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Satoru tomó de la mano al pequeño, acariciando su pelo mientras el niño disfrutaba del aire y trataba de calmarse para que no le volviera a dar un ataque de asma; incluso se escondió detrás de las largas piernas del hombre.

Observó cómo Toji se alejaba de ellos, buscando con la mirada a algún tipo sospechoso con pintas de querer asustar a su hijo. Pero, de toda aquella situación, lo que más llamó la atención del albino fue aquella mano.

Aquella mano que su vecino se llevaba, casi como una reacción automática, a la parte baja de su espalda, como si llevara algo debajo de la ropa. Lo cierto era que no tenía ningún bulto que delatara que llevara algo —y Gojō sabía muy bien de bultos, así que estaba seguro al cien por cien—, y fue aquel instinto involuntario lo que provocó una sonrisa en su rostro. Era interesante cómo un gesto inocente podía dar información sobre la persona en cuestión.

—Tengo miedo. —Escuchó al chiquillo, que se agarraba a su abrigo con fuerza.

Toji Fushiguro se asomó a una calle que partía aquella por la que estaban andando, frunciendo el ceño. Era un callejón con unos cuantos contenedores de basura y una puerta, seguramente la salida de emergencia de la tienda que estaba justo en la esquina. No había nadie.

Apretó los puños. Sabía que se veía de manera amenazante, sabía cuándo alguien escondía algo y el rostro de las personas que andaban con tranquilidad, que pasaban por su lado y se perdían en el entramado urbano eran gente normal. Aquello resultaba casi imposible.

Con el corazón en un puño y tratando de mantener la calma, regresó junto a su vecino y su hijo.

—Vámonos. —Musitó, casi para sí mismo. La autoritaria llamada que había recibido aquella mañana aún lo tenía inquieto. Se acuclilló delante de Megumi y le otorgó un beso en la frente, con cariño. —Sube a mi espalda, no quiero que hagas esfuerzos.

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Y Toji no tocó el tema durante el resto del día. Aún así, estaba nervioso, infinitamente nervioso. Enfermizamente nervioso.

El estómago se le removía con cada cosa que comía y bebía, incluso dejó medio plato sin tocar ante la curiosa mirada de su vecino, que había comido con ellos por insistencia del pequeño. Había dejado a Megumi haciendo la tarea —aún no le había dicho que, al día siguiente, no iría a clase— y removía con desasosiego una cuchara en el vaso de café.

Vaso que sabía que no iba a terminar. Estaba sensible y completamente seguro de que, si algo lo tocaba, vomitaría. Debía de cumplir aquel pedido antes de dentro de dos días, no porque fuera una fecha establecida, sino porque quería quitárselo de en medio. Quería mostrar que era útil, seguía sin comprender por qué lo habían apartado del primer caso.

—¿Acaso vas a beberlo por los ojos? —Cuestionó Satoru, dejándose caer a su lado en el sofá. —Deberías relajarte un poco.

Tamborileó con las uñas el cristal, y acto seguido dejó el vaso sobre la mesa que había frente al sofá, una de pequeño tamaño y baja altura, de madera clara. Intentó no sentirse tenso con la cercanía del otro.

Durante aquellas últimas horas había estado pensando mucho en él. No en sus abdominales, ni en su pelo blanquecino, tampoco en aquella sudadera azul y enorme que llevaba, sino en la manera en que se comportaba.

—Me gustas más cuando eres tú mismo. —Soltó sin pensarlo. Sin embargo, era cierto. —A veces actúas como si estuvieras forzando un papel, como hoy por la mañana. Pero, eras cuando me tiraste anís en la cara, y eras anoche.

Satoru se quedó mudo ante aquello. Sus músculos se volvieron rígidos.

—Ya sabía que te gustaba, pero gracias por la aclaración. —Acabó por decir, con una pequeña risa. Fushiguro le miró con una extraña expresión. —¿Y ahora qué he dicho?

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora