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Satoru rio por lo bajo, sintiendo que su compañero subía hacia donde estaba él, incómodo.

—No te rías, idiota. —Fushiguro le metió un golpe amistoso en el hombro, avergonzado. —Nunca lo he hecho con un hombre.

—Perdón. —El albino se tapó la boca, con una ligera risita. Recordar aquella lengua deslizarse con inexperiencia sobre su miembro, como si fuera una paleta de helado, le había causado ternura. —No te preocupes, déjamelo todo a mí.

Se inclinó, para sacar del cajón de la mesita de noche, a oscuras, un bote y lo que parecía un pequeño sobre cuadrado. Tomó las manos del otro y lo puso en ellas, instándole a palpar lo que era.

—¿Qué...?

—Lo guardé aquí hace no mucho. —Susurró, acariciando una de sus mejillas. Se subió sobre su regazo, a horcajadas, besando su pelo negro. —Ya te he dicho que hago cosas por las noches.

Toji se tragó sus palabras, tanteando los pantalones casi bajados del hombre. Le hubiese gustado pedir permiso con la mirada, pero no podía verlo. Tenía ganas de encender la luz, de mirar su piel contra la suya, sus pestañas tan de cerca; el problema era que no quería que Gojō le viera a él, todas las cicatrices de su torso y su espalda. Las odiaba.

—Quítamelo. —Pidió el albino, afianzando sus manos con las propias, al borde de su pijama. —Quítamelo todo.

No pudo resistirse ante aquel todo de voz, ante aquella voz ronca que susurraba, mordiéndole el lóbulo de la oreja, bajando la lengua por su cuello. Se podría decir que, prácticamente, arrancó las prendas, complemente encendido por aquello.

Ambos se quedaron con el frío queriendo calar en sus cuerpos desnudos. Sin embargo, lo único que sentían era calor, ardor en las palabras, en los gestos y en aquellos muslos que le rodeaban. Acarició aquella cintura, con la suavidad por debajo de las yemas de sus dedos.

De repente, escuchó un chasquido. Le llegó un tenue olor a frutas y luces neón y suspiró, notando que Satoru tomaba su mano y vertía el contenido en ella; empapaba sus dedos, besándole con ansia, balanceándose sobre su regazo desnudo.

No entendió lo que quería hacer con su mano, hasta que el hombre se alzó sobre sus rodillas, llevando sus dedos hacia su trasero. Pegó un respingo, por puro instinto.

—Tranquilo. —Gojō le besó, hundiendo su lengua entre sus labios. —No me vas a hacer daño.

Le resultaba bonito que supiera lo que estaba pensando.

Se calmó, relajó los músculos y dejó que el otro se preparara con los viscosos dedos de su mano. Soltó un suspiro, sintiendo que los frotaba contra su entrada, lubricando el lugar antes de hundir un poco la punta de su índice.

—¿Seguro? —Cuestionó, tenerlo encima haciendo eso le resultaba extraño. También la sensación de su entrada contra la yema de su dedo.

El hombre asintió, soltando un quejido, separando más las piernas. Sabía que Fushiguro estaba preocupado por la integridad de su trasero, pero lo calmaba con repetidos besos por todo su rostro.

No se arrepentía de no haberle asesinado. Nunca habría podido hacerlo, nunca lo haría. Quería dimitir de aquel trabajo de mierda, había querido hacerlo desde el principio, desde la noche del chupito de anís, desde el niño jugando con el gato.

Ah, el niño.

Se tapó su propia boca, impidiendo que sus quejidos salieran, con aquel dedo en su interior, moviéndose con curiosidad. Al principio, subía y bajaba sobre el dígito, pero Toji pareció confiarse lo suficiente como para tomarlo de los hombros y tumbarlo sobre el colchón por delicadeza.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora