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Se quedó quieto, paralizado, mirando al cajón del armario.

Acabó por cerrarlo y vestirse con aquel pijama —negro, por supuesto—, fingiendo que no había pasado nada, que su cabeza no había estallado durante un instante.

Se deslizó entre las sábanas, dejando encendida únicamente la luz de la lámpara de la mesilla de noche. La persiana estaba medio bajada y la luz de la Luna apenas se colaba por entre las cortinas.

Rodeó a aquel encogido Satoru, que parecía querer ignorar al resto del mundo, y lo atrajo hacia sí, pegando su pecho a su espalda.

—¿Por algún casual has abierto mi armario? —Susurró, porque lo suyo no era reprimir las palabras. Le otorgó un beso en la nuca.

—¿Me estás preguntando si me toco con tu ropa? —El hombre se giró, mirándole con sus ojos de cielo, pedazos del mismo, nubes en su pelo. Alzó una de aquellas bonitas cejas blancas. —No. Prefiero masturbarme cuando estás dormido, ¿quieres saber más?

Le pegó una palmada en la espalda que resonó por todo el cuarto junto a una traviesa risa. Se quedaron en silencio, entre pequeñas caricias y la persistencia de Gojō de hacerle sentir bien con sus gestos, con sus roces completamente intencionados y para nada disimulados.

Y, a pesar de que la puerta estaba cerrada, escuchó claramente unos pasos en el pasillo.

Alzó la cabeza, alarmado. Eran casi las doce de la noche y Megumi solía dormirse apenas tocaba las mantas; además de que, prácticamente, ya estaba dormido cuando lo había arropado. No sabía qué podía hacer a aquellas horas corriendo como un jodido poseso por el pasillo.

—Espera. —Pidió, notando una mano que apresaba su mandíbula para besarle.

Se separó del hombre y salió de la habitación sin hacer ruido. Vio la luz encendida del baño, la puerta arrimada con cuidado. Frunció el ceño y se acercó, escuchando cada vez más de cerca las arcadas. Abrió, asustado.

El niño estaba arrodillado, agarrándose al inodoro con una mano, los dedos de la otra metidos en la garganta, forzándose a vomitar.

—¿Qué mierda estás haciendo? —Se puso junto a él, apartándole el pelo de la frente, alterado. —Joder, ¿te encuentras mal?

El pequeño quiso hablar cuando se sacó los dedos, pero una fuerte arcada provocó que soltara lo último. El mayor acarició su espalda, comprensivo, intentando que no pareciera que le iba a dar un puto ataque.

—Estoy bien... —Alcanzó a decir el chiquillo, viendo cómo el otro le incitaba a levantarse. Hundió las manos bajo el agua del grifo, mirando cómo el hombre le limpiaba la boca con un trozo de papel higiénico. —No digas palabrotas, papá.

—Y una mierda. —Toji apartó las pequeñas manos del agua y las envolvió delicadamente en una toalla rosada. —¿Te provocaste esto tú mismo o querías ayudarte?

Sabía que a su niño, por alguna razón, siempre le había costado vomitar cuando estaba enfermo, e incluso se negaba y trataba de tragárselo todo. Sin embargo, no parecía que la cena le hubiera hecho mal o estuviera en mal estado, y después de la comida todo había estado bien. Tampoco tenía la mirada azul cansada, ni lucía pálido o encorvado.

—Sólo estaba en la cama y se me subió la cena a la garganta. —Aseguró Megumi, desviando la vista hacia el hombre de la puerta. Le sonrió ligeramente al albino. —Satoru, diselo tú. Papá no puede decir malas palabras.

El susodicho pudo advertir algo en aquellos iris de mar, iguales a los de su padre. Tal vez resentimiento o ironía.

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Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora