La recompensa de Dobby

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—Estoy agotado mentalmente—exclamó Canuto—, alguien más lea.

Dora tomó el libro y sonrió.

—En su defensa, creo que es lo más largo que ha leído en su vida—confesó Lunático.

Dora se sentó junto a Remus y abrió el libro de nuevo.

—La recompensa de Dobby—leyó.

Hubo un momento de silencio cuando Harry, Emily, Alice, Luke, Ron, Ginny y Lockhart aparecieron en la puerta, llenos de barro, suciedad y, en el caso de Emily, sangre. Luego alguien gritó:

—Una entrada triunfal—admitió Harry sonriendo.

—¡Ginny!

Era la señora Weasley, que estaba llorando delante de la chimenea. Se puso en pie de un salto, seguida por su marido, y se abalanzaron sobre su hija.

Por alguna razón que ella misma desconoció Molly no se sintió aliviada hasta escuchar aquello. Sonrió realmente agradecida con los mellizos por todo lo que habían hecho por su hija.

Harry y Emily, sin embargo, miraban detrás de ellos. El profesor Dumbledore estaba ante la repisa de la chimenea, sonriendo, junto a la profesora McGonagall, que respiraba con dificultad y se llevaba una mano al pecho. Fawkes pasó zumbando cerca de Emily para posarse en el hombro de Dumbledore. Sin apenas darse cuenta, los niños se encontraron atrapados en el abrazo de la señora Weasley.

—¡La han salvado! ¡La han salvado! ¿Cómo lo hicieron?

—No es una historia muy bonita—le aseguró Canuto—, eso si.

—¡Salimos con vida!—dijeron los mellizos a su defensa.

—Casi—reprochó James.

—¡Algo es algo!

—Creo que a todos nos encantaría enterarnos —dijo con un hilo de voz la profesora McGonagall.

La señora Weasley soltó a los niños, Emily y Harry dudaron un instante, luego se acercaron a la mesa y depositaron encima el Sombrero Seleccionador, la espada con rubíes incrustados y lo que quedaba del diario de Ryddle.

Harry y Emily empezaron a contarlo todo. Se turnaron para hablar durante casi un cuarto de hora, mientras los demás los escuchaban absortos y en silencio. Contaron lo de la voz que no salía de ningún sitio; que Hermione había comprendido que lo que ellos oían eran de Barty (Emily se detuvo a explicar quién era Barty) que se movía por las tuberías; que ellos, Alice, Luke y Ron siguieron a las arañas por el bosque; que Aragog les había dicho dónde había matado a su víctima Barty; que habían adivinado que Myrtle la Llorona había sido la víctima, y que la entrada a la Cámara de los Secretos podía encontrarse en los aseos...

—Muy bien —señaló la profesora McGonagall, cuando Harry y Emily hicieron una pausa—, así que averiguaron dónde estaba la entrada, quebrantando un centenar de normas, añadiría yo.

—Uy—dijo James haciendo una mueca—, eso va por mal camino, por muy mal camino.

—Completamente de acuerdo—dijo Lunático.

《Pero ¿cómo demonios consiguieron salir con vida, Potter?

Así que Harry y Emily, con la voz ronca de tanto hablar, les relataron la oportuna llegada de Fawkes y del Sombrero Seleccionador, que les proporcionó la espada. Pero luego titubearon. Habían evitado hablar sobre la relación entre el diario de Ryddle y Ginny. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de su madre, y seguía derramando silenciosas lágrimas por las mejillas. ¿Y si la expulsaban?, pensaron los mellizos aterrorizados. El diario de Ryddle no serviría ya como prueba, pues había quedado inservible... ¿cómo podrían demostrar que era el causante de todo?

Los mellizos Potter y La Cámara SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora