El deshumidificador

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Miro con tranquilidad la ropa tendida, no la veo, pero puedo sentir como la humedad que está a su alrededor se evapora. 

En esta casa, totalmente desnuda por dentro, sin muebles ni memorias, el frío penetra hasta los huesos, resquebrajándolos. Las estufas solo alcanzan a exhalar quejidos de una red eléctrica cansada, no caldean, no me calientan, no pueden.

El frío habita en esta casa.

Mi mayor aliado es un  deshumidificador deshumidificador que, vilmente, extrae el agua de la ropa, que se siente más ligera y se atreve a bailar con la gélida y densa brisa que junto a sus jinetes de sombras y penumbra, invade los dominios de la casa y se cuela por esa ventana destartalada.

Mis ojos que serpentean a través de la brisa, pueden vislumbrar, allí fuera, otra realidad, más verde, más viva; de montes, caballos y pastos con sabor a verano. Pero no es mi realidad.

El deshumidificador va evaporando mi agua, y me siento marchito.
Danzo, como las prendas tendidas; pero sigo teniendo esa humedad dentro que me hace ser  pesado;
y si me ayudan,
si me van secando y la brisa me mece entre la neblina,
si empiezo a ver detrás de esa ventana,
tengo miedo. 

Estoy tendido, la humedad me cala hasta los huesos, pero estas cuerdas del tendal no pueden con mi peso ni con mi pesar.
Y si en la densa brisa me caigo y en el suelo me quedo, inmóvil, sin gloria,
 con este velo de relente que porto,
sofocando mi historia. 

Me iré convirtiendo, 
                                                        como la casa,  

en un recipiente,
                                               frío y sin memoria.

Enero color Azabache.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora