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Megumi era un chico mucho más listo de lo que la mayoría pensaba.

Con sus botas de agua amarillas, las manoplas de un tierno color celeste y la nariz rosada, apoyaba la oreja en la puerta de su vecino, curioso. Incluso se reprendió a sí mismo al hacerlo, pero realmente le llamaba demasiado la atención lo que estaba ocurriendo allí dentro.

—Pero... —Decía el hombre, sonaba desesperado. —¡¡Ni siquiera es mi jodida culpa!! —Silencio. El niño se apegó más a la madera, intentando alcanzar a oír más. Una respiración rápida, tal vez. —No insinúes eso, sabes que siempre hago bien mi trabajo.

Y Fushiguro se apartó de la superficie, asustado. Una expresión de terror se abrió paso en su rostro, trastabillando con sus propios pies, cayendo de golpe al suelo. Se levantó de inmediato, abrazándose con fuerza.

—¡¡Porque hay un puto niño de mierda!! ¡Joder! —Gritaba, completamente fuera de sí. Pudo escuchar un golpe, como si algo de cristal se estrellara contra el suelo. —¡No, claro que no me importan! ¡Los odio! —Un par de golpes más, el chico dudaba de si marcharse o no. —¡Ni siquiera podrán defenderse, no cuestiones mis putos métodos!

La tierna voz de su otro padre, de Satoru, convertida en pura violencia mezclada con sollozos, golpes, patadas. Megumi sentía cómo sus costillas se aplastaban por la presión del mismo aire y corrió hacia su propia puerta, intentando calmarse.

Intentando sonreír y decirse que no era nada. Decirse que no pasaba absolutamente nada, mientras veía a Satoru verter aquello en la sopa, mientras tomaba el arma de su padre.

Mientras esperaba, despierto durante la mayor parte de la noche, al otro lado de la puerta de la habitación de su padre, con susurros, pequeños quejidos y un cabecero rebotando contra la pared de fondo. Lágrimas en sus ojos de mar.

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—Aléjate de él. —Gruñó, dando un pasito hacia delante. La pistola era pesada para sus manos, pero no lo suficiente como para frenarle.

Satoru abrió mucho los ojos, quitándose el sueño de encima con tan sólo aquella visión. El niño ya vestido de negro y frío, con el metal contra su piel. Tragó saliva, observando el cañón, aquel dedo que rozaba el gatillo, casi con miedo.

—Eh, cielo. —Acabó por tartamudear, disimulando un par de toques que le daba al otro, que continuaba descansando a su lado. —Suelta eso, te vas a hacer daño.

Si algo podía agradecer, era que ambos habían tenido la precaución de ponerse los pantalones del pijama para dormir, sudorosos y empapados en azúcar y miel. Sabían que el crío tenía la costumbre de entrar sin picar y meterse en la cama, entre los dos, cuando había tenido alguna pesadilla.

De hecho, rezaba para que aquello lo fuera, porque escuchaba su teléfono vibrar, sobre la mesita de noche. Veía el nombre en la pantalla, de reojo, una presión se abría en su pecho. Se suponía que tendría más tiempo.

Promesas rotas en el suelo, su cuenta bancaria probablemente vacía. Igual de vacía que su interior.

—Te haré daño a ti. —Aseguró el menor, alzando el labio superior en una mueca de lo que bien podría ser asco.

Toji Fushiguro alzó la cabeza con rapidez, reconociendo el sonido de la dulce voz de su hijo, junto a unos nada suaves tirones en el pelo. Se quedó quieto, frotándose los ojos, con el torso desnudo, el cabello alborotado.

Alternó la mirada de uno a otro, de aquel chiquillo enfadado, al hombre —su vecino, su novio, su pareja, quién sabía lo que eran exactamente— que levantaba las manos en señal de rendición.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora