Siete años después
╰Megumi─ ✯El chico se revolvió entre las sábanas, envuelto en una agradable nube de calidez. Sonrió ligeramente, sin abrir los ojos, acercándose al cuerpo que descansaba a su lado. Unos gentiles brazos lo rodearon con cuidado, como si aquella persona tuviera miedo de dañarle o asustarle.
Sin embargo, tan pronto como fue consciente de que estaba medio despierto, sus sentidos se pusieron alerta. Sus oídos buscaban cualquier sonido que pudiera suponer una amenaza, sus vellos se erizaban con tan sólo el recuerdo que le asaltaba, como cada mañana.
Todos los días de su vida, Megumi regresaba a aquel lugar.
Volvía a despertar en una sala pintada de blanco, confuso, sin poder abrir los ojos del todo. Con aquella neblina que cubría espesamente su mente, completamente a solas. Entonces, se daba cuenta de aquello que bajaba por su garganta y creía ahogarse en sus propias arcadas, quería arrancarse aquel aparato, respirar por sí mismo. Alzaba una mano, para quitárselo, y descubría que tenía los dedos rotos, envueltos en vendas. Y su cuerpo comenzaba a doler, a pegar espasmos de terror, con los pitidos de fondo aumentando.
Hasta que llegaban los médicos, alertados, y lo calmaban. Le decían cosas que jamás pudo entender, le pinchaban con aquellas agujas que siempre le habían dado tanto miedo.
—Tranquilo. —Escuchó la suave voz, sintió una caricia que le instaba a esconderse en aquel pecho. —Estoy aquí, Megumi. Te quiero mucho.
Asintió, con los ojos repletos de lágrimas, su corazón temblando de miedo. Todos los días, todos los días eran iguales.
Volvía a sentir una bota presionando su espalda contra el suelo, el sonido de un proyectil rebotando a su lado. Si hubiera disparado, si hubiera podido vencer la parálisis y mover el puto dedo, su padre no hubiera recibido dos impactos de bala en el cuerpo. Volvía a verlo cayendo, la sangre dispersándose por el parquet en una marea de muerte, su olor, sus susurros moribundos antes de perder la conciencia.
Podía alcanzar a ver unos ojos de cielo clavarse en las patadas que el otro hombre le había dado, podía volver a sentir una costilla fracturándose. En el hospital le habían dicho que, si los golpes hubiesen sido más fuertes, el hueso le hubiese dañado la aorta. De alguna u otra forma, seguía allí, vivo. Y, desde entonces, todo había cambiado.
Vivir con estrés postraumático era una mierda.
—Yuuji. —Susurró, abrazando con fuerza a su pareja. Notaba que le besaba la cabeza con delicadeza, pequeñas caricias en la espalda, colándose por debajo de la camiseta del pijama.
Le había costado tanto seguir haciendo vida normal, en un nuevo apartamento, en un nuevo vecindario. Sin embargo, no había llegado a cambiarse de escuela y había podido seguir al lado de Itadori. Lo quería mucho, lo adoraba y no podía decirle la verdad. No podía decirle que, aquel día, ningún ladrón irrumpió en su casa, sino que habían intentado asesinarles.
Incluso había dudado de si llevar una relación con él. Se sentía tan horriblemente mal, tan angustiado; en el instituto había acabado por aislarse del resto, con el chico detrás, apoyándole. Había días en los que no podía salir de entre las sábanas, días en los que volvía una y otra vez, en los que la medicación parecía no tener efecto alguno.
Dormía con la puerta abierta porque no soportaba oír el sonido de una abriéndose, tampoco las pisadas fuertes o decididas. Se había vuelto tan sensible, que temía romperse de un momento a otro. Zanahoria siempre lo acompañaba.
—El desayuno está listo. —Escuchó una voz que venía de la puerta y alzó la cabeza, enfocando al hombre. —Y tú, deja de meterle mano a mi niño.
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Daddy's got a gun || TojiSato
FanfictionLas cicatrices de su cuerpo podían contar mil historias distintas, era capaz de realizar cualquier encargo y trabajo sucio sin problema alguno. Sin embargo, era un desastre tratando de cuidar de su hijo. Perderlo en el supermercado o en el parque er...