Piloto

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- Caleb, ven aquí por favor

Llamo a mi hijo cuando vi el desastre que dejó en la cocina. Con su cabellera oscura aparece mirando hacia el suelo; sabe que cometió un error. No puedo evitar sonreír ante tanta ternura.

- ¿qué pasó aquí?

Le pregunto una vez que llega. Al escucharme, levanta su rostro lentamente para mirarme con esa mirada azul que deja sorprendido a cualquiera.

- Estaba intentando hacer galletas pero me salieron mal.- dice haciendo puchero.

- Esta bien cariño pero ¿por que no limpiaste nada? ¿Recuerdas de lo que hablamos hace dos días?- le pregunte agachándome a su altura de niño de 5 años.

- Si, lo siento. Ya lo limpio....- me mira con una tímida sonrisa e inmediatamente se que me va a pedir algo- ¿puedo limpiar después de jugar? ¡Estoy armando la pista de autos más grande del mundo!- exclama feliz.

- No, limpia ahora y después juegas. Si quieres te ayudo así lo hacemos más rápido, ¿dale?

El asiente enérgicamente y nos ponemos manos a la obra. Una vez limpio, Caleb se va a su habitación y yo me pongo a cocinar un rato. Debo preparar la cena para esta noche y haré las galletas que Cal quiso hacer.

No soy muy fan del cocinar, pero debo admitir que sirve de maravilla como terapia. Cocino porque desde que cumplí los 18 y quede embarazada de Caleb, quede completamente sola en el mundo así que no me quedaba otra opción.

Recuerdo la mirada de decepción de mis padres cuando les conté. No dudaron ni 24 horas que ya estaba de patas a la calle. Ufff, siempre recuerdo la cara de Jack, el padre biológico de Caleb: no respiró por cinco minutos y después me ofreció dinero para realizar un aborto. Le pegue una patada en las pelotas y no lo volví a ver nunca más ya que me mudé a Los Ángeles.

- ¡Mamá!- me grita Caleb desde su habitación, sacándome de mis ensoñaciones.- Mira, ven.- con sus últimas palabras me tranquilizo.

Voy con calma para no tropezarme con los tantos juguetes o papeles qué hay por el suelo de Caleb.

- ¿qué pasa Cal?- preguntó mientras me asomo a su puerta.

- Se me acaba de caer la torre que te iba a enseñar...- empieza pero después habla nuevamente: - Mira este dibujo que hice para ti- me tiende un papel.

En el dibujo hay un niño al medio, quien supongo que es Caleb y yo a su lado, al ser la única mujer con pelo negro cerca y del otro lado hay un hombre. Le puso ojos grises, cabello un poco más largo que sus hombros y los brazos negros, como si fueran tatuajes. Me preguntó de dónde habrá sacado la idea de los tatuajes.

- Ese sería mi papá- señala Caleb al hombre. Le sonrió amablemente.

Al escucharlo, una punzada de dolor me atraviesa. Siempre pensé si la falta de una figura paterna en la vida de Caleb lo afectaría mucho y me parece que así es aunque el no se dé cuenta.

- Es precioso Cal, lo voy a guardar ahora mismo.

Abro el cajón de mi mesa de luz y lo guardo en la caja junto a resto de los dibujos que me regalo antes mi hijo. Echo un vistazo a mi pieza y debo admitir que estoy bastante orgullosa por el resultado.

La semana pasada remodele por completo el apartamento. Me mudé hace cinco años cuando estaba embarazada y debido a mi falta de dinero, lo único que pude comprar fue un piso pequeño que simplemente tenía mas habitaciones básicas construidas: dos habitaciones, un baño, un living comedor y la cocina. El único ambiente equipado con los electrodomésticos era la cocina. La semana pasada el café donde trabajo cerró por reparaciones así que aproveche esos siete días libres para remodelar el apartamento. Pinte todo y con Caleb construimos los muebles de madera básicos que faltaban.

Volví con mi hijo.

- Caleb, estoy haciendo galletas de jengibre ¿quieres venir a darles forma conmigo?- propuse y su mirada se iluminó.

- ¡Si!

Se paró de golpe para tomar mi mano y llevarme a la cocina. La cocina no era muy moderna pero me gustaba. Me gusta el estilo más viejo y vintage de las cosas.

Mientras Caleb lavaba sus pequeñitas manos y yo sacaba los moldes para cortar las galletas, vi a lo lejos, en la mesa del comedor, los recibos de este mes. Suspire cansada.

- Cal, ve cortando tu con los moldes las galletas como siempre. Ya vuelvo para ayudarte.

El simplemente asintió y se secó las manos.

Me acerqué a los papeles y los abrí lentamente.

Con mis ojos empecé a leer los números y empecé a sacar cálculos mentales: un total de US$534,7. Mierda. Tenía US$500 para este mes. Debería vender otra muda de ropa usada por Facebook para lo que me falta o pedir horas extras en el café.

- ¿Estas bien mami?- preguntó Caleb desde la cocina un tanto desconcertado al ver mi cara. Le sonreí.

Aunque parezca patético, Caleb siempre me pareció un niño muy listo para su edad. Generalmente ningún niño de 5 años adivina cómo está la gente con tan solo ver su cara, y eso hacia él muchas veces con la gente.

- Si cariño, ya voy ayudarte.

Deje los papeles en la mesa y decidí que trataría con ellos más tarde.

Nos ponemos a hornear las galletas mientras que yo preparo bife con papas fritas para la cena de Cal.

Reviso mi reloj después de un rato y me veo que son las 4. Abro los ojos como platos y empiezo a correr para darme una ducha.

- ¡Caleb, mamá tiene que ir a trabajar así que saca las galletas con cuidado!- grito desde mi pieza mientras separo mi uniforme de trabajo.

- Okey

Me baño y lamentablemente esta vez no tengo tiempo de relajarme bajo el agua caliente. Debo darme prisa. Salgo pitando de la ducha y me coloco la ropa a la misma velocidad. Hecho un vistazo en el espejo y suspiro.

[Ya no puedo hacer nada con el cuerpo de mierda que tengo] pienso mientras miro mis piernas que revelan que  no hice deporte en toda mi vida debido a lo blandas que son al igual que mis brazos. Mejor ni empiezo por mi piel blanca que tiene una ráfaga pequeñísima de bronceado. ¿Que costaba hacer que nazca más bronceada? Carajo.

Ato mi cabello largo y negro en un moño desalineado  que tira un par de gotas debido a que sigue mojado.

El llamado a la puerta me frena de seguir resaltando mis inseguridades y corro hacia allí.

- Gracias por venir Neveah - le digo a la niñera de Caleb mientras pasa y se pone cómoda. Ella sonríe y me saluda amablemente.

Neveah es joven, tiene 15 años y vive en el departamento del frente. Se ofrece a cuidar de Caleb todas los días que debo trabajar y yo le pago treinta dólares la hora aunque ella insiste en que no. Le debo la vida a esa niña.

- Recuerda todas las reglas - le recuerdo y ella asiente y sonríe para tranquilizarme.

- Lo de siempre- asegura y yo sonrió.

Saludo a Caleb con muchos besos y a Neveah agradeciéndole como siempre.

Corro hacia la parada del autobús y cuando veo que está por cerrar las puertas, apuro el paso. Una vez que me siento, me relajo y suspiro mirando hacia la ventana para ir al trabajo.


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Les mando mucho amor y cariño. Gracias por leer.

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Perfecto desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora