TRES: Una llamada.

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Ya no sé como hacerle para que Valeria se despegue de mí. Su boca se abre sin parar y palabras sin sentido —llenas de chismes de cada persona que nos cruzamos— salen de ella. Su sonrisa no se borra e intenta caminar a mi ritmo, cuando claramente la quiero dejar atrás.

Suelto un suspiro, consiguiendo que se callara por unos momentos. Sus ojos estudiaron mi rostro y soltó mi brazo con suavidad.

—Te estoy agobiando —acertó.

Le sonreí y justo cuando iba a asentir, sus ojos me detuvieron. ¿Qué clase de futura psicóloga sería si le dijera que sí me agobia que hable tanto?

—No he tenido unos días muy buenos.

Le ofrecí mi brazo y su sonrisa no tardó en regresar cuando se abrazó a él y siguió hablando hasta del árbol que plantaron sus abuelo detrás de su casa cuando tenían seis años.

Me limité a escucharla hasta que llegamos al aula y nos sentamos en frente. Me pregunté si en algún momento se quedaría sin saliva. Por lo general, cuando hablo mucho, debo de tomar agua regularmente.

Es curioso como ella se desenvuelve con cualquier persona. Sus movimientos corporales le dan otro toque a sus relatos hasta que se calla y con sus ojos señala detrás de mí. Giro encontrándome con Samantha y Baruc entrando al aula, con sus amigos detrás.

Si no supiera que son solo follamigos, juraría que ellos dos son pareja. Al menos el amor que ella profesa te da entender eso.

—Los reyes han hecho presencia —dice con guasa.

—Fornicación bajo consentimiento del Rey —murmuré.

Sentí su mirada sobre mí y regresé mis ojos a ella.

—¿Qué?

Fuck —me encogí de hombros—. Le entenderás más tarde y te reirás.

Asintió y encontré la manera de mantenerla callada: diciéndole algo salido de contexto que la haga buscar en cada recóndito de su cerebro para entenderle.

Como en la clase anterior, Samantha tomó el asiento a mi lado, la única diferencia es que su follamigo se sentó detrás de ella.

Saqué mi celular para ver la hora. Para ser un chico malo, es bastante puntual a sus clases. Le hago una seña a Valeria para que se acerque. Mueve su pupitre, estirando su cabeza hacia la mía.

—¿Es inteligente? —susurré.

—¿Bb? —movió su cabeza hacia él (¿quién en su sano juicio se pone bebé de apodo?), asentí—. Es aplicado, si es lo que quieres saber. Nunca ha reprobado nada, pero tampoco es el mejor de la clase.

—¿Cómo es que sabes tanto de todos?

—Unos nacen con el don de la danza, canto o escritura; yo nací con el don del chisme.

Tú y Lidia se llevarían muy bien.

Sonreí con nostalgia. Lidia era a la única que consideraba amiga, éramos amigas mucho antes de que yo andara con Mario, su hermano, pero después todo se destruyó.

—¿Sabes de quién no sé nada?

Iba a contestar el nombre de Baruc, pero es de quién más ha hablado en todo el rato de conocernos. Observo a nuestro alrededor, intentando recordar de quién no me contó, pero de todos me contó al menos cuando fue que su último diente de leche se le cayó.

La miré y encogí mis hombros. Resopló como si no me creyera.

—Pues de ti, tonta.

—Es mejor que se quede así, Valeria.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora