De espectros, pócimas, chimeneas y llamas

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¿Esa era la morada de la bruja?

Una mesa rústica de tosca madera se hallaba en el centro, sobre ella había varios cuencos de barro, acomodados en los extremos. Una gran bola de cristal estaba en medio junto con ramilletes de muy diversas especies de flores.

Había una sola banca larga de madera vieja, podrida en los extremos y dos sillas que parecían en mejor estado.

El suelo de paja se combinaba con atados de manzanilla dando un aire fresco y perfumado al ambiente.

Un par de sencillas estanterías enmarcaban la habitación principal. Del techo colgaba una raída cortina de lino por la que se transparentaba un lecho al que le servía de soporte un trozo de madera con un montón de paja encima, a modo de colchón.

¿De verdad alguien podía vivir así?

—Así he vivido toda mi vida, Alteza. Algunos no nacemos entre mantas de piel y seda. —musitó la mujer que causaba escalofríos a la princesa.

— ¿Dónde tenéis la leña, mujer? —indagó la joven ignorando la respuesta a su pregunta no formulada, viendo el lugar con desprecio.

— ¡¿Leña?! —cuestionó incrédula, clavando sus ojos grises en los fríos iris de Leyra, como si hubiese soltado una sandez.

—Leña —repitió ofendida, reafirmando su autoridad—. En épocas de lluvias e invierno, los hombres del rey proveen de leña desde hace varios años. Esta semana llovió demasiado, a excepción de ayer y yo confío en ellos. Decídme, ¿qué habéis hecho de la leña? No la veo por ninguna parte. —Tensó los labios, evaluándola con la vista.

La acusada guardó silencio y caminó hasta un lugar de la vivienda que Leyra no había notado. En una esquina se hallaba un enorme y burbujeante caldero, montado sobre tres grandes piedras.

—No hay leña, Señora. —zanjó.

—Os advierto que comerciar con las gracias que otorgamos, está prohibido y se castiga con azote público. La leña sirve para que arda en las chimeneas, no para engordar los bolsillos de los desagradecidos. —enfatizó a modo de reprimenda, dejando caer su real trasero en una de las sillas, cansada de dar vueltas por la casa de la hechicera.

—Decídme, Alteza. ¿Veis alguna chimenea? —inquirió en tono rasposo y poco reverente.

—No... —exhaló Leyra, sintiéndose estúpida.

—Yo no poseo chimeneas, ni los hombres de Vuestra Majestad entran al bosque brumoso. —Se aproximó a uno de los estantes y sacó un cuenco de madera, junto con una tosca cuchara del mismo material—. A decir verdad, no había escuchado de algo semejante.

Vertió parte del contenido del caldero con un cucharón y lo entregó a la altiva Leyra.

—Bebédlo. Os caerá bien.

— ¿Qué es esto?

—Sopa de legumbres, preparada con una raíz medicinal, para aliviaros la indigestión estomacal que traéis.

— ¿Cómo...?

—Supe que hoy vendríais. —Se alzó de hombros, sentándose frente a ella, observándola de forma minuciosa.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora