Hacía varias semanas que Hermione había llegado a su casa, lo primero que hizo fue ir al cementerio a encontrar las tumbas de sus padres, no había podido ir al entierro porque siendo menor las autoridades se la llevarían a un centro hasta que cumpliera la mayoría de edad, y ése hecho le estaba pesando en la conciencia como el duro mármol, pero ella creía que después de tres meses sin levantar sospechas ya no habría problema, seguramente pensarían que estaría viviendo con algún familiar o tutor legal, por lo que no le preocupó volver a su barrio muggle, ni estar a la vista de todo el mundo, si alguien le preguntaba diría que un pariente la estaba cuidando.
Yacía tumbada en su cama pensando en cómo les cambió la vida a todos la ultima batalla, el colegio no tuvo más remedio que cerrar, Demasiados muertos.
Sus padres ya no estaban, una gran crisis azotaba allí por donde asomaba la cabeza, pero por otra parte el mundo mágico y el mundo muggles estaban haciendo las paces.
Los que discriminaban por la pureza de la sangre estaban siendo encarcelados, y nuevas leyes se habían creado en favor de la unión del mundo mágico y el muggle.
El ministerio estaba tan obsesionado con la paz que creó un nuevo departamento con jueces y legisladores de la comúnmente llamada - Alianza por la Paz -. A Hermione le parecían bien todos esos cambios y que el ministro en persona se estuviera implicando tanto en erradicar el racismo y las exclusiones por sangre, aunque desconocía en su mayoría la dureza de alguna de sus leyes.
Ella ayudó a sus amigos a proteger el mundo mágico y el no mágico de los mortífagos, entre todos lograron vencer al Señor Tenebroso y a sus secuaces, el precio fueron las vidas de muchos seres queridos... fue su peor pesadilla. Se encerró en sí misma y se alejó de todo el mundo.
Se sentía sola, herida, se sentía como si ella misma fuera un espectro, no estaba logrando recuperar todo el peso que había perdido, pasó varios días sin comer, tampoco sabía cocinar, lo poquito que podía preparar lo había aprendido de los prácticos libros de cocina de su madre, pero no es que estuviera muy interesada ni en cocinar ni en atenderse a sí misma.
Estaba completamente sola y nadie debía saberlo, ni en su mundo ni en el mágico. Ése era el trato que acordó con Molly, ella no diría nada de su paradero, y a cambio ella haría todo lo posible por recuperarse, en cuanto estuviera mejor volvería a la madriguera con los demás.
Si se enteraban en el mundo muggle ya sabía la respuesta, olvidarse de la magia al menos hasta los dieciocho años. Demasiado tiempo para ella, y en ese trance podría ser que le tocara vivir malas situaciones, alguna vez oyó hablar de esos centros de menores en los que los internos sufrían todo tipo de maltratos y humillaciones.
Y si se enteraban en el mundo mágico podían sancionar a los Weasley que eran quienes decidieron hacerse cargo de ella formalmente, ante el ministerio.
Hermione no podía permitir que eso sucediera, los quería mucho a todos y les estaría eternamente agradecida por haberla cuidado y protegido como a un miembro más de su familia. Aparte de la sanción impuesta, lo siguiente sería que se les retiraría su tutela.
Eso le daba miedo, le daba pánico caer en manos de gente que fingía ser amiga de los muggles, le daba miedo ser maltratada tanto por unos como por otros, y necesitaba estar en su casa, con sus cosas, con sus recuerdos, como si en cualquier momento sus padres fueran a volver.
Ella sabia que no volverían, se le partía el corazón, los extrañaba.
Añoraba las caricias de su madre cuando la despertaba cada mañana, los abrazos de su padre, estar con ellos simplemente mientras leían en el salón o tocaban música... extrañaba la comida de su madre, el olor de su piel, las conversaciones con sus padres. Entonces el dolor era tan inmenso que se tapaba la cara con la almohada y ahogaba su llanto para que nadie la oyera, así... día tras día.
La casa estaba intacta, tal y como la dejaron sus padres por ultima vez, ella no quería tocar nada, no podía. Aún estaban en la habitación de sus padres sus zapatillas recién quitadas de por la mañana, justo en el mismo lugar. Sus pijamas a medio doblar en la silla, la huella de sus cuerpos en la cama tendida, como si se hubieran sentado antes de salir. En el salón seguían sobre un libro abierto las gafas de su padre, en el sofá una manta de lana con la que se había cubierto su madre, todavía podía sentirse su olor en ella, toda la casa centímetro a centímetro estaba como si el tiempo la hubiera detenido en aquel fatídico día.
Ya no le quedaba dinero y tenía muy poca comida. Su gato se había ido, ya no le daba de comer.
—No puedo seguir así... —decía para si misma—, no puedo hundirme mas... —sabía que tenía que conseguir un empleo para sobrevivir, aunque poco le importaba.
La casa de sus padres estaba pagada, así que solo tendría que hacerse cargo de las facturas del agua, la luz y su comida, lo básico de una casa para sobrevivir, pero tenía que tener cuidado, nadie debía saber que vivía sin un adulto que la cuidara.
Lo tenía todo muy bien pensado, diría que necesitaba colaborar en casa con los gastos, diría que un pariente se estaba ocupando de ella, y que tenía el permiso para trabajar. Era un hecho que sus padres no estarían de acuerdo, ellos querrían que alguien la cuidara y la quisiera hasta que fuera suficientemente fuerte para valerse por sí misma, siempre quisieron lo mejor para ella.
Dejó de llorar y se levanto de la cama con pesadez, despacio se dirigió al baño y se lavó la cara, se peinó y se hizo una coleta. Tendió su cama y puso en orden toda su habitación, estaba decidida a sobrevivir.
Ella, Harry y Ron habían derrotado a Voldemort, ellos sobrevivieron, Hermione tendría que hacerlo también, si fue capaz de enfrentarse al Señor Tenebroso, volvería a ponerse en pie, volvería a ser alguien, se lo debía a sus padres.
Estuvo varias horas limpiado toda la casa, lavó toda la ropa, y recogió el desorden del salón. La casa se sentía solitaria, pero parecía como si sus padres solo hubieran salido a hacer alguna cosa.
Estaba terriblemente sudada así que se dio una ducha, se vistió con ropa limpia y se peinó lo mejor que pudo, quiso que se le secara el pelo al aire por lo que se lo dejó suelto. Se sentía algo mareada, y entonces recordó que llevaba cuatro días sin comer.
Bajó a la cocina y abrió la nevera, lo había tirado casi todo por estar caducado, abrió los estantes y lo mismo... quedaba algo de café, y un paquete de galletas saladas —suficiente —dijo para sí.
Preparó un café y se comió todo el paquete de galletas, tenía muchísima hambre, —uf... que ardor... —murmuró.
Miró otra vez y encontró un paquetito de patatas fritas que también se comió, después del refrigerio se cepilló los dientes, agarró su bolso y salió de casa en busca de un empleo, debía encontrarlo como fuera, cogería lo que le saliera. Se acordó de que a una manzana de distancia vivía una familia que trataban con empresas japonesas pero claro, todos los documentos estaban en japonés y no entendían nada. Nunca contrataban traductores durante mucho tiempo, ya que el idioma era complejo, y la mayoría les cobraba una fortuna. Hermione sabía japonés desde Hogwarts por Cho, ambas eran muy buenas amigas.
Alguna vez al pasar por dicha calle se fijó en los carteles pegados en la puerta de, “Se necesitan traductores de japonés”. Esperaba que todavía necesitaran a alguien.
...
No había salido en casi dos meses de su casa, se sentía rara... sin embargo la invadía una sensación de calidez, como si sus padres la apoyaran en su camino. El día estaba despejado aunque la luz era débil para darle algo de calor, se arrepintió de no llevar puesta su chaqueta, pues comenzó a tener bastante frío. Por fin llego a la entrada de la casa y comprobó que seguía pegado aquel cartel, tocó el timbre y unos segundos después abrió la puerta una mujer de mediana edad que discutía por el móvil:
—No Chals... no me ha dado tiempo a hacerlo ¿vale? —decía con voz cansina—, ya sé que estoy sobre el tiempo, ¿crees que no me doy cuenta?, espera un momento ¿quieres...?, dime cielo —preguntó la señora a Hermione mientras sujetaba el teléfono en su oído. Hermione se aclaró la garganta antes de presentarse.
—Soy... su vecina de la manzana anterior, quisiera saber si aún necesitan un traductor de japonés.
—Pues sí la verdad es que sí... seguimos buscando a alguien, ¿tú conoces a alguien?.
—Pues sí... yo misma, puedo traducir cualquier cosa.
—¿En serio...?, veras cariño son cosas bastante importantes, no son cosas de colegio y tonterías ¿me entiendes?, son documentos importantes y necesitamos una persona fija que pueda cumplir un mínimo de horas diarias, ¿comprendes?.
—Sí señora comprendo muy bien, hablo japonés perfectamente y lo escribo perfectamente también, y puedo venir todos los días —en realidad no hablaba ni escribía el idioma a la perfección, pero prefirió omitir ese detalle ya que, se defendía bastante.
—¿Y qué dicen tus padres?.
—Em... estoy... con mi tía, y ella me habló del anuncio y dice que ya tengo edad para tener responsabilidades.
—¿Y qué edad tienes cariño?.
—Diecis... cumplo dieciocho dentro de poco.
—vaya... creí que tendrías quince o dieciséis, pareces más joven... bueno... veras, te haré una prueba ¿de acuerdo? y el pago será por horas. Hora trabajada, hora pagada, ¿te parece bien?.
—Me parece bien —Hermione estaba algo nerviosa y empezaba a tiritar, por lo que se frotaba los brazos, la señora se dio cuenta.
—¡Uy! perdón... pero pasa criatura... debes de estar helada.
La mujer hizo pasar a Hermione al salón donde estaban esparcidos por todas las mesas mil documentos desordenados, Hermione les echó un pequeño vistazo y se alegro de lo fácil que era, se sentó en una silla y cogió un paquete de folios para empezar a traducir de manera rápida y eficaz.
A la hora ya llevaba 1000 páginas traducidas, la señora que había dejado de discutir por teléfono a causa de la tardanza de los documentos se quedó impresionada, alzó las cejas y le sonrió ampliamente.
—¡Eres genial!, y sólo has tardado... ¿cuarenta minutos? —preguntó a Hermione sorprendida.
—Una hora exacta señora —respondió sonriendo levemente.
—Maravilloso, por cierto ¿cómo te llamas?.
—Hermione Granger.
—Yo soy Susane Dale, pero llámame Susane.
—De acuerdo señora Susan.
—Susane... —rió conmovida—, nada de señora querida, tengo menos de cincuenta años, no me envejezcas prematuramente... sólo Susane. Por cierto Hermione ¿quieres quedarte a comer?.
—Oh pues... sí, muchas gracias.
—Bien, yo iré a preparar algo de comer, tú sigue con lo tuyo ¿te parece, cielo?.
—Sí, no hay problema.
Pasó otra hora y Hermione tradujo mil quinientas páginas, las dejó perfectamente organizadas en una mesita, después se sentaron a comer juntas, cosa que agradeció mucho porque seguía con hambre, claro que Susane le llenó el plato según terminó y estaba dispuesta a hacerla repetir. Hermione se encontraba mejor, ya tenia trabajo, ya podía mantenerse.
Terminó su labor a las cuatro y acordaron verse para el día siguiente a las seis en punto, trabajaría por las tardes y así tendría la tapadera cubierta de que estaba estudiando, y ya de paso repasaría las últimas lecciones por las mañanas en su tiempo libre.
Al acabar su primera jornada laboral, fue directamente al supermercado a comprar algo de comida para la semana con lo que había ganado, y algunas cosas para la casa. Se sentía bien, su tristeza empezaba a convertirse en únicamente soledad, sabía que no debía deprimirse, no debía volver a hundirse si quería sobrevivir.
Llegó a su casa y por primera vez en meses encendió el televisor, era como si sus padres estuvieran otra vez con ella, como si se encontraran arriba en su habitación y ella abajo viendo la tele como cientos de veces. Cogió un libro de cocina de su madre y trato de preparar una receta, se hizo una tortilla francesa y una sopa de sobre, cortó varias rebanadas de pan y les añadió rodajas de tomate y lonchas de queso. Terminó de preparar la comida y se sirvió en la mesa, cuando se disponía a comer, sintió un escalofrío que la recorrió de la cabeza a los pies, no le gustaba nada, fue como si alguien más estuviera allí, como si la observaran.
Apagó el televisor y guardó los platos de comida en la nevera, no podía comer, notaba que la acechaban, subió la escalera se metió en su habitación con la puerta cerrada y se sentó en la cama. Todo estaba en silencio, justo como antes de que hubiera salido, no escuchaba ni el más mínimo ruido, pero sabía que soplaba una gran brisa que movía con fuerza las copas de los árboles, los miraba por la ventana, estaba algo asustada, «¿y si trataban de entrar ladrones?, ¿o quizá un asesino? ¿o un loco?» pensó, luego se respondió a sí misma —Hermione, tus amigos y tú habéis derrotado al Señor Tenebroso y a todo su ejercito de mortífagos, ¿y ahora tienes miedo de unos ladrones? —pero la verdad es que se sentía cada vez más asustada, ya no estaba con sus amigos, ahora estaba sola.
Antes, en Hogwarts se encontraba rodeada de más de mil personas, y en la madriguera estaban Harry y toda la familia Weasley. Antes de que murieran sus padres, de alguna manera aunque no estuvieran cerca de ella, se sentía segura con la certeza de que siempre los encontraría en casa, contaba con su apoyo y su protección, pero ahora ya no estaban, tampoco estaban ni Harry ni los Weasley.
Se había quedado completamente sola.
No pudo dormirse hasta altas horas de la madrugada por culpa del miedo y los nervios, pero cuando por fin cerro los ojos cayo profundamente dormida, y tuvo un sueño que le dio la fuerza y el animo que necesitaba.
Soñó con sus padres, ellos la abrazaban y besaban como cuando era una niña, le decían lo orgullosos que estaban de ella, que aunque en el mundo terrenal ya no estuvieran a su lado, debía recordar que siempre estarían con ella, que no se sintiera triste por ellos porque estaban bien, estaban en paz. Más bien debía preocuparse por su futuro, debía salir adelante y seguir con sus estudios, ser buena en lo que realmente le gustaba que era la magia.
Hermione en el sueño les contaba todo lo que le estaba pasando pero ellos ya lo sabían, su padre la abrazo y le dijo:
—Pequeña... eres nuestro orgullo, pero tienes que prometernos que seguirás estudiando y que te cuidarás mucho, que serás tan buena alumna como siempre, nosotros estaremos a tu lado aunque no nos veas.
—Os lo prometo —les respondió Hermione, abrazándolos.
Eso lo dijo en voz alta y entonces se despertó, se despertó viendo en su mesita de noche una foto de sus padres, la agarró, la besó y les dijo —mamá, papá, os prometo que seré alguien en la vida, haré hasta lo imposible por seguir estudiando magia, no os decepcionaré, seré fuerte otra vez, lo haré por vosotros.
...
Llevaba un par de semanas trabajando y en casi todo momento sentía que la observaban, tenía esa desagradable sensación mientras desempeñaba su labor, la tenía en la calle mientras andaba rodeada de gente, la tenía mientras hacía la compra en el supermercado y la tenía a todas horas en su casa.
Hasta los últimos días que dejo de tener esa sensación y por fin respiro aliviada, no supo que hacer, nadie debía descubrir su secreto o la suerte le cambiaría mucho.
Ese día salió del trabajo un poco más temprano y fue a comer a una cafetería de su barrio, se encontró con varios vecinos y amigos de sus padres, que le preguntaron cómo seguía ella después del desgraciado accidente y con quién estaba viviendo en ése momento, a lo que ella respondía que estaba mucho mejor, y que una tía lejana se estaba haciendo cargo de ella y de la casa, y que para que se distrajera y se recuperara antes, le permitía hacer actividades por la tarde como traducir idiomas.
—Lo has debido de pasar muy mal querida... suerte que está tu tía contigo cuidándote, ¿así que trabajas por las tardes? sin duda eres una jovencita muy responsable, ¿pero cuántos años tienes, quince...?.
—Tengo dieciséis señora Ribs, casi diecisiete.
—Seguro que tu tía y tus padres allí donde estén estarán muy orgullosos de ti...
A Hermione se le borro un poco la sonrisa y se le llenaron los ojos de lágrimas al oír aquello, pero al recordar su sueño recuperó nuevamente la sonrisa, sabía que sus padres la querían y se sentían orgullosos de ella. Desde el cielo la animaban a seguir adelante.
Terminó de comer y se dirigió a su casa tranquilamente, al entrar en ella y cerrar la puerta se encontró con una carta en el suelo, —que raro... hace meses que no recibo ninguna carta... —se dijo a sí misma. Todos los miembros de la familia Weasley le habían escrito cada día, durante dos meses, aunque ella por su depresión no tenía ánimo de responderles, y poco después dejaron de escribirle. La última carta que recibió fue de Ron, diciéndole que era el amor de su vida y que siempre la esperaría, que entendía que necesitaba tiempo y algo de soledad, así que no le volverían a escribir hasta que ella diera el primer paso para el acercamiento.
Al coger la carta del suelo, se dio cuenta de que era papel de pergamino. Tenía un extraño sello de lacre, —vaya... ¿las oficinas de Hogwarts? —se preguntó muy sorprendida. Abrió la carta con rapidez y la leyó detenidamente.
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Enamorarse del enemigo
أدب الهواةÉsta historia comienza poco después de la gran batalla contra el Señor Tenebroso, la guerra ha finalizado, Voldemort y sus secuaces han sido derrotados, muchas vidas se han perdido en el camino, y el colegio Hogwarts, en ruinas, ha tenido que cerrar...