XXIV.

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Voy a casa, pero no voy a casa.

En mi mente sigo recordando cada caricia, cada beso entre mis piernas, en mi espalda, la manera en la que él venía hacia mí. Feroz, salvaje y necesitado y eso no me deja dormir.

No he vuelto a hablar con el Señor Hamilton, o a tener sexo con él en al menos un par de días, o no sé si pueda llamarle eso al fin de semana entero.

Y lo prefiero así, necesito estar centrada o nada me saldrá bien.

Pero eso no es lo más relevante que me ha ocurrido, sino que el viernes cuando llegó a casa me sorprende ver en la puerta a un viejo conocido del pasado. En cuanto veo a la figura masculina familiar corro hacia él para sorprenderle con un abrazo por detrás.

—Samuel, ¡no puedo creer que estés aquí!

Antes de que llegue hasta él, el hombre gira su cuerpo hacia mí rápidamente y me recibe con los brazos abiertos.

—Hola pequeña —me alza en sus brazos y como tantas otras veces lo ha hecho antes y me hace girar en el aire.

Él sabe cuánto lo odio, y yo sé cuánto ama hacerlo. Y esa es la única razón por la cual le dejó hacerlo.

—No puedo creer que estés aquí, ¿cuándo has llegado? ¿Por qué no me has avisado para ir por ti al aeropuerto?

—Uno, yo sí que puedo creerlo. Y dos, te lo había prometido, ¿o acaso lo has olvidado? —Cómo olvidarlo, si casi que lloró cuando nos despedimos y me pidió de rodillas que no me fuera hacia un par de meses para mudarnos a la fría ciudad como él le llamaba— y tres porque obviamente era una sorpresa y si te hubiera avisado no hubiera sido una buena sorpresa, ¿no crees? Pequeña.

Samuel era la única persona en mi vida a la que le permitía decirme de esa manera.

Siempre he sido más baja que las otras personas a mí alrededor, razón por la cual muchas de esas personas pensaron que era una buena idea usar diminutivos para burlarse de dicha situación.

Pero se les olvido, que siempre me gusto poner en su lugar a la gente que me molestaba y que mi tamaño no tenía nada que pedirle a mi habilidad nata para dar buenos golpes cuando era más que justo y necesario.

La diferencia con Samuel era que era el único que jamás lo uso para burlarse, al contrario hasta me había pedido permiso de uso, por respeto.

Además había una historia con él que le daba cierto derecho sobre mí. Salimos durante un tiempo pero no funciono, no puedo decir que no fue porque no intenté quererle.

Créanme, lo intenté con todo mí ser.

Porque por donde lo vieras Samuel era un gran partido. El mejor de su clase en la Universidad más respetada de la cuidad, abogado implacable desde su nacimiento. Además también provenía de una de las familias más respetadas de la costa este y había sido educado como un auténtico caballero desde su nacimiento.

Por donde lo veas el hombre es perfecto.

Y también está el hecho de que fue el chico con el que perdí mi virginidad.

Y no es que haya mencionado ese detalle porque por eso creo que le tengo para cuando yo quiera, no, solo es un hecho que me gusta mencionar para probar una vez más que he dejado ir en él al hombre perfecto.

Ahora que si menciono que el hombre está hasta las cabras de amor por mi persona, eso sí es para usarse. Pero jamás lo he hecho, en realidad cada que tengo una oportunidad trato de juntarle con alguien, un tiempo incluso lo intenté con Ness pero él nunca se dejó.

Sr. Hamilton "Trilogía: Tú, Yo y Nosotros".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora