Las trompetas de los heraldos anunciaron su llegada, el ronco acento retumbó en sus oídos, reverberando por todo su cuerpo; estaba impaciente por conocer el rostro que tantos años la llevaba atormentando.
Apretó los puños y la moza junto a ella soltó un quejido. Enseguida liberó la mano de su hija, para luego sonreír con arrogancia; la recién llegada parecía renegar del mismo suelo que pisaba.
Murmullos de expectación recorrieron la catedral de norte a sur y de este a oeste, cuando los miles de puntos iridiscentes, proyectados por los coloridos vitrales de la cúpula y los ventanales, se apagaron de súbito en el insignificante traje de novia que portaba la supuesta beldad de Denmark.
Era una túnica blanca de lino, cuyos garigoleados de flores bordados en hilo de plata se perdían entre manchas verdosas y negras de moho. La cinta plateada era el único elemento que confería algo de realeza a su atuendo y lo diferenciaba del de una sirvienta.
¿Aquella había sido el fantasma que perturbó sus noches? Porque no era más que eso, un ser de apariencia blanquecina y enfermiza.
Su piel se confundía con la tela que dejaba al descubierto sus finos hombros; una mujer de nieve, carente de sangre en las venas; contrastando sobremanera con sus rubios cabellos cual rayos de sol y sus mejillas rosadas de apariencia saludable. El vestido de brocado de oro, ponía de manifiesto la opulencia de su posición y sin embargo, la princesa Astrid estaba ahí para recordarle que ella sin merecerlo, poseía lo que debió ser suyo.
Apretó la mandíbula, entrecerrando los ojos, al ver aquel camafeo hecho de ágata azul con el relieve de Waleska¹ sobre la cama de oro blanco. Pendiendo de su cuello estático, llevaba consigo la historia de una dinastía entera reducida a cenizas.
En la cabeza, Astrid llevaba un velo encrespado, también de lino blanco y perlas, detenido por una diadema de oro con algunos zafiros. Su larga cabellera negra iba peinada en dos rodetes a ambos costados de la cabeza, ocultando sus orejas, de dónde colgaban dos perlas en forma de lágrima.
Los ojos de Christoffersen se desorbitaron. Mataría a fru Sophia y a todas las implicadas en el arreglo de pordiosera que le hicieron a su hija.
***
El corazón de Leyra menguó su latido al ver a Elrich de pie frente al altar y deseó salir corriendo. Todas las miradas estaban puestas en ella: nobles y plebeyos, esperando a que diera un paso.
Inmóvil desde el grueso portón, se concedió un instante para contemplarlo todo, brindándole un poco de consuelo.
El arreglo era regio. Las impolutas columnas fueron decoradas con guirnaldas de flores blancas y rosas, entrelazadas con ramas de intenso verdor y cintas de oro, justo por debajo de las heráldicas de las casas reales que estabas por unirse: los Skjöldung y los Tennorgvo.
En el pendón Skjöldung se apreciaban un par de dragones grises coronados, simbolizando la unión de la península de Jylland y la isla de Sjaelland que conformaban al reino de Denmark; se apoyaban sobre sus cuartos traseros mirándose de frente. En el espacio del centro, custodiaban un escudo de color rojo, dividido en cuatro cuadrantes por la cruz nórdica blanca.
A Leyra siempre le había fascinado el escudo de su familia.
Por el contrario, el emblema Tennorgvo le pareció demasiado simple, coincidiendo con lo que pensaba de su futuro marido.
Un cuervo negro con las alas abiertas sostenía un blasón azur con dos coronas en el centro, plasmando la unión de las coronas de Norge y Svealand, lo que significaba una cosa: al morir Hakkob, Elrich sería el señor de ambos reinos.
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CORAZONES DE HIELO: La reina sin amor
Ficción históricaEn una Europa medieval gobernada por hombres, una princesa lucha por ganar su derecho a reinar en Denmark sin un marido a su lado. Luego de la trágica muerte de su prometido, se desposará con el rey Elrich de Svealand. Acostumbrada a mandar y manipu...