Una delicada margarita en un mundo de hombres

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Antes de leer: Si has llegado hasta aquí un montón de gracias, espero que la historia te esté gustando, que no te desanime el ritmo, prometo que la acción ya está a la vuelta de la esquina. A partir de este capítulo, la forma de hablar de los personajes cambiará por completo para hacerla más acorde a su época y en su momento será editada a totalidad para tener este formato. Sin más, disfruta este capítulo :)

El baile estaba siendo disfrutado por la gran mayoría, a excepción de los soldados que preferían hartarse de cerveza y hablar de las batallas. Casados y solteros hacían gran alboroto, con el patrocinio del condestable que los acompañaba con un ocasional sorbo de vino.

—La labor que habéis hecho hasta ahora es excelente, mariscal.

Herre Bager Nordskov se sintió halagado por las lisonjas de su superior que lo instaba a beber y a brindar con cualquier excusa.

—Gracias herr. —comentó entre hipidos. La confusión que sentía no sólo se debía a su estado de ebriedad, si no a la excesiva efusividad del condestable.

Todo le daba vueltas y aunque no deseaba beber más, no podía permitirse desairar a herr Hans von Trier.

Niels Solberg no podía apartar de su cabeza el mal presentimiento que le rondaba. Se maldijo por seguir tomando como parte del ambiente que lo envolvía; comió hasta saciarse y ahora bebía como si no volviera a probar una gota de alcohol en su vida.

En el rincón al que dirigió su visión había una gruesa columna que junto con la pared, formaba un punto ciego. Desde su lugar percibía los enérgicos movimientos de uno de sus subordinados. El individuo en cuestión era Ulrik Olsen, el marido de una humilde criada de nombre Efrigia.

La pelirroja de generosas carnes era una mujer dulce y atenta, que en nada se parecía al agrio carácter de su esposa fru Eadburga, una mujer tan ácida como el vinagre.

Los cabellos castaños que asomaban  ajenos al pelo negro del soldado, dieron cuenta de su fechoría, la grotesca escena le hizo mirar al lado contrario, deseando por un momento, olvidar sus votos cristianos y atravesar el pecho de aquel desgraciado.

Se sentía demasiado cansado para seguir en el festejo.

— ¿A dónde creéis que vais Solberg? —inquirió el condestable en un grito, al oficial—. ¿Acaso no disfrutáis de la buena bebida ni de la música? —Después de una pausa momentánea, exclamó—. ¡Ya sé! ¡Lo que necesitáis es una moza bien dispuesta! —A su señal apareció una joven rubia de esbelta figura—. ¡Para que no digáis que Hans von Trier no alimenta a sus tropas con lo mejor de lo mejor!

—¡Salud! —gritó pletórico Henrik de Pomerania, empinándose una garrafa de cerveza.

Los hombres soltaron estridentes risotadas que confirmaban la vulgar aseveración. En medio del nauseabundo bacanal divisó al tranquilo Vinter más muerto que vivo, tirado sobre una de las bancas, con un par de mujeres que se lo disputaban igual que aves carroñeras sobrevolando un cadáver.

Niels sintió pena por el joven, que ya no era él mismo. En su rostro marfileño no había disfrute alguno, sólo una mueca, fingiendo un deseo que Niels sabía muy bien a quien pertenecía.

Jamás lo había visto en semejante estado.

La tibieza de unos pechos turgentes le hicieron olvidar a su gran amigo y que a la vuelta de aquella sala se hallaban el obispo de Roma y el mismísimo legado papal de Juan XXII.

***

Un instante de flaqueza había bastado, una inminente amenaza a su cordura, un sentimiento denso le reptaba por el estómago hasta apoderarse de su corazón. Esa angustia tan familiar y aterradora qué le obligaba a preguntarse: ¿realmente lo amaba? Porque pensar en él era caer en cuenta del vacío, en el trozo de memoria que podría dar sentido a la absurda añoranza de algo que jamás tuvo.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora