ONCE: Una caja y un relato

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No hemos vuelto al club del demonio y tampoco me dan muchas ganas de hacerlo. Lo que sí quiero es regresar a mi pequeño apartamento, pero esos no eran los planes que Baruc tenía. Paso más tiempo en su casa que ya hasta estoy pensando en traer un poco de ropa.

—¿Me repites por qué es necesario que me quede aquí?

Baja el libro que leía a sus piernas, soltando un suspiro y dedicarme una mirada cansada, pero no aparto mis ojos ni me acobardo. Me gusta su comida, aunque no me pesa sobrevivir a base de sopas instantáneas o algún otro alimento fácil de hacer.

—Parece que todo está tranquilo, pero no podemos ignorarnos de un día para otro, eso les hará sospechar.

»Las personas creerán que eres la chica buena por la cual estoy cambiando. Jamás había tenido tantas asistencias seguidas.

—No soy buena influencia. —Se encogió de hombros.

—Eres mejor que yo. —Volvió a su lectura, pero yo no pude dejar de observarlo.

No soy mejor que él por la misma razón por la que tuve que huir de mi ciudad natal. Y es más conveniente para él tenerme lejos que cerca.

—No soy buena, Baruc —confesé.

—Al menos no has matado a nadie.

Me tensé y agradecí que él estuviera tan enfrascado en su lectura como para notar el cambio que sus palabras lograron. Decido dejar morir el tema por la paz y concentrarme en el dibujo sobre mis piernas. A Baruc parece gustarle el piso, pero yo admito que su sofá es demasiado cómodo para su bien.

Antes de que fuera el pase de lista, dos horas, para ser exactos, me lleva a mi casa. Al entrar todo está en penumbras y deseé mucho tener el sistema eléctrico de Baruc, pues solo me bastaría aplaudir para que las luces se encendieran.

Encendí las luces de forma manual e ignoré todo para irme a encerrar a mi habitación y continuar con el dibujo de uno de los primos Otelo. Descubrí que solo en persona es capaz de transmitir su tranquilidad.

Esto es en lo que se han convertido mis días, y no me refiero a dibujar a los Otelo, sino a pasar casi todo mi tiempo rodeada de Baruc. En los largos silencios que tengo en su compañía, extraño a la siempre parlanchina Valeria, pero parece que tener a bebé cerca, aleja a los demás.

Me dejo caer en el colchón, observando las fotografías, pero sin poder concentrarme en ellas. La única ventaja que me da su compañía es que mis alucinaciones no han hecho acto de presencia.

Hasta que vuelvo a quedar sola.

—Recuerdo el día en que fuimos a las montañas —escuché su voz; busqué esa fotografía, cerca de un acantilado, donde establecimos nuestro campamento y Lidia tomó la foto de su hermano y yo.

Sonreí y estiré mi brazo al otro lado de la cama, solitario; al menos las alucinaciones no han pasado a ser más graves. Cerré mis ojos, intentando buscar un poco de paz en el mundo de los sueños.

⭒·⭒·⭑·⭒·⭒

—¿Ahora no traes a tu guardaespaldas? —Le sonreí a Valeria y negué, aceptando una gomita cuando extiende la bolsa hacia mí.

—Supongo que faltará a clases.

—Típico de Bb: hacer pensar a los demás que cambiará, pero después te das cuenta que lo hizo solo para estar con la chica.

—¿Yo soy la chica este mes? —me señalé y ella asintió con pena, tomando el asiento a mi lado.

—No lo tomes personal, él no suele apegarse a las personas.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora