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Satoru aceptó la llamada, tomando el teléfono después de echarle comida a su gato. El animal ronroneaba, andando junto a él de un lado para otro y se subió a su regazo cuando se sentó en el sofá.

—Las luces del apartamento están apagadas estos días. —Comentó el hombre, al otro lado de la línea. —¿Qué se supone que estás haciendo?

Nada productivo, aquello lo tenía claro; nada por lo que le felicitarían o darían un ascenso, nada por lo que le subirían el sueldo.

—Las dejo así para no pagar tanto por la luz. —Soltó lo primero que se le ocurrió, deslizando una mano por el lomo de su gato, algunas hebras de pelo blanco se quedaron en sus dedos. —En este edificio la luz y el gas están muy caros, ¿sabes?

Sabía que luego sus vaqueros negros quedarían llenos de pelo blanco, pero no le importó. Suspiró, alejando el teléfono de su oreja para que no se escuchara su frustración.

Estaba comenzando a deprimirse por la situación. Tenía algo en el pecho, metido entre costilla y costilla que, a veces, le quería hacer llorar. Pero, entonces sentía unos brazos rodeándole, por las noches, y todo desaparecía durante un instante.

—Eres consciente del precio que se paga por mentir, ¿verdad? —La autoritaria voz sonó con el tono bajo, casi amenazador. —También, espero que seas consciente del dinero que he gastado en ti.

Lo mismo de siempre.

Odiaba ser una cara bonita, un cuerpo más para el consumo de otros. Sin embargo, no sólo trabajaba de ello, pues la idea de ser modelo había llegado pronto para aprovechar su juventud, sino que lo habían contratado en aquel sitio precisamente por eso. No por su experiencia como francotirador, como experto en armas de fuego y combate a nivel del suelo. Porque, al final, todo se reducía a que sabía seducir y usar sus propias armas —y eso, su jefe lo sabía a la perfección—.

Lo peor era que había luchado tanto por ello, por aceptarse como era físicamente. De niño era demasiado alto y solían burlarse de él, tirarle del pelo en clase y pintárselo con subrayadores de colores. Le había costado tanto deshacerse del acné de su rostro, gastando cientos de dólares en tratamientos y pastillas para su piel.

—Soy consciente. —Musitó, a regañadientes. Detuvo las caricias y el animal lo miró con curiosidad, demandando con sus ojos azulados más mimos.

—Asómate a la ventana. —Pidió su superior, aunque sabía que no era una petición. —Y repite lo mismo.

Chasqueó la lengua, sin molestarse en ocultar su descontento. Apartó al felino de su regazo, escuchando como maullaba, protestando. Se levantó, acercándose a la ventana del salón con algo de miedo, intimidado.

—Soy consciente.

Se apartó del ángulo de tiro tan pronto como advirtió la mirilla del arma brillando, en la azotea del edificio de enfrente, con la luz del Sol.

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—Lo mato, quiero matarlo y colgarlo de un árbol. —Gruñía, con el ceño fruncido y los ojos furiosos. —Agárrame, pienso pegarle una paliza.

Satoru tan sólo puso los ojos en blanco viendo cómo el otro observaba desde el recibidor, disimuladamente, al niño y su amigo. Lo agarró de la camiseta gris, tirando de él, llevándolo a rastras hasta el final del pasillo. Puso una mano en su espalda, instándole a entrar en la habitación y cerró tras de sí.

Rodeó su cintura con cariño, besando sus mejillas.

—Eres un exagerado de mierda. —Comentó, soltandolo al ver que se revolvía. Miró cómo se dejaba caer tumbado en la cama, mirando al techo y con los brazos extendidos. —Sólo están jugando, déjales.

—Están yendo demasiado rápido. —Toji puso una mueca, frustrado. Notó que su vecino se subía a horcajadas sobre él, con una ceja blanca alzada. —¡Se estaban tomando de la mano! Y, encima, el chaval apoyó la cabeza en el hombro de mi niño.

El padre del chiquillo acarició su cintura, sin apartar la mirada del techo, y apretó la mandíbula, molesto. Tendría que hablar con Megumi seriamente, explicarle que era normal que quisiera experimentar pero que, realmente, no sabía lo que hacía y que, en un futuro, podría arrepentirse.

Lo cierto era que no quería cortar la relación que mantenía con su amigo, sólo quería hacerle entender que las relaciones amorosas eran algo serio; que tomarse de la mano y darse besos no era algo con lo que jugar.

Y todo porque los había visto tomarse de la mano y apoyarse el uno en el otro. Tal vez había hecho una montaña de un grano de arena.

Trató de enfocarse en lo que tenía delante, en Gojō tumbándose sobre su cuerpo, separándole las piernas para acomodarse y reposar la cabeza en su abdomen, abrazándose a su cintura. El hombre llevaba una enorme sudadera azulada, aquellos ajustados pantalones negros, la nube blanca estaba despeinada. Parecía cansado.

—¿Estás bien? —Preguntó, acariciando aquella cabeza. Al principio, se sintió incómodo por la extraña postura, pero acabó por relajarse. —Estás muy callado.

—Claro. —Escuchó su tenue voz, sintiendo que alargaba un brazo para rozarle el pecho. —Espero que debajo de esto haya buenos músculos. —Susurró, acariciando la tela gris.

Toji lo subió a su altura, tomándole de las axilas como si fuera un crío pequeño. Habían decidido encerrarse para no molestar a su hijo y a su amigo, no querían interrumpir su película de dinosaurios o incomodarles con su presencia.

Lo tumbó sobre él, sintiendo que se abrazaba a su cuello con fuerza. Correspondió al abrazo con cariño, con aquellos suaves labios cubriendo los suyos. Sonrió, acariciando su rostro, abriendo los ojos mientras sus lenguas se enredaban, para admirar la escarcha de sus pestañas.

—¿Por qué estamos así? —Su vecino se apoyó a los lados de su cabeza, sintiendo cada línea de su cuerpo, cada límite, contra el propio.

—¿Qué? —Frunció el ceño, confuso. Aquellos ojos de hielo revelaban profundas dudas. —Porque me gustas y te quiero. —Vio que continuaba dudando y plantó un casto beso en su boca. —Eres muy atento y cariñoso; tu sonrisa es preciosa y adoro que seas tan divertido. Nos alegras a Megumi y a mí. Sabes ser relajado cuando la situación lo requiere y eres muy maduro, a pesar de que pienses lo contrario.

El rosa se extendió por aquellas níveas mejillas. El rubor cubrió su rostro con rapidez y volvió a aquellos labios ligeramente carnosos, sin decir nada. Porque era de aquellas personas que podía expresar de todo con gestos.

Y porque no había aludido a nada de su físico.

Dieron una vuelta por la cama, hacia un lado. Fushiguro lo atrapó entre él y el colchón, mordiendo, lamiendo y succionando con suavidad el cuello expuesto, inmiscuyendo una mano bajo la sudadera azulada.

Satoru se estremeció, con aquellos surcos de saliva formándose en su piel, los dientes resbalando por ella con delicadeza. Acarició el pelo negro, instándole a seguir, echando la cabeza hacia atrás con placer. Respiraba profundamente, tratando de olvidarlo todo.

Rodeó la cintura del otro con las piernas, pegándolo a sí mismo. Quería distraerse, necesitaba ser el idiota superficial que todo el mundo creía que era.

—Los niños están en el salón. —Toji acarició uno de sus muslos, llegando a la curvatura de su cintura, instándole a deshacer el agarre. —Copito de nieve.

Hizo un puchero frente a aquel apodo cariñoso. Nunca había pensado que algo así saldría de los labios del otro, de aquella cicatriz, del pelo liso y tan oscuro como la misma noche.

Estaba perdidamente enamorado y sólo quería llorar.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora