《34》

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34.

12 días después.

Mi gente, ¿qué les parece? Ahora tenemos dos casos del malayo coronavirus aquí en el estado Miranda, y ahora, nuestro querido Maduro ‒ que se note el sarcasmo, por favor ‒ colocó cuarentena para todo el país para que no nos contagiemos. O sea, cuarenta días en la casa. ¿Ustedes creen que con cuarenta días, se va a ir la enfermedad esa? Por Dios, ya deben de haber un montón de contagiados y ni cuenta nos hemos dado.

Ah, y de paso de que ahora nadie puede trabajar porque debemos de estar en casa, Nelson se me quedó en Chichiriviche. Pero así mejor, que se quede allá hasta que se me pase la arrechera que tengo con él.

Todo comenzó ayer cuando yo estaba viendo relajadamente mi Instagram y de la nada, me apareció una foto de él abrazando a la imbécil de Nerea y con su celular frente a sus rostros, en otras palabras: tomándose un selfie. O sea, ¿qué necesidad tenía Nelson de estarse tomando una foto con ella? Y de paso, abrazándola.

Será que lo que quiere es que cuando regrese, le meta dos cachetadas pa’ ver si reacciona o no sé. Las dos semanas que tiene allá le han afectado el cerebro, y bien feo.

¿Que si lloré? Pues obvio, una discusión sobre el tema que tuvimos es una mala combinación con un embarazo. Desde que miré la foto, lloré como si mis ojos fueran una cascada, pero ya hoy solo recordaba la foto y era la tristeza sin lágrimas la que me envolvía.

― ¿Qué pasó? ― pregunté cuando atendí la llamada de Gabo.

― Estoy abajo, pa’ que vengas a buscar tu tapaboca. ― avisó.

― Voy. ― seguidamente colgué.

Él me había hecho el favor de comprarme uno porque, ahora sí me prohibieron completamente salir en mi carro sin la compañía de alguno de ellos, no te digo yo pues.

Me levanté del mueble y tras avisarle a Lucía que iba a bajar rápidamente, salí del apartamento.

Cuando inicié a bajar las escaleras, mi celular comenzó a repicar.

¿Quién sería ahora? Gabo no debe ser.

Miro el aparato mientras bajo los escalones cuidadosamente y me encuentro con el nombre de: «Mi narizón lindo» en la pantalla. Es que es una ladilla andante, pero creo que eso me atrae, porque cuando sabe que la caga y yo le reclamo, él comienza con la haladera de bolas, y así es que me gusta a mí. Pero, en éstos momentos ya me tiene lo que se llama: estresada.

Ya llegó al límite en donde sus llamadas y mensajes, me estresan. Tengo casi trecientos mensajes de él entre ayer y hoy diciéndome «Discúlpame, mi amor». O sea, qué disculpa ni qué nada, que se venga así sea nadando por la playa podrí’a esa y arreglemos ésto como personas civilizadas.

Rechazo la llamada así como lo he hecho con las anteriores cuatro y apago la pantalla. Que se vaya a joder a otro lado.

Cuando llego a abajo, camino hacia la puerta y salgo al aire libre con la vista de la hermosa camioneta negra de mi hermano. Bajo los escalones que hay afuera y me dirijo al carro.

Gabo baja el vidrio de la ventana de su lado cuando yo llego allí.

― Hola, bebé. ― lo saludé tras dejar un beso en su mejilla y saludé con la mano a Carlos David que venía de copiloto.

― ¿Todo bien? ― preguntó, a lo que yo asentí. ― ¿Comiste? ― volvió a preguntar mientras me pasaba el tapaboca negro.

― Sí, acabo de comer. Lucía ahorita está lavando los platos.

La hermana de Gabo. // Nelson el Prince.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora