CINCO: La chica buena.

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Mis piernas parecían fideos mientras más me acercaba a las puertas de cristal. En parte por el frío que hacía y porque él está ahí de pie, esperándome en lo que termina un cigarrillo.

Le pedí a Tito, el vigilante por las noches, que abriera. Los ojos de Baruc se postraron en mi cuerpo y no tardó en adentrarse en el edificio.

Abrí de sobremanera los ojos al ver la sangre en sus manos echas puños; también había salpicaduras en su ropa, pero a él no parecía importarle. Me pasó de largo hacia los ascensores.

Salí de mi estupor antes de que él tocara el botón con sus manos sucias. Me despedí de Tito e ingresé con él, jalándolo de las solapas de su campera, aparentemente lo único limpio.

La mandíbula me temblaba, más que nada por distinguir gotas de sangre en su cuello y debajo de su barbilla.

—¿Estabas dormida? —su voz me causó escalofríos. Ya conocía lo grave que era, pero no había hablado tan cerca de mí. Tragué saliva.

—¿A las dos de la mañana? No, estaba arreglando todo para mi ritual satánico de las tres.

—Lástima que no traigo una gallina para sacrificar.

Creo que con él no serviría decirle que solo bromeaba, pues algo me dice que es la clase de persona que va a los panteones a bailar sobre las tumbas de los muertos después de unas rondas en la ouija.

Lo conduje hacia mi apartamento mientras me debatía entre preguntarle o no sobre la sangre en sus manos. Bueno, sobre la sangre sobre todo él.

Lo dejé pasar, respirando superficialmente, pues ver tanta sangre me trae recuerdos para nada agradables.

—El baño está al final del pasillo, a la izquierda —musité.

—No te pedí usarlo —masculló mientras se dirigía a la cocina y con sus manos sucias abría el refrigerador—. No hay cervezas.

—No me gustan. Oye, ¿no quieres lavarte antes?

Moví los dedos de mis pies de manera inquieta. No sé cómo Samantha lo sigue todo el día. Es un poco intimidante. Me sobrepasa como por diez centímetros y en masa muscular yo parezco un fideo a su lado.

Sus profundos ojos marrones se clavaron en los míos antes de bajar la mirada a sus manos y volverla a mí.

—¿Te molesta la sangre?

Sí, pero eso sería darle más explicaciones de las que necesita.

—¿Qué es lo que quieres?

—Pronto lo sabrás —me miró de arriba abajo, hasta detenerse en mis ojos—, chica buena.

"Y tú eres una chica buena... un poco mala."

Lo observé moverse en la cocina, abriendo gavetas y sacando lo necesario para un emparedado. Hasta parecía que tenía toda la confianza del mundo al deambular de un lado a otro.

Me crucé de brazos, recargándome en el respaldo del sofá. Él no parecía importarle que le observara. En algún momento se despojó de la campera y la lanzó a la mesa para cuatro. Sus músculos parecían tensos. No, todo él estaba tenso.

Me percaté de los rasguños en sus antebrazos, la sangre no era capaz de manchar los panes e ingredientes, pues ya se encontraba seca.

—¿Vas a quedarte? —pregunté cuando empezó a masticar el sándwich.

—Eso abarca la palabra «hospedaje».

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora