01

15.3K 1.8K 1.2K
                                    

«El veinticuatro de septiembre, a las 19 horas, apareció el primer cuerpo después de que un anónimo enviara una carta a un periódico, avisando del futuro acto.

El cadáver del niño de doce años presentaba lesiones oculares post-mortem, habiendo sido los glóbulos extirpados al completo. Cinco víctimas más fueron descubiertas a lo largo de las tres semanas siguientes.

(...)

En la carta advertía de seguir matando si no se publicaba el manifiesto que había enviado junto a la misma. Una obra socio-política que pone en entredicho el prestigio del partido político gobernante..

Toji Fushiguro arrojó el papel hacia atrás sin siquiera mirar lo que seguía.

La hoja se deslizó en el aire, trazando un ondulado camino hasta llegar al limpio parquet de roble, en completo silencio. Sólo se escuchó aquel gruñido provenir del hombre sentado sobre el escritorio —las sillas no eran del todo necesarias—.

—Joder. —Masculló, mordisqueando la palabra.

La reputación que se había ganado le daba el dinero suficiente con el que poder vivir, pero tener que eliminar a ciertas personas le quitaba las ganas de seguir. Saber que tenía que convivir con semejantes seres, respirar el mismo aire que ellos, lo encolerizaba.

Y no era precisamente por la carta, sino porque sabía que al Gobierno no le interesaban los niños asesinados. Lo único que les interesaba era su prestigio. Querían que eliminara a aquel tipo por el estúpido y frágil ego de los que se regodeaban en el poder, rodeados de coches de lujo y putas millonarias, observando al resto con superioridad.

Se bajó de la mesa, aceptando que tenía que hacerlo. Tampoco es que hubiera otra opción. Se jugaría el cuello por descubrir quién era, arrebatar el manuscrito a la prensa y matar a los dos pájaros de un tiro, sin hacer ni un solo ruido. A cambio, su cuenta bancaria estaría llena a final de mes.

Suspiró, quitando un par de pelusas de su jersey negro, subiéndose más los pantalones vaqueros del mismo color, que le quedaban algo grandes porque había bajado de peso.

De repente, de entre todos aquellos turbios pensamientos, apareció uno en concreto.

—Mierda, el niño.

Se dio un golpe en la frente, maldiciendo por lo bajo. Había olvidado por completo que le había prometido ir a buscarle en coche a la escuela. Sabía que le afectaba ver al resto de padres esperando en la entrada a que sus hijos salieran del colegio, mientras él tenía que volver andando. Solo.

Le echó un vistazo rápido al reloj de la pared pintada de un suave lila, y salió del despacho —si es que a una sala apañada con un escritorio y un sofá se le podía llamar así— para ir al recibidor a paso rápido, casi corriendo. Recorrió el corto pasillo y abrió las puertas del zapatero, buscando sus botas negras.

Había pasado una maldita hora desde que su hijo había salido de clase. Era un jodido desastre.

De repente el timbre sonó. Con una bota medio puesta se inclinó hacia la puerta y abrió, encontrándose con un empapado Megumi, que le miraba con las mejillas y la nariz sonrosadas del frío.

—Prometiste que vendrías a buscarme. —Se quejó el chico, de tan sólo diez años, cruzándose de brazos.

El niño estaba calado por la lluvia, que incluso había traspasado su chaqueta negra, con alguna raya roja. Los pantalones azules se habían vuelto de una tonalidad más oscura, mojados, y el pelo chorreaba gotas enormes hasta el suelo.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora