Capítulo 11

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"Nadie es perfecto"

Eso habían dicho.

"Nadie es perfecto"

Pese a lo enorme que era el asunto, ambos humanos lo habían tomado increíblemente bien.

Ya había pasado una semana desde el traumático evento, semana en la que Xiaojun pasaba constantemente a visitarlos para comprobar su estado de salud, y en que comenzaban a sentir cierto desagrado ante el querubín que algunas veces acompañaba a sus amigos.

El efecto estaba pasando.

Jeno lo supo cuando, durante una mañana, llegó a casa de Donghyuck con la misma ropa del día anterior, esperando encontrar al menor dormido.

Él no lo hacía.

Lo miró molesto cuando entró por la puerta del departamento.

- Hola – saludó caminando hacia la cocina.

- ¿Qué haces? –

- ¿No preparaste nada para la señora Jung? –

El moreno lo miró en silencio y negó.

- Ella se fue esta mañana con sus hijos – suspiró – supongo que es bueno que los chicos encontraran un mejor trabajo. Les está yendo mucho mejor –

El dios asintió de acuerdo.

- Supongo –

Donghyuck lo miró fijamente.

- ¿Qué? – preguntó a la defensiva.

- ¿Dónde estabas? –

- Trabajando – abrió el refrigerador.

- ¿Toda la noche? –

- Toda la noche – repitió, sacando el cartón de leche - ¿por qué te importa? –

- No lo hace – se encogió de hombros.

- Entonces no lo menciones –

El moreno dejó caer su taza sobre la mesa, derramando un poco del líquido.

- Mira, sé que no tienes ninguna responsabilidad conmigo ¿bien? Lo que no entiendo es por qué piensas que puedes llegar a mi casa, tan descaradamente como lo haces, y pensar que tengo que simplemente dejarlo pasar como si nada –

- Estaba trabajando –

- Tienes un mordisco en el cuello – señaló, poniéndose de pie.

Jeno quedó en silencio.

- No me acosté con ella – dijo luego de un rato.

- No me importa – murmuró el mortal, caminando a su habitación.

- Sólo nos divertíamos – aclaró, siguiendo sus pasos – Donghyuck –

- Vete a casa, Apolo – pidió, deteniéndose en el marco de la puerta, girándose hacia él – déjame descansar en mi día libre –

El azabache suspiró cansado y lo atrajo en un abrazo.

- No llores – pidió con voz suave.

- ¿Cómo puedes pedirme eso? – sorbió su nariz – sé que no me amas, pero yo te amo a ti, y lo haré hasta quién sabe cuándo ¿realmente es tan difícil para ti dejar tus manos quietas hasta entonces? –

El mayor se separó y lo tomó por la barbilla.

- No fue mi intención lastimarte, lo siento –

- Ya está bien – negó – no es como que vaya a dejarte, no puedo hacerlo – rió amargamente.

El dios se tensó.

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