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—No tienes buena cara.

Tres días, tres jodidos días su hijo había estado vagando de un piso a otro, picando a aquella odiosa puerta para jugar al ajedrez o para pasar el rato.

Y, a pesar de que la mayoría del tiempo hubiera estado trabajando, se sentía apartado. Traicionado. Además, no había conseguido encontrar aquel estúpido manifiesto del que el Gobierno tenía tanto miedo y pronto tendría que informar de que se había quedado estancado. Su reputación provocaba que se esperasen resultados rápidos que, en aquella situación, no podía dar.

—Cierra la puta boca, ni siquiera te he preguntado. —Bufó, sorbiendo un poco del té rojo que el otro había preparado para él.

Megumi se había quedado en el sofá viendo dibujos animados, sepultado bajo una manta enorme y con el gato durmiendo en el regazo, ronroneando como una jodida locomotora. Estaba hastiado, irritado porque sabía que algo se le escapaba de toda aquella situación.

Se llevó una mano a la frente, evitando hacer contacto con los —estúpidos, odiosos, realmente no eran tan bonitos— ojos de Satoru, que lo escuadriñaba con suma atención desde el otro lado de la mesa de la cocina.

—¿Siempre eres tan intenso? —Preguntó su vecino, dejando la taza sobre la superficie.

Toji se encogió de hombros, frustrado por absolutamente todo. Necesitaba descansar, desconectar, tirarse sobre la cama o de un quinto, le daba absolutamente igual. Jugueteó con el asa de la taza, haciendo sonar sus uñas contra la cerámica de colores, perdiendo la mirada en ella como si fuera algo interesante.

A decir verdad no le disgustaba del todo aquello. Su hijo tenía con quien estar cuando él no estaba en casa y tenía toda la diversión del mundo con el animal, con el tablero de ajedrez o lo que fuera. Lo veía más animado, feliz. Y, si Megumi era feliz, estaba obligado a asegurarse de que continuara así, aunque ello supusiera intentar entablar una conversación mínimamente pacífica y socializar. Aquello siempre se le había dado mal.

—Problemas en el trabajo. —Se limitó a soltar, ignorando aquel espacio de un par de incómodos segundos en los que había dado de largas al otro.

Satoru sonrió y se levantó para arrimar la puerta. Todos sus sentidos se alertaron con el gesto y su corazón empezó a bombear más de lo estrictamente necesario. Tan irritado estaba, que era capaz de saltar por el más mínimo ruido o estímulo.

Pero el hombre no hizo otra cosa más que acercarse a la alacena y abrir la parte más alta para sacar una botella. Gojō lo miró, alzando una ceja con una expresión pícara.

—No bebo. —Se defendió al instante, pensando en todo el tiempo que había estado sin hacerlo. Personalmente, prefería el tabaco antes que emborracharse.

No era de aquellos que caían con la primera ronda, pero sí solía dolerle la cabeza cuando lo hacía y sentirse extraño, casi despersonalizado. En cambio, fumar salía más barato y duradero, además de que no perdía el control haciéndolo. Tenía un par de paquetes de cigarrillos escondidos por casa y fumaba cuando su hijo no estaba, procurando exhalar el aire siempre por la ventana para no dejar olor alguno.

No le gustaba que el pequeño pudiera ver sus malas facetas.

—Eres un amargado. —Se quejó su vecino, haciendo un puchero, o alguna mierda extraña que no entendió, con los labios. —Sólo uno, seguro que así lo olvidas.

No había nada que pudiera hacerle olvidar la preocupación constante de un balazo en la cabeza. Sin embargo, sólo asintió y se fijó en la manera que tenía su compañero —llamarlo amigo era demasiado— de inclinar la botella sobre dos pequeños vasos que sacó del mismo sitio.

Daddy's got a gun || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora