Capítulo 08

201 31 3
                                    

Tan sólo cinco días habían pasado cuando, durante una madrugada, Sicheng abrió la puerta de su hogar provisional, sintiéndose cansado y extrañamente complacido por el familiar olor.

Caminó en la oscuridad hacia las escaleras, dejando salir sus pequeñas alas de querubín para que lo llevaran hacia arriba sin ocasionar ningún sonido que pudiese alertar a alguien.

Abrió la puerta con cuidado y se adentró en la habitación para ir directamente hacia la ventana.

Miró al cielo, pidió perdón a Zeus y se giró con intención de acostarse, encontrando al humano sentado en la cama y mirándole con molestia.

- ¿Dónde estabas? –

- No quiero hablar de eso –

- Te fuiste por cinco días, apareces en la madrugada y ¿simplemente no quieres hablar de eso? –

- Por qué siquiera estás reclamándome – rió amargo – ¿no se supone que me amas incondicionalmente? –

- ¿Dónde estabas? – preguntó impaciente.

- No te incumbe – respondió, comenzando a desvestirse.

- ¿Estabas con alguien más? –

El menor lo miró con seriedad.

- Sí – respondió con simpleza – estaba con alguien más –

Yuta tragó duro y asintió.

Sin decir nada, se levantó de la cama, tomó su teléfono y salió de la habitación azotando la puerta.

Sicheng escuchó con cuidado los movimientos del mayor y se dio cuenta de que tan sólo había ido a la habitación de invitados, probablemente a llorar.

Aún estaba enamorado.

Rodó los ojos, incrédulo de que los humanos fuesen tan ciegos por voluntad propia, y se acostó en la cama, sintiendo su cuerpo relajarse.

Abrió los ojos y miró el techo.

No debía sentirse culpable, sólo estaba haciendo su trabajo de romper su corazón. No se suponía que recordara con pesar su expresión adolorida cuando le mintió.

Restregó su cara con ambas manos y se levantó suspirando pesado.

Sólo se disculparía con él porque el japonés estaba teniendo la amabilidad de dejarle vivir en su casa hasta que consiguiera un mejor apartamento. O eso le había dicho.

En realidad le daba pereza buscar uno y tener que cuidar de él.

Se suponía que, desde un principio, era por ese motivo por el que buscaba amantes ocasionales. Fue en ese caso en específico que había excedido su encanto por error, sólo con intención de que el satisfactorio sexo que mantenían durara un par de minutos más.

Ese error lo había llevado a estar justamente ahí, parado frente a la puerta de madera de la habitación provisional.

Carraspeó incómodo y dio un par de golpes suaves a la superficie.

- Sé que no duermes – dijo antes de abrir lentamente, encontrando un pequeño ovillo dándole la espalda sobre la cama.

- Vete - murmuró seco.

- Lo haré, sólo vine a decirte... -

- Espera – dijo un poco más alto – sólo de la habitación, por favor no dejes la casa –

- No lo haré – frunció el ceño – como sea, sólo vine a decirte que no estaba con alguien más, pero no puedo decirte donde estaba. Lo siento si te lastimé –

El japonés no respondió nada.

Asintió en silencio y salió de la habitación para volver a la principal y, ahora sí, entregarse al descanso físico más satisfactorio que conocía.

No quiso sonreír como lo hizo.

Podía incluso llamarlo un reflejo, culpa de su exposición a las emociones humanas que le habían hecho desarrollar más las propias, o lo que fuese que explicara su inevitable gesto cuando sintió los tibios brazos del japonés rodearlo cuando volvió a la habitación y se acostó junto a él.

- Siento dejarte solo – susurró contra su nuca.

- Estabas molesto. Lo entiendo –

- Pero sé que no querías dormir sin mí. Al menos yo no lo querría si acabase de regresar a casa después de tanto tiempo – besó su piel – necesitaría de ti –

- Yo estoy bien – insistió – déjame descansar –

- Dulces sueños – susurró.

Esa noche decidió que no era tan asqueroso sentirlo (no cuando no le decía que lo amaba) y lo dejó ser como única excepción.

O no.

Pensaría en eso mañana, ahora quería dormir.





Jeno tomó su teléfono, inseguro de lo que iba a hacer.

Marcó y esperó a que respondiera

- Hola –

- Afrodita, ¿qué hay? –

- Estoy sufriendo mucho – admitió – acababa de volver a la ciudad y ahora tengo que esconderme porque el peor de los tres grandes quiere matarme. No sé tú, pero he estado mejor –

- Ya veo, no mucho – bromeó – sólo quería saber si has escuchado algo de los niños –

- Ni siquiera he llamado a Sungchan. Si dejamos que crean que los abandonamos, será más rápido el desencanto y para cuando nos demos cuenta... bueno, ya sabes –

- Creí que te caía bien –

- Me cae bien, pero no puedo estar con un humano, no lo imagino. Y mucho menos con uno como el chico –

- ¿Cómo? –

- Pues, como él. Virgen, torpe, temperamental, descuidado, pobre... ¿Tengo que seguir? Estoy esperando que me detengas – rió.

- Si te molesta tanto ser cruel con él, no lo seas –

- ¿Se te ocurre algo mejor? –

- La zona del amigo –

- Auch –

- ¿Es tan malo? –

- No sé, obviamente. Pero entiendo que cuando le haces eso a un humano, duele tanto como aceite hirviendo contra tu piel –

- Entonces sólo los abandonamos. Suena menos asqueroso –

- Yo también lo pienso –

- Bien, tengo que irme. Estaba otorgando bendiciones –

- Suena bien, ¿qué has hecho? –

- Ya sabes – miró su lista y sonrió – dar suerte a un par de universitarios para que consigan un mejor empleo, más dinero –

- Que aburrido. Iré a buscar un patito feo para darle el don de la belleza. Nos vemos –

- Adiós – dijo colgando la llamada.

Suspiró satisfecho con su trabajo y se apoyó en su silla.

Sólo dos días más.


Hasta a mí me dolió lo que le dijo Sicheng a Yuta, pero pues es parte del trabajo )':

The monthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora