09

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Megumi apuntó con el arma, dudando, al espejo del baño.

—Los hombros y la espalda tienen que estar rectos. —Comentó su padre, arreglando aquel problema. —Los brazos más arriba, sujétala bien y con fuerza.

El pequeño hizo caso, sintiendo que la fría pistola se volvía cada vez más cálida con su piel. El corazón comenzó a latirle con rapidez, no podía dejar de mirar al hombre a través del reflejo.

—¿Así? —Preguntó en voz baja, cerrando un ojo y fingiendo que apuntaba a un objetivo.

—Adelanta un poco esta pierna. Eso es. —Concentrado, Fushiguro dio el visto bueno a la postura, mirándolo desde distintos ángulos. —El retroceso es muy brusco, por eso debes sujetarla bien. —Añadió, inclinándose hasta quedar a la altura del hombro del niño, cruzando sus miradas en el espejo. —Aprieta el gatillo.

Su hijo se negó, visiblemente inquieto. Apretó los labios, acariciándole el pelo con brevedad.

—Sólo tienes que apretarlo. —Lo instó a hacerlo, poniendo una mano sobre la del menor.

—No puedo. —Decía el chiquillo, respirando con rapidez. Recorría con sus pupilas asustadas la ropa negra de su padre, su propia sudadera verde, con el dibujo de un perro.

Toji puso el dedo sobre el suyo y presionó para disparar. El cuerpo de su hijo se relajó al instante al comprobar que no había bala alguna que pudiera salir.

—No te preocupes, lo has hecho bien. —Lo tranquilizó, viendo cómo jugaba con el arma pasándola de un lado a otro, viendo cuánto pesaba en sus pequeñas manos.

Megumi acarició el cañón con curiosidad. Cuando había aceptado la proposición de aprender a usarla, no había pensando en que sería tan aterrador. Sin embargo, aquel objeto era inofensivo en aquel momento.

Se la tendió a su padre con una pequeña sonrisa. Siempre, desde que había descubierto que había un arma en casa, había querido que le enseñara. El mayor la tomó con confianza, como si fuera un tacto habitual y cotidiano.

Lo siguió hasta su habitación y fue a sentarse en la enorme cama, mirando con atención.

—Puedes usarla siempre y cuando alguien te quiera hacer daño. —El mayor la escondió en un cajón que portaba gruesas sudaderas y prendas de invierno. El bulto apenas podía verse.

—¿Y si alguien quiere hacerte daño a ti? —Preguntó, moviendo las piernas enfundadas en unos vaqueros azules. Sus pies descalzos ni siquiera llegaban a tocar el suelo.

El armario se cerró y su padre se giró para mirarle, severo, aunque luego relajó la expresión.

Le había dicho de no ir a clase aquel día y había aprovechado para tomar la decisión de enseñarle cómo disparar su pistola. Podría ser un irresponsable de mierda pero, al menos, Megumi estaría a salvo si alguien irrumpía para hacerle cualquier cosa. Sin embargo, lo último que deseaba era que conociera la sensación de haber quitado una vida.

Aún le inquietaban sus palabras, su pequeño rostro empapado en terror cuando le había rogado que le creyera, que era cierto aquello de que un hombre había estado siguiéndole.

No tenía idea de cómo se habían enterado de que tenía un hijo.

—A mí nadie me hará nada. —Se sentó a su lado, pegándole a su costado con cariño. Depositó un beso entre su pelo negro que olía a champú. —Y, si llega a darse el caso, sólo sal de aquí. No te preocupes por mí.

El niño cerró los ojos, abrazándolo, escuchando su corazón latir al otro lado de la camiseta negra.

—Y no se lo puedes contar a nadie. —Añadió su padre. Alzó la cabeza, interrogante, pero el hombre se le adelantó. Ya sabía lo que iba a decir, pero ya no le molestaba. —Tampoco a Satoru.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora