DIECIOCHO: ¿Quién es la novia de Palafox?

121 27 14
                                    

No sé ni cómo ni en qué momento llegué a mi apartamento. De lo único que estaba consciente era que me encontraba sola, y rota.

«Traicionada».

El aire que entraba a mis pulmones me quemaba. Esto era imposible. Una parte de mí se negaba a creer que él mató a Mario. Lo peor de todo era que si es cierto, su familia jamás obtendrá el cuerpo. O una explicación. Solo yo sabré dónde y cómo pereció.

Solo yo cargaré nuevamente con la culpa.

«Si tan solo lo hubiera acompañado».

Mis piernas fallan, llevándome al piso. Cubro mi rostro como si eso ayudara a contener todas las emociones que amenazan con desbordarme. Mi cuerpo tiembla y sollozar se volvió doloroso.

«Baruc mató a Mario, así como también lo hizo con Gilda».

¡No! Él... Por más que trate de justificarlo, ya no lo veo como un inocente.

En mi cabeza se repitieron las palabras de Samantha, y en estos momentos parecían tan tentadoras.

"Baruc ha hechos cosas horribles, Alisha, pero no creo que tú estés involucrada. Rompe su coartada y has la tuya o ambos irán a la cárcel."

«Cosas terribles». ¿Hizo algo más además de matar a una persona?

Abracé mis rodillas y me recosté en el suelo, observando nada más que la oscuridad de mi apartamento. Ya no le temía, ¿por qué hacerlo cuando afuera existen peligros reales?

Mis ojos se cruzaron con los de alguien más acostado a mi lado. Pude distinguir sus pecas gracias a la cercanía.

—Pudiste haberme advertido —susurré. Él sonrió y negó con la cabeza.

—Creías que era una alucinación.

—¿Te dolió?

Él se limitó a reír y se acercó más a mí. Era extraño ser capaz de sentir su calor, incluso el tacto de su mano al tocar mi brazo me erizó la piel.

—No responderé preguntas que te martirizarán eternamente. Lo que sí puedo decirte, es que tú fuiste mi último pensamiento.

—Debí haberte acompañado.

—No habrías podido evitar lo que sucedió; solo hubieras visto todo desde tu lugar.

Su mano se movió a mi rostro, pero esta vez no pude sentirlo; hizo una mueca y se alejó.

—Lo siento —murmuré. Mi ojos se sintieron pesados. Detrás de él, sentados, estaban Conrado e Isaac. Los tres sonrieron.

—No fue tu culpa.

«No encerrar al asesino sí lo será». Cerré mis ojos, sin importarme la incomodidad del suelo, porque ellos tres estaban ahí para mí, velando mi sueño. «Ellos siempre estuvieron aquí». Me pregunto si cuando los veía con heridas, ¿eran una alucinación o ellos jugándome una mala pasada?

⭒·⭒·⭑·⭒·⭒

Presentarme al día siguiente en la universidad fue una tortura para mi mente malograda. El cuerpo entero me dolía y aunque respirar era más sencillo ahora, aún había una presión en mi pecho.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora