La hija de Hécuba

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14 de mayo, 1294

Condado de Ribe, Denmark

...No me importa quien seáis, sois mi amigo, mi hermano. Saldremos avante y yo estaré con vos como siempre.

No estoy seguro de querer esta responsabilidad, Hans.

¡Sois el heredero de Otto Skjöldung!

¡Miserable favor el que me ha hecho! Si tiene un hijo, ¿por qué he de ser yo el rey?

Henrik ha heredado el poderoso condado de Pomerania, pero aún es un crío, cualquier otra casa podría arrebatarle el poder. Otto dejó el reino en vuestras manos.

¡Pero yo no crecí en una corte! Mi madre ni siquiera sabía leer y yo tampoco. Esto cambia mis planes, yo sólo quería regresar al reino de Cilicia y hacer bien las cosas, explicarle a Rubén que nunca quise raptar a su hermana.

¡Vuestra vida cambió, Christoffersen! ¡Olvidádla! Ya no estáis para ese tipo de correrías. Os he conseguido por esposa a mi prima, la duquesa de Schleswig; es de ascendencia germana, proviene de noble cuna. Ella purificará vuestra sangre y nadie dudará de vuestra legitimidad al trono danés.

¡Pero yo no la amo! Mi sueño era ser ordenado caballero y casarme con...

¡Suficiente, necio! ¡Seréis el rey! Y eso requiere de un sacrificio.

—Si tengo que sacrificarla a ella, ¡maldita mil veces esta corona sobre mi cabeza!

Agosto, 1317

Christoffersen lanzó un profundo suspiro, el precio que pagó por el poder fue demasiado alto y ahora perdería a su mejor amigo para siempre por causa del monstruo que su difunta esposa había creado.

Herre Wilcko lo asistía para vestirse.

—No quiero el púrpura, ponédme el negro. Hoy mi hermano morirá en el cadalso por orden de Leyra y los nobles la apoyan. —rompió a llorar.

—Lo lamento, Majestad. —Atinó a decir el consejero real, también estaba conmocionado.

—Jamás quise ser rey, ¿sabéis? Y tuve que serlo... Traicioné a mi mejor amigo para asegurar la estabilidad de Denmark, a través de mi alianza con Rutenia —Lo asió por el cuello de sus vestiduras en un agarre tembloroso—. Creí que con eso garantizaba el futuro de mi hija y a cambio, a Hans le di el control del reino porque confiaba en él, pero todos estos años no ha hecho más que buscar su ruina. Me he equivocado tanto, Wilcko; debéis pensar que vuestro rey es un imbécil.

—Yo sólo veo a un hombre, Majestad y como tal, somos impuros, cometemos errores. Sólo nos queda buscar la misericordia de Dios y rogar por su perdón. —murmuró el anciano poniendo una mano sobre el hombro del rey.

Un pálido rayo de sol apenas asomaba entre los densos nubarrones oscuros. Ni bien amanecía, la plaza de Roskilde se llenó de gente.

Gritos de humillante euforia colmaron los oídos del condestable puesto en la picota, con los brazos y la cabeza metidos en las ranuras de un macizo leño, recibiendo toda suerte de hortalizas podridas que, los fúricos daneses le arrojaban al rostro sin cesar.

Un par de metros lo separaban del patíbulo. La imponente estructura de madera constaba de dos gruesos postes verticales y uno colocado de manera transversal en la parte de arriba. A lo largo pendían sogas con nudos corredizos.

Sólo de imaginarse en ese lugar, un escalofrío helado le recorrió la columna. Los nervios comenzaron a jugarle en contra justo cuando su mirada se encontró con la de Leyra.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora