DOCE: Street fighter

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Por alguna razón me imaginé un bar de mala muerte, con juegos de azar en cada mesa y con una capa de humo encima de las cabezas de todos, pero en definitiva no esperaba esto.

La mesera nos deja el menú, pero yo no puedo dejar de detallar el lugar. Hay juegos de máquinas antiguas, con juegos que en su momento fueron la moda entre todos los jóvenes. En la parte trasera se escuchan los pinos del boliche siendo derribados y la música pone un ambiente ligero.

—Pareces sorprendida.

—Lo estoy. Esperaba algo más lúgubre.

—Aquí veníamos cuando éramos niños —comenzó a relatar mientras leí el menú—; bebíamos malteadas y compartíamos grandes charolas de nachos y papas fritas.

—¿Venían?

—Samantha, Emilio, Gilda, la metiche de Valeria y yo.

Tomé mi menú y todas las imágenes y nombres junto a sus descripciones me hacían agua la boca.

—No sabía que Valeria y tú se llevaban bien —mencioné de pasada, girando el menú para leer las bebidas.

—¿Escuchaste la parte en que la llamé metiche? Se nos pegaba como una lapa.

Solté una risa ante su gruñido y bajé el pedazo de papel en micado para observarlo.

—Es agradable —sugerí; él encogió sus hombros y también me miró.

—Demasiado para mi gusto.

Blanqueé mis ojos y levanté nuevamente el menú.

⭒·⭒·⭑·⭒·⭒

Todo estaba delicioso que fácilmente podría pecar de gula y seguir comiendo cada platillo de su lista, pero estoy segura que el botón de mi short no cooperará si le meto otro alimento. Ya siento que quiere rendirse en la batalla cada que bebo de mi malteada de galleta.

Observé a Baruc jugar con otro chico en la máquina más cercana a nosotros. Ambos mueven sus dedos sobre los botones como si su vida dependiera de ello, pero la expresión calmada en el rostro de Baruc me da a entender que va ganando.

Lo sabía. El otro chico se marcha cabizbajo, refunfuñando algunas palabras que le sacaron una mínima sonrisa a Baruc. Alcé mis cejas con sorpresa y me paré de mi asiento para acercarme.

—Así que ganar en estas máquinas te hace sonreír —bromeé; recargué la cadera en el artefacto y miré la pantalla, donde se leía el nombre del juego—. ¿Pelea callejera?

—¿A quién no le hace feliz ganar, Alisha? —responde y mete otra ficha en la rendija—. ¿Juegas?

—No sé hacerlo —admití.

—Solo mueve la palanca para acercarte o alejarte y los botones son para hacer combinaciones de golpes.

Toqué los seis botones de color rojo, blanco y azul, y rodeé la palanca con mi mano izquierda. Lo miré, pero él estaba concentrado en elegir a su personaje. Suspiré; no creo que sea tan difícil y si pierdo no pasará nada malo. También elegí mi personaje: una chica de vestido azul que tiene dos coletas en su cabello.

—Buena elección, sí sabes usarla.

—Es obvio que no, bebé —le digo como todo el mundo lo llama, ganándome su atención.

—No me digas así —pidió o exigió, realmente no supe distinguirlo—, lo odio. Solo soy Baruc.

—Bien —acepté, haciendo una nota mental de cambiar su nombre en mi celular.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora