CUATRO: Ahórcame ya, Dios

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Sin importar dónde estemos, Valeria no guarda silencio. Una suerte que nos toque tomar el mismo bus de camino a casa.

—Fue divertido pasar el día contigo. —expresó relajándose en el asiento, abrazando su mochila. Sus cabellos se despeinaban más con el aire que entraba por las ventanas, pero parecía no importarle.

No contesté. Hace tanto que no pasaba tiempo con nadie, que tardé en entender que a ella le importó mi compañía.

O se siente muy sola o el rol que debo de tomar en esta convivencia es solo escuchar cada palabra que salga de su boca.

—Desde la primera semana quería hablarte —confesó. La miré sorprendida.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros, sacando su botella de agua.

—Estabas ahí sentada, callada y sin mirar a nadie. Sentí curiosidad, solo te faltaba la sombrilla y un saco negro para dar a entender que ocultas algo.

Me sentí incómoda al instante, así que opté por desviar la mirada y me alegré al ver que ya estábamos cerca de mi edificio.

—O solo eres muy introvertida, y como la persona extrovertida que soy, me di la tarea de adoptarte —terminó recargando la cabeza en mi hombro.

No sé cómo se le apañó para tomar agua sin mojarse aunque el autobús estuviera en movimiento. Ella era tan relajada, era como estrella joven: su luz aún no daba todo su potencial. Hasta podría ser una estrella fugaz, sin poder ser capaz de quedarse quieta un solo segundo.

Por unos momentos me vi reflejada en ella, salvo que en vez de pantalones, yo usaba vestidos veraniegos y mi cabeza se recargaba en los asientos de los autos mientras observaba a mi novio a la vez que luchaba por ignorar mi mente.

«Fue un accidente», me repetía cada que veía como brillaban los ojos de Isaac cada que sonreía. Y me gustaba que yo era el motivo de su sonrisa. De su felicidad.

Me despedí de ella y bajé del colectivo. Agitó su mano por la ventana y yo solo la observé alejarse.

Solo necesito un poco de su brillo.

—¡Gilda!

Me giro en dirección al fuerte grito de un hombre, pero solo soy capaz de ver salir a una malhumorada chica de cabello platinado. Sus pisadas eran rápidas y el color negro de su ropa destacaba el tono blanco de su piel.

Poco después de que ella salió del edificio, una motocicleta me hizo retroceder de lo cerca qué pasó a mi lado, agitando mi suéter largo.

—Fíjate, idiota —reproché con el corazón a mil.

El vehículo estacionó justo frente a la entrada. La tal Gilda tomó el casco que se le ofreció y subió. La motocicleta arrancó, levantando una nube de tierra que me hizo toser.

El chico que le había gritado lanzó un trapo al suelo antes de llevarse las manos a la cabeza y soltar un gruñido de desesperación.

No es de mi incumbencia.

Pasé por su lado, entré al edificio saludando a Alonso y esperé a que el ascensor llegara. Para mi mala suerte, las puertas abrieron en el momento en que el chico enojón llegaba a mi lado.

No tenía de otra que compartir viaje con él.

—Solo estará contenta cuando ese bastardo la mate —farfulló y yo aparenté no haberlo escuchado—. ¿No quiere que la cuide? Pues ya no lo haré, por mí, puede irse a vivir debajo de un puente mientras se droga.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora