—No puedo meter a una pantera en una jaula para gatos. —Refunfuñó el hombre, dejándose caer sobre el sofá.
La luz de la Luna entraba por la ventana, iluminando parcialmente el salón. Sostenía en la diestra el móvil, frustrado por tener que escuchar la voz de su jefe.
—Conecta las dos neuronas que tienes, si no quieres acabar como lo hará él. —Se oyó al otro lado de la línea.
La llamada se cortó y soltó un gruñido. Arrojó el teléfono contra un cojín, enfadado. Alargó una mano para acariciar al animal, que dormía plácidamente a su izquierda, y deseó poder vivir igual de tranquilo.
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Toji Fushiguro cerró la puerta de entrada tras de sí y suspiró.
Por primera vez en mucho tiempo, estaba solo. Megumi se había quedado en casa de su mejor amigo para ver una película, un tal Itadori del que siempre le hablaba. Lo cierto era que le sorprendía que los padres del niño les hubieran dejado verse después de un pequeño encuentro incómodo, a principios de curso.
La madre del chaval trabajaba de bibliotecaria en la misma biblioteca donde solía llevar a su pequeña joya. Recordaba perfectamente cómo la mujer le había dicho al niño que no podía llevarse más de tres libros por tanda, y él, ni corto ni perezoso, le había amenazado con un puchero, alegando que su papi tenía una pistola.
Había tenido que deshacerse en disculpas y luego regañarlo por aquello. Al día siguiente, cuando había ido a buscarlo a la escuela —algo inusual—, había descubierto que la mujer era la madre del mejor amigo del chiquillo.
El cómo había averiguado Megumi que había un arma en casa, era una historia por la que casi había tenido que acabar en el hospital por cuatro infartos que casi le atacan.
Se descalzó, arrojando las botas a cualquier lado, sintiéndose parcialmente libre, como el adolescente irresponsable que, en el fondo, continuaba siendo. Debía de hacer algo si no quería acabar deprimido, como solía ocurrir. Le daba demasiadas vueltas a todo.
Decidido a limpiar toda la casa, con desinfectante incluido, un par de toques en su puerta lo alertaron. No sabía qué clase de persona llamaría a su jodida puerta a las once de la noche para interrumpir su velada.
—Ah, tú. —Soltó, descubriendo a su vecino al otro lado. Sólo podía haber un idiota que haría algo como aquello, y ese era Gojō. —¿Qué quieres?
Descalzo y con un pantalón de deporte gris que debía ser, como mínimo, un par de tallas más pequeño de lo que realmente usaba, Satoru carraspeó y se apoyó en el umbral, intentando parecer sensual, o alguna mierda extraña de las suyas.
—Me aburro. —Ronroneó, con una ligera sonrisa. Se atrevió a alzar una mano y hacer el amago de apoyarla en el pecho ajeno.
—El niño no está en casa, y no me toques. —Fushiguro puso una mueca y le dio un manotazo, alejando aquella acosadora mano de él.
Sintió ganas de patearle. Aún así, se retiró hacia dentro, dejando la puerta abierta como invitación. No perdía nada por pasar su —no tan valioso— tiempo con su —no tan— odioso vecino.
—¿Y dónde está Megumi? —Preguntó, curioso, cerrando la puerta tras de sí. No pudo evitar sentirse privilegiado por pasar a aquel apartamento, ya que siempre le había negado la entrada. Absorto en las cosas que veía, las paredes pintadas de un suave color crema, la limpieza y orden del lugar, el albino chocó con Toji, soltando una pequeña queja.
—No es de tu incumbencia. —Gruñó Fushiguro, yendo a su habitación para dejar la chaqueta de cuero que aún llevaba.
Se la quitó frente al espejo, que estaba puesto en la puerta del armario, dejando ver una camiseta con el logo de cualquier grupo de música rock. Encontró a Satoru observando la habitación, entrando en ella como si fuera su estúpida casa.
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Daddy's got a gun || TojiSato
FanfictionLas cicatrices de su cuerpo podían contar mil historias distintas, era capaz de realizar cualquier encargo y trabajo sucio sin problema alguno. Sin embargo, era un desastre tratando de cuidar de su hijo. Perderlo en el supermercado o en el parque er...