Es lunes por la mañana, aun así nada me sorprende después de más de treinta años en este mundo, al menos dos docenas de mujeres conquistadas, miles de islas pisadas, todos los días me parecen los mismos desde que acepté mi destino.
Frío e inevitable.
Tomó el vaso con agua de la mesilla de noche, saltó de la cama a las cinco y cuarto de la mañana y me dirijo al gimnasio, dentro me espera como siempre y atento Antonio, mi mayordomo, esperando por mis instrucciones.
Me ve llegar ya cambiado y solo asiente.
Siempre he tenido la mala costumbre de ir por toda la casa en lo que él llamaría "paños menores". No es que yo sea exhibicionista, para nada, solo es que me gusta estar cómodo en mi propia casa.
Y aquí, eso solo puede significar una cosa y es que vaya con muy poca ropa, nunca me he paseado desnudo, estoy consciente de que personas del tipo femenino trabajan en mi casa y nunca haría tal cosa, es una falta de respeto, por lo cual siempre llevo una delgada camiseta blanca de tirantes gruesos o una de franela cuando parece que hace frío afuera.
Que últimamente es cada vez menos frecuente.
Es Junio afuera, pero aquí dentro quizás sea invierno.
Porque Antonio sabe que lo que menos me gusta es sudar y oler mal, eso es algo que siendo quien soy no me puedo permitir.
Y tampoco es como si me dejará a mí mismo hacerlo, jamás descuidaría mi aspecto de tal manera que el género femenino pudiera quejarse de tal manera de mí o de mi cuerpo.
Por suerte, tenía un buen número de corazones detrás mío para ayudarme en ese departamento, mujeres huecas y vacías que solo servían para evitar que me diera un tiro cada que pensaba en la banalidad de la vida que llevaba.
Lo cierto es que lo que menos me importaba en la vida, eran las mujeres que me perseguían a todas partes que iba, lo único que de verdad valía la pena y me importaba era mi carrera de hombre fuerte e implacable de hombre de negocios.
Eso era todo para mí.
Tomé una toalla del brazo de mi viejo amigo y le sonreí sin saber que decir.
Nunca sabía que decirle cuando hacía estas cosas para mí, y eso que llevaba haciéndolo desde que tenía uso de razón, para mí, mis hermanos y mis padres.
Así que opte por el sarcasmo, siempre es la mejor arma para engañar un poco a los tontos y aligerar el ambiente, aun en los negocios.
—Y dime amigo, ¿por qué siempre hemos de encontrarnos a esta hora de la mañana?
Pero Antonio no era tonto.
Yo sabía que hacer ese tipo de comentarios era como hacer que una hogaza de pan echada a perder te entrará por la boca aun cuando su olor a primera vista no era el mejor.
Antonio hizo un ruido que parecía un murmullo, pero no dijo nada al final. Soltó un poco de aire y me ayudo a recostarme para luego pasarme una de mis pesas favoritas.
—No lo sé, amo Hamilton, no lo sé. —Me coloca la pesa en mis manos y después se aleja y se mantiene a distancia prudencial.
Y de ahí no se mueve hasta que he terminado mi entrenamiento del día.
***
Cuando llegó a la oficina es más de lo mismo, reuniones, fusiones, compras y ventas, llamadas, mujeres, más y más de lo mismo.
Banal y aburrido. Vacío. Como yo.
***
—¡Daniela Aurora Ávila más te vale que ya te hayas levantado de esa cama! —grité lo más fuerte que mis pulmones me dejan.
—¡Susana vuelve a llamarme de esa manera y me iré de la casa! —grita mi hija de cinco años desde el fondo del departamento que nosotras llamamos casa.
Y eso que solo tiene cinco años. Pero vaya pulmones que tiene esa chiquilla... pienso antes de devolverle el amable saludo a mi hija.
—¡Vuelve a llamarme Susana y a ver quién te compra los patines que querías para navidad!
—¡De seguro me los trae Santa! —la niña me aparta del camino y como puede se sube a uno de los taburetes de la barra de la cocina, enfurruñada y esperando algo de mi parte.
Se los juro que si no supiera lo que sé, pensaría que es mi hija.
Pero no lo es, aun cuando mi corazón la ha reclamado una y mil veces como mía.
—¿Qué? —preguntó haciéndome la digna.
—No me he podido atar las agujetas sola.
Miró de arriba a abajo a mi retoño y le sonrió, me agachó y comienzo a jugar con las pequeñas cintas de color azul celeste de sus tenis de siempre.
Llevan estrellas y planetas de un lado y del otro su nombre Aurora en su versión corta que es Aura.
Los mandé personalizar especialmente por su cumple años número cinco, que aunque aún no llega, está a nada y solo para que se los pusiera en lo que nosotras llamamos su semana de cumple años, que es está en la que nos encontramos ahora.
Hoy es el mes de Junio, día ocho del año dos mil veinte y aunque eso significa que afuera ya casi es verano, también anuncia con ello mi cumple años favorito en todo el mundo, el de mi hija, Aurora.
Aurora o Aura como le gusta que le digan. Nació un caluroso día doce del mes de Junio y como dije antes yo no la traje a este mundo, sé que suena triste, pero no lo es, porque en cuanto la madre de Aura me la puso en los brazos lejos de lo que ella me pidió que le diera en la vida, yo ya sabía que debía de hacer.
Tenía apenas veinticinco años cuando la adopte, tenía una vida por delante y una gran carrera que estaba despegando.
De acuerdo, no tenía una gran carrera.
En realidad apenas y había terminado la universidad, a duras penas.
Pero no era por falta de conocimiento, no al contrario era por dinero.
Siempre por el frío e inflexible dinero que no hacía más que arruinarme la vida desde que había venido a este mundo. No está de más decir que como una chica del sistema que jamás había sido adoptada y que había tenido que valerme por mi misma toda una vida había sufrido mucho.
Por lo cual cuando mi mejor amiga de toda la vida me llamó y me dijo lo que había pasado con el cabrón del padre de Aura, le dije que lo que sea, aquí estaba.
Claro que cuando hice esa promesa me refería a cambiarle los pañales, llevarla a pasear de vez en cuando o quizás cuidarla cuando ella tuviera que trabajar.
Ninguna de las dos habíamos tenido suerte en el amor, en la vida o en la familia hasta ahora así que yo sabía lo que le esperaba a la pobre siendo una madre soltera que la única familia que tenía era yo.
Esperaba que fuera difícil para ella, pero no que fuera el único y último acto de amor que le daría a su hija.
Por suerte antes de dejar este mundo, ella puso todos sus asuntos en orden o por lo menos puso el único asunto en su vida que verdaderamente importaba en su vida.
Dejó a su hija conmigo.
Su única orden era que su hija supiera cuál era su verdadero origen, y que supiera siempre de donde venía para que algún día le ayudara a llegar a alguna parte y que yo como su madre me encargará de ello.
Con los pocos pesos que me quedaban como ayuda del estado, sepulte a su madre y a mi mejor amiga dos días después de darla a luz, murió a los veinticinco años a consecuencia de un mal cardiaco posiblemente heredado de sus padres.
Padres que la habían abandonado bajo un puente en el frío y duro invierno cuando solo tenía unas pocas horas de nacida.
Por ello es que después de tomar lo poco que teníamos me dije que desde ahora yo no importaba, solo Aura.
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Sr. Hamilton "Trilogía: Tú, Yo y Nosotros".
RomansaDante Jonathan Hamilton es ahora un cascaron vacío del hombre que un día fue. Camina por las calles, va a trabajar y se ejercita diariamente sin pensar demasiado. Pero no por eso deja de ser un atractivo hombre de treinta y pocos años, además de se...