06

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Toji Fushiguro abrió los ojos, arrancado de sus sueños por el molesto sonido de su teléfono.

Se incorporó de inmediato, comprobando que ni siquiera estaba bajo las sábanas, sino tapado con una enorme manta a cuadros escoceses. Frunció el ceño, recordando repentinamente aquella última sensación antes de caer dormido, la de unos tiernos y cálidos labios posándose sobre su sien.

Puso una mueca, alcanzando de una vez el cachivache, que vibraba y se quejaba sobre la mesilla de noche. Antes de aceptar la llamada entrante —un número oculto, por supuesto— miró la hora. Megumi debía de estar en el colegio.

—Nunca habíamos tenido que llamarte antes. —Una voz autoritaria se escuchó al otro lado. El hombre tragó saliva, bajando la cabeza como si realmente hubiera alguien delante. —¿Alguna explicación?

—No había nada en los archivos. —Contestó, intentando modular su voz para que pareciera calmada y agradable, pero estaba ronca porque acababa de despertarse. —O, al menos, de la fecha en que el manifiesto llegó, donde debería de haber...

—Tu incompetencia no sirve aquí. —La voz distorsionada lo cortó sin empatía alguna.

Se quedó paralizado. Alejó el teléfono de su oreja, sin querer continuar con la conversación. Suspiró, tomándose del puente de la nariz, frustrado.

—Entiendo. —Acabó por decir, acercando de nuevo el móvil a su oreja.

—¿Acaso hay algo que requiera de más atención que esto? —La voz parecía irritada. —Mejor no contestes. Serás apartado de este caso.

Respiró profundamente, mirando a su alrededor, tratando de calmarse. Suponía que aquello se lo merecía.

Y es que, sus jefes no sabían que tenía un hijo. Lo había ocultado de todos los que le habían preguntado, por la seguridad del chico. Así, si algún día necesitaba pagar por algo, su pequeño diamante no se vería afectado. Sin embargo, el miedo seguía ahí, acosándole en forma de terrores nocturnos. De repente, echó de menos a Satoru, sus estúpidas bromas y expresiones.

—Haz algo útil, si quieres vivir tranquilo. —La persona que había al otro lado volvió a hablar, otra vez autoritaria. —Tienes un nuevo encargo, más vale que puedas cumplirlo.

La llamada se cortó.

Cerró los ojos, tirando el teléfono hacia atrás sin mirar si rebotaba y caía al suelo, no le importaba. Enterró la cabeza entre las manos, necesitaba distraerse con cualquier cosa.

El dispositivo sonó a sus espaldas, sobre el colchón. Un mensaje de aquellos que se iban a borrar en apenas media hora, lo leyó rápidamente. Matar a un tipo, un ex-congresista de un partido liberal.

Puso los ojos en blanco, memorizó la dirección de la casa del desgraciado y apagó la pantalla. Se levantó, estirándose hacia arriba, oyendo sus vértebras crujir. Salió al pasillo, descalzo, el suelo de parquet se sentía frío bajo los calcetines. Miró la habitación de su niño al pasar, ignorando la presión que tenía en el pecho.

Y se quedó quieto al llegar al salón y ver aquello que dormía sobre el sofá.

—Joder. —Soltó, frunciendo el ceño con ligereza.

Juraría que le había dicho que se fuera de su piso, pero ahí estaba toda la ropa en el suelo, y un semi desnudo Satoru durmiendo en su sofá. Estaba tapado con una manta azul hasta la cintura, con la cabeza echada hacia atrás sobre el reposabrazos, uno de los brazos detrás de la nuca.

No supo si despertarlo a golpes o cubrirle el —no tan— perfecto torso, los abdominales bañados en luz matutina, el cuello, la piel albina, de un tono especialmente llamativo. Algunos níveos mechones rebeldes caían sobre la frente de su vecino, su pecho, sus —no tan— perfectos pectorales se movían de arriba a abajo con lentitud, con una respiración tranquila.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora