El sauce boxeador

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Pudo haber sido una mañana tranquila, un poco triste y apresurada.

Pero no lo fue porque la aquella se trataba de la casa de los Potter y Black.

June sonrió un poco.

—Vivir con ustedes es una locura—Dijo con varios recuerdos muy presentes.

—Con nosotros no te aburres ni un segundo—Le aseguró Alice, guiñándole un ojo.

—Ni un segundo—Admitió Sirius en voz baja, no estaba seguro de que aquello fuera completamente bueno.

—¡ME QUEDÉ DORMIDO!—Se escuchó un grito de pronto.

—Si me pasa—Admitió Canuto orgulloso.

—Canuto siempre será Canuto—Dijo James, con una pequeña sonrisa.

Harry y Emily se levantaron de un salto con el corazón corriendo agitado en su pecho. Miraron confundidos la entrada a su recámara en la que Sirius se encontraba, mirándolos con los ojos muy abiertos.

—¿Qué?—Murmuró Harry de mal humor, se acostó y cubrió con la cobija de nuevo de mal humor.

Harry sonrió un poco.

Si ahora le hacían eso no volvería a acostarse, probablemente le hubiera derribado.

—El tren... la escuela... llegaremos tarde.

Fue ahí cuando las palabras cobraron sentido para los hermanos, se miraron abriendo grandes los ojos y después miraron a Sirius.

—¡Vámonos!—Gritó Sirius para hacerlos reaccionar.

Harry y Emily se levantaron y se alistaron rápidamente. Agradecieron al cielo que Sirius les hubiera obligado a hacer sus maletas la noche anterior porque entonces sería imposible que llegaran a tiempo.

—Soy tan responsable—Dijo Sirius orgulloso.

—Ajá...—Le respondió June.

Sirius la miró mal.

—Tu eres la que rompió una ventana y entró como bandida a mi casa—Le reprochó Sirius, mirándola con una sonrisa—. Eso no es muy responsable.

—Fue un mal necesario—Defendió ella—Y fue cuando...

June no continuó porque sabía que era un secreto que Sirius le había guardado a los mellizos, algo que él prefería que ninguno de sus hijos supiesen.

La sonrisa de Sirius se eliminó.

La noche anterior habían organizado una cena especial por su despedida, vinieron June, Sirius, Remus y Dora, aquello les había hecho desvelarse.

Diez minutos más tarde Emily y Harry bajaron las escaleras arrastrando cada uno su baúl. Sirius bajó detrás de ellos y chasqueó la lengua.

—No hay tiempo de desayuno—Dijo Sirius haciendo una mueca—. Les daré dinero para que se compren algo, ¿de acuerdo?

—Está bien.

—Harry, ayúdame a subir los baúles al carro y Emily ve por Hedwig.

Entre Sirius y Harry subieron los baúles al auto mientras Emily bajaba a Hedwig con todo y su jaula.

Llegaron a Kings Cross a las once menos cuarto. Sirius consiguió unos carritos para poder cargar los baúles con rapidez y entraron corriendo a la estación. La dificultad estaba en llegar al andén nueve y tres cuartos, que no era visible para los ojos de los muggles. Lo que había que hacer era atravesar caminando la gruesa barrera que separaba el andén nueve del diez. No era doloroso,

Los mellizos Potter y La Cámara SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora