo.

—Efrigia. —Mi señora corrigió en tono dolido, la joven de rojizos cabellos cenicientos.

—Cómo sea, no saben cuánto me irrita que dejen su suerte a un puñado de cuentas de madera en lugar de que tú, Adalisa, hables con ese mozalbete atolondrado que de seguro brincaría de felicidad si por lo menos le correspondieras el saludo o tú, Efrigenia. Si dejaras a ese bellaco que sólo sirve para beber cerveza, seguramente podrías encontrar un buen hombre dispuesto a respetarte, eres joven y de buen ver, ni siquiera tienes hijos que te aten.

»Esto va para las dos ¡Dejen de esperar milagros y háganse cargo de su propio destino! . —zanjó,  aferrándose a los postes de madera de su cama para que le ajustaran el brial.

Las sirvientas quedaron pasmadas ante la cruda reprimenda de su señora.

—Por algo la llaman Leyra "corazón de hielo" —murmuró Rhona a Adalisa, una vez que ambas salieron de la habitación, en busca de más implementos de costura.

Fru Sophia, que sólo intervenía para lo necesario, se mantuvo al margen, dejando que la princesa desquitara su rabia con aquellas jóvenes que no eran de ascendencia noble.

—No me convence la caída de los faldones de la saya. —Opinó de repente, haciendo un mohín, yendo hacia ella—, Debería ceñirse más a tu cintura junto con el brial. Esta protuberancia en el vientre —Dio un enérgico tirón a la seda, tambaleando a la novia—, te hace lucir como si estuvieras encinta.

Leyra abrió de más los ojos, horrorizada.

***

Christoffersen y herre Wilcko Otterdag, se hallaban sentados ante una larga mesa rectangular, cubierta por un mantel de terciopelo carmesí ribeteado con hilos de oro, dejando expuestas las orillas de madera de roble. El rey y el consejero supremo se estaban encargando de distribuir a los invitados en un largo plano, al confirmar sus asistencias.

Los murmullos de aprobación y complicidad cesaron, cuando uno de los heraldos irrumpió de forma violenta en la sala de reuniones.

—Pero, ¿qué clase de desfachatez es esta, hombre? —El rey se puso de pie, encarándolo con los brazos cruzados.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora