Apariciones y sospechas

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¡Hola! Si llegaste hasta este capítulo, muchas gracias. Para quienes disfruten de la música, les recomiendo que la escuchen a partir de la tercera parte. Sin más, los dejo con la lectura.

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Pasada la nona, la princesa Leyra se revolvía entre sus propias cavilaciones, meciendo un vaso de oro con vino tibio y especiado. Se hallaba frente a la chimenea, de espaldas al exterior, tamborileando los dedos sobre una pequeña mesa redonda hecha de roble.

Una repentina serie de gritos perturbó su paz.

—Si no hago entrega de lo que traigo ahora mismo, su ira será tanta que me buscará hasta por debajo de las piedras para darme muerte. Os lo imploro. —expuso en forma de ruego una voz que de pronto le pareció familiar.

—Está bien —concedió Leyra desde el interior—, dejádle pasar.

Viró el rostro, la oscuridad apenas le permitía vislumbrar una mata rojiza de cabello desparpajado y las manos temblorosas que sostenían un plato envuelto en un paño.

—Acercáos mozo —tronó la imponente voz. El joven caminó hacia ella con pasos dubitativos.

—Al...t...eza, yo... —tartamudeó deteniéndose.

— ¡Decid a lo que habéis venido! —Se desesperó, sonando grosera sin pretenderlo.

—Sé que ya pasa de la sexta, pero aquí están vuestros arenques. Por favor, perdonádme la vida. —musitó lo más rápido que pudo, cerrando los ojos al tiempo que le extendía el plato.

El joven abrió los ojos en el momento que sintió el tirón y sus manos quedaron vacías. Un extraño brillo apareció en los gélidos orbes de la princesa, imprimiendo a la imponente tonalidad azul, un toque de calidez casi humana, mirándole igual que si fuera una aparición.

— ¡Pajecillo, estáis con bien! —Le echó los brazos al cuello en un abrazo que lo dejó pasmado.

—Lo estoy, min dame. Much...chas gracias. —expresó en medio de su confusión y asfixia. Ella lo soltó avergonzada.

—Perdonádme, zagal. Me alegra mucho veros vivo. —Leyra recuperó la compostura sin dejar de sonreírle.

—Lamento tanto el duro trance que atravesamos como reino. —dijo con timidez, sin saber cómo confortarla en una situación así.

—Gracias...

—Knud, Alteza... —Casi se sintió atrevido al decirlo.

—Os agradezco a vos, Knud, cumplir mi encomienda.

—Espero los arenques sean de vuestro agrado, señora. —expresó emocionado, retorciéndose los dedos.

—Son mi platillo favorito, ¿gustáis acompañádme? Hay suficiente para ambos.

—Yo no, no podr...í...a.

—Sabédlo, zagal. No estáis en posición de rechazar la petición de una futura reina —Con un simple ademán, apareció otro mozo y luego de escuchar la orden trajo una silla, más vino, platos, cucharas, cuchillos y vasos—. Hoy seréis mi invitado.

Leyra quitó el inmaculado paño revelando los preciados arenques de piel plateada hechos filete, junto a otro pescado de apariencia marrón argentado. La princesa no evitó hacer una mueca de desilusión.

—No os pedí otro pescado, Knud, sólo arenques.

—Y eso os he traído, Alteza Real. —musitó con nerviosismo.

— ¿Me tomáis por necia? —Empezaba a ponerse de mal humor.

—Mi señora, dádles una oportunidad. Lo que tenéis ante vos, son arenques jóvenes o matjes; nuestras aguas, desde mayo a estas fechas, rebosan de ellos.

CORAZONES DE HIELO: La reina sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora