El chantaje

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Hermione recogió la carta del suelo y la leyó detenidamente:



Central de oficinas del colegio Hogwarts de magia y hechicería para magos y brujas.

Desde la dirección de la central de oficinas del colegio Hogwarts de magia y hechicería para jóvenes magos y brujas, se le comunica a la alumna Hermione Jane Granger, de dicho colegio, que debe de inmediato, sin demora ni objeción alguna, acudir esta misma tarde al despacho de la directora Minerva McGonagall.

Un oficial de la central, se personará en su domicilio en breve para traerla hasta las oficinas. Mientras tanto sin excusa ni resistencia de ninguna clase, espere en el interior de su domicilio.

Atentamente: Dirección general de la central de oficinas del colegio Hogwarts.



—Qué extraño... —murmuró. Se quedó un momento pensativa y volvió a mirar la carta por encima, Hermione ignoraba que Hogwarts tuviera oficinas, pero sería de los más normal y correcto tenerlas si querían volver a abrirlo rápidamente

«Seguro que van a abrir Hogwarts dentro de poco... » pensó bastante animada —¡estarán llamando ya, a todos los alumnos para que se incorporen a las clases! —dijo en voz alta algo contenta. Subió corriendo las escaleras hasta su dormitorio, entró y buscó en su armario su antiguo baúl, se sentó cómodamente en el suelo, lo abrió y sacó todo lo que había en su interior, estaba pensando que lo más probable fuese que los alumnos comenzaran las clases en una semana o dos como máximo.

Ella era una muchacha muy organizada y debía tenerlo todo perfectamente preparado, no quería dejar las cosas para el último momento, y en realidad era algo que no solía hacer nunca.

Una vez vaciado el baúl, lo limpió bien con un trapo y acomodó sus libros y utensilios académicos, también los cuadernos, su balanza, varias plumas, el tintero con la cajita de tinta... y claro, su varita y otra de repuesto que había comprado en Olivanders cuando era pequeña, nunca la había usado, pero quizás le hiciera falta. Metió los dos estuches con las varitas en el baúl y se preguntó a sí misma que más necesitaba.

Repasó otra vez mentalmente:

«libros, cuadernos, balanza, plumas, tinta... varitas...» —¡Claro...! —exclamó en voz alta, se levantó del suelo y sacó de su armario las capas, y el puntiagudo sombrero.

Cogió su banquito de madera, lo acercó al armario y se subió para poder alcanzar en el techo de éste , el caldero de peltre. Lo bajó y lo dispuso al lado del baúl, lo tenía todo meticulosamente ordenado, entonces se le vino a la mente el bonito recuerdo de su peludo y anaranjado amigo Crookshanks, con sus llamativos y curiosos ojos saltones, le llegaba el recuerdo de verlo tumbado sobre su cama mordisqueando y jugando con sus cojines, lo recordaba acostado en sus piernas lamiendo su espeso y suave pelaje mientras ella leía, lo recordaba dando toquecitos con la patita a algún libro u objeto que sobresalía encima de alguna mesa.

Se acordaba de él vivamente, en el tren de camino a Hogwarts cada año y en el colegio andando a su lado por los pasillos, y también en su casa mimado por sus padres.

Más grandote que la mayoría de los gatos, regordete y bribón, astuto y glotón. Era un gato de lo más amigable, siempre recibía con agrado sus caricias, y a veces la despertaba para jugar con ella en plena madrugada, o le depositaba en sus piernas los preciados obsequios que conseguía para agasajarla, y demostrarle su fiel amistad, ratones..., lagartijas, azules libélulas o algún pajarito con vida.

Hermione, que se moría del asco, trataba de regañarlo y de enseñarle que esos animales no eran juguetes para su diversión, pero el hacía caso omiso de sus explicaciones, alzaba la cabeza digno y se la acercaba al brazo esperando ser acariciado y alabado por su gran mérito.

Enamorarse del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora