La bruja

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No estaba ebria, pero no soportó permanecer en ese ambiente por más tiempo, en el presente le temblaban las rodillas y la tenue luz de la estancia no le ayudaba a su nebulosa visión.

—Aya, ¿debo hacerlo? —La anciana deslizó el peine de marfil desde la raíz hasta la punta de sus cabellos sin ninguna dificultad.

—Es la labor de toda mujer, mi niña.

—Soy una princesa, mi labor debería ser algo mucho más sublime que tenderme en el lecho abierta de piernas.

—Lo princesa no quita la mujer, Alteza. —Leyra miró con rabia las vaporosas telas que envolvían su cuerpo, maldiciendo en voz alta su suerte.

Su triste mirada se paseó por la lujosa habitación, hasta detenerse de golpe en una de las paredes. No podía ser cierto, no de nuevo.

Un inmenso tapiz la cubría por completo. En el centro se apreciaba al jinete envuelto en una brillante armadura que resplandecía a la luz del sol. Su rostro estaba cubierto por un yelmo dorado, personificando el enigma que daba vida a su propia historia: El caballero sin rostro.

Deseaba que Elrich no tuviera uno, no quería recordar su cara ni sus expresiones cuando tuviera que cumplir con su deber de esposa.

—Por lo menos pudieron haberlo quitado —reclamó sin alejar su vista de ese punto, me parece de muy mal gusto que el Príncipe de Rus vea como ese alfeñique toma para sí a la que debió ser su mujer.

—Los muertos no tienen ojos, Leyra. Ya no pueden sentir celos.

Una punzada de dolor le obligó a entrecerrar los ojos.

—Aun así no deja de ser de mal gusto.

— ¿Desearíais que fuera él?

Un nudo se le formó en la garganta, aterrada por ese sentimiento que le oprimía el pecho, llenando sus ojos de lágrimas, ahuyentándolas enseguida.

—Desearía que fuera ninguno. Pero si  un hombre ha de tomarme, por lo menos hubiera sido uno que me hiciera sentir mujer.

—El rey Elrich parece ser un caballero muy cariñoso y gentil.

—Yo quiero un hombre con carácter, Sophia. Alguien que no me lo dé todo al caer rendido ante mi belleza, reduciéndose a un gusano, sino alguien que descubra a la verdadera Leyra, siendo capaz de pelear una batalla contra el dragón de mi ego para ganar mi corazón.

—Seguís creyendo en esas historias de caballería, mi niña. Pero entended que son sólo cuentos.

—No lo son aya, es una metáfora. Quiero un hombre que me descubra poco a poco, no que se beba mi belleza como quien se toma un vaso de cerveza, sino alguien que la beba sorbo a sorbo, como el buen vino, degustando cada gota.

—Querida mía —Alargó sus brazos para tomar el rostro de la joven—, ¿quién es ese hombre del que habláis?

—Yo no... Me refiero a nadie en particular, ladeó el rostro, zafándose de sus manos.

—Soy vieja, Leyra. Poco hay bajo el sol que yo no sepa ¿Es Vinter acaso?

«Vinter» Repitió en su mente, mofándose de su propia ingenuidad.

—Sí aya, es él.

Una vez que Sophia se fue dejándola a solas con sus fantasmas, Elrich llamó suavemente a la puerta.

—Señora mía, ¿podéis salir un momento?

La aludida elevó tanto las cejas en una mueca de fastidio, que casi las sintió llegar hasta el nacimiento de su cuero cabelludo.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora