TRECE: Confianza ciega

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Sus ojos me observaban y podía notar las pequeñas muecas que hacía cada que la aguja atravesaba su piel. Estiré mi mano para tomar la suya; la apretó con fuerza y me arrepentí al instante, pero si fuera yo, ya estaría barriendo en llanto o exigiendo que me pongan anestesia.

—¿Te duele? —musité.

—¿Siempre haces preguntas estúpidas?

—Quería aligerar el ambiente. —Hice una mueca cuando apretó mi mano. La enfermera cortó, limpió y cubrió la herida con una gasa, colocando después una malla en su brazo que la sostuvo.

—Estará bien, solo deben limpiar la herida y cubrir con gasa.

—Gracias —le dije. Ella asintió y miré a Baruc, pero yo ya tenía su completa atención—. Puedes soltar mi mano.

—¿Si sabes que me han suturado antes y no necesito sostener la mano de nadie?

—¿Por qué la sujetaste, entonces?

—No quería hacerte sentir mal. —Se encogió de hombros. Solo pude ser capaz de sonreír, porque su apretón sobre mi extremidad decía lo contrario. La puerta se abrió y giré la cabeza. Trulio entró con una sonrisa y detrás de él viene el chico de la caseta, con el maletín en sus manos y una máscara de seriedad.

—Buena pelea, pero dejaste a Licer y Rial sin alimento. —Puso una expresión de tristeza. Miré a Baruc y negó con la cabeza, diciendo así que no debía preguntar, pero me hacía una idea de a lo que se refería.

—¿Gané algo?

—Además de que tu chica se preocupara y posiblemente una buena sesión de sexo, cincuenta mil unidades...

—Directos de mis bolsillos —completó el chico que entraba, y ahora fui yo quien apretó la mano de Baruc—. Debo admitir que me decepcionó no ver tanta sangre.

—Puedes pelear tú, ahí lo verás de primera mano.

Palafox sonrió de lado; sus ojos se colocaron en los míos y después en mi mano sujeta a la de Baruc. Se llevó ambas manos a la boca en una expresión de sorpresa. No quise darle importancia, porque con lo poco que he conversado con él, sé que no se merece ni una pizca de atención.

—Ahora entiendo porqué arriesgaste tu vida para que no quedara endeudada con el club. —Palafox se recargó en la pared, como si todas las respuestas del universo estuvieran frente a sus ojos.

—Se tienen confianza —expresó Trulio chasqueando los dedos para que el chico del maletín se adelantara—, es lo que sucede en una amistad, Palafox.

Baruc soltó mi mano para sostener el maletín y dejarlo a un lado, pero mi atención estaba en Armando. Sus ojos entrecerrados no me daban buena espina y menos cuando sacó una navaja de sus bolsillos y empezó a limpiarse las uñas con la punta.

—Nunca se le debe confiar la vida a otra persona que no seas tú. Hasta tu familia te puede apuñalar por la espalda.

—Te hicieron mucho daño de chiquito, ¿verdad? —mi pregunta le hizo fruncir el ceño y después esbozar una lobuna sonrisa, mirando a Trulio.

—Tiplo sabe bien de lo que hablo. No puedes confiar en nadie.

—Yo lo hago en Baruc —dije con firmeza, y el apretón en mi mano me dio a entender que la había regado en grande. Más lo entendí cuando los ojos de Trulio se iluminaron y hasta puedo decir que cambiaron su tonalidad.

—¿Qué tanto confías en él? —preguntó el dueño de todo esto.

Tragué saliva y algo me dijo que no debía apartar la mirada de los dos hombres expectantes a mi respuesta. ¿Qué tanto confió en Baruc? Lo suficiente como para cubrirlo en un asesinato. Confío en que no lo hizo y por eso lo estoy ayudando a que los verdaderos culpables caigan.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora