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Toji Fushiguro podía ser muchas cosas. Las cicatrices de su cuerpo podían contar mil historias de las que, en verdad, no estaba orgulloso.

Podía matar a cualquier desgraciado con un hilo de nylon por un par de monedas, o asegurarse de que cierta persona no abriera la boca más de la cuenta. Era de aquellos que hacían el trabajo que los demás rechazan, sí, de los que no le importaba mancharse las manos si eso le daba un buen salario.

No era ningún sicario, no. Nunca le gustaron las cosas ilegales. Sencillamente, al Gobierno le solía dar bastante pereza acabar con tal o cual asunto, y él era la persona perfecta para aquel tipo de tareas.

—Papá, ¿dónde está mi peluche?

Y, a pesar de parecer un tipo horrible, realmente adoraba a la única cosa que tenía en aquel mundo despiadado y cruel. El pequeño Megumi revoloteaba a su alrededor, moviendo trastos, buscando entre los cojines del sofá en busca del peluche con el que dormía.

Era su mayor tesoro, por muy inútil que fuera cuidándolo, arropándolo o dándole consejos. No iba a mentir, ser padre era de lo más agotador, y más si la criatura en cuestión era tan joven.

Su pequeño diamante, tan delgado e inocente; con sus mismos ojos y su mismo pelo de azabache. Era la única persona por la que no le importaría morir o perder un brazo, o una pierna, todo. No le importaba perderlo todo si era por el bien de su hijo.

Sin embargo, el encargo de un nuevo y complicado caso lo llevaba por la senda de la desesperación. Quería pasar más tiempo con él, jugar al escondite y dejar que pintara su rostro con rotuladores de colores.

Y la llegada de aquel extraño a su edificio no hizo más que enturbiar las cosas.

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N/A: En esta historia Satoru y Toji tendrán la misma edad.
¡Ojalá os guste!

Atte: Iskari

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora