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Satoru detuvo el coche frente a la entrada del colegio.

Tenía un tic nervioso en la pierna, viendo la pantalla de su teléfono, sobre el asiento del copiloto, iluminándose. El nombre de su jefe prevalecía en su cabeza de la misma forma en que se mostraba en el aparato. Alargó un brazo, con aquella camisa blanca y el rostro aún húmedo del desmaquillante que le habían aplicado, una hora antes, cuando estaba en plena sesión de fotografía.

Apagó el móvil y lo metió en uno de sus bolsillos, tamborileando los dedos sobre el volante.

La molesta campana del colegio se hizo oír con estrépito y, escasos segundos más tarde, numerosos críos salían por la gran puerta. Bajó la ventanilla del vehículo y deslizó ligeramente hacia abajo las gafas negras, sobre el puente de su nariz. Apretó los labios, tratando de buscar entre toda aquella horda al niño de su amigo, aunque no sabía si aquella palabra era la adecuada.

Varios padres esperaban a sus hijos en la entrada, en la verja roja, y los recibían con fuertes abrazos y besos en la frente. No pudo evitar pensar que Megumi no solía tener aquello al salir de clase, sino que la mayoría de veces debía de volver andando a casa, solo. Personalmente, adoraba ver una pequeña sonrisa en aquel rostro de mejillas redondas y labios felices. Nunca sería capaz de destrozar ese estado de ánimo, cuando se sentaba en el sofá, con el gato en el regazo, o pedía un té caliente educadamente —no como su padre—.

Exhaló un suspiro, buscando con la mirada una cabeza negra. Sonrió al verlo saliendo por la puerta del edificio, junto a otro niño. Lo reconocía, era el chiquillo de los guantes de color celeste, con el pelo castaño y llamativas expresiones y gestos. Megumi y él hablaban con confianza, tomándose de la mano en determinado momento, balanceando el tierno agarre de un lado a otro, divirtiéndose.

Y se quedaron junto a la verja rojiza, charlando, riéndose en voz baja, como si estuvieran contándose algún secreto o hablando de algo realmente íntimo. Reconocía de lejos el leve sonrojo de las mejillas de ambos, los ojos brillantes que titilaban con gracia. Gojō alzó una ceja, dubitativo, esperando pacientemente a que el niño se diera cuenta de que estaba al otro lado de la carretera.

Ya le había avisado de que iba a ir a recogerle cuando saliera de clase, pero no tenía prisa alguna. Comerían juntos, seguramente verían una película infantil por la noche y luego lo arroparía y le diría que lo quería. Y aquello era verdad, de la misma manera en que quería a Toji.

Trató de no pensar en ello, repentinamente incómodo por el recuerdo del nombre en la pantalla de su teléfono.

—Pero... —Una expresión de sorpresa se abrió paso en su rostro al presenciar la escena. Incluso creyó ponerse rojo y se quitó las gafas para ver aquello mejor. —Vaya con el chiquillo.

Megumi cerró los ojos, poniendo las manos detrás de la espalda e inclinándose un poco hacia delante; su amigo también cerraba los ojos, sonriendo, recibiendo aquel pequeño e inocente beso sobre sus labios.

Cuando el niño subió al coche, tenía las mejillas tintadas de rosa, unas manoplas celestes en sus delicadas manos.

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Toji frunció el ceño, quejándose internamente de que su vecino ocupara todo el jodido sofá, tumbado boca abajo y tapado con una manta verdosa. Parecía cansado.

—Vas a arrugar tu camisa, idiota. —Soltó, sentándose sin delicadeza alguna sobre su espalda.

Satoru refunfuñó por lo bajo, lo estaba aplastando, pero no le disgustaba del todo el hecho de que estuviera encima de él. Fushiguro acabó por quitarse, viendo cómo el hombre se daba la vuelta y levantaba la manta, palmeando a su lado para instarle a tumbarse, con una sonrisa seductora.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora