DIECISIETE: Fantasmas del pasado

131 26 14
                                    


Me sostuve de la cerámica del baño, vaciando todo mi estómago mientras mis ojos derramaban lágrimas, desconozco si por el esfuerzo de expulsar nada o por lo sucedido esta noche.

La puerta se abrió, pero no me digné a levantar la cabeza para ver a quién entró. Sabía de quien se trataba. Se sentó a mi lado, recargando su espalda en el mueble del lavamanos.

—Estuviste con Palafox. —Una nueva arcada después de su afirmación. Nada salió ya.

Jalé la cadena, y me senté frente a él, abrazando mis piernas.

—Creí que encontraría algo.

—¿Lo hiciste o te acostaste con él en vano?

Cerré mis ojos, apoyando la mejilla en mi rodilla. Quería decirle que sí, pero que tuviera mis cosas no quiere decir que estuvo detrás de la muerte de Gilda o de los chantajes.

Con una mano deslicé mi celular hacia él, con la galería abierta, para que juzgara él mismo lo que encontré. Escuché su resoplido.

—Lo idiota no se te quita.

—No necesito que me lo recuerdes, Baruc, puedo hacerlo yo sola —terminé de decir en un susurro. Abracé más mis piernas, esperando a que se fuera cuando lo sentí levantarse, pero solo escuché el sonido de la regadera.

El calor de sus manos sobre mis brazos me hizo abrir mis ojos, encontrándome con los suyos. Deshizo la protección en mis piernas y me puso de pie; todo me temblaba, mis extremidades parecían gelatinas, no sé si es por su cercanía o lo que sucedió horas antes. Sus dedos se deslizaron por mi piel hasta llegar al borde de la camisa de Palafox.

—Al menos con esas fotos, si te llega a pasar algo, podemos acusarlo —mencionó—. Es una garantía para tu seguridad.

Mis labios se estiraron en una pequeña sonrisa.

—¿Me estás consolando?

—Es lo que un compañero de clases hace.

Levanté mis brazos, permitiendo que sacara la camisa, dejándome expuesta a él por segunda vez. No tuve ninguna pizca de vergüenza, porque sus ojos no abandonaron los míos. Desabotonó mi short y solo lo bajó unos centímetros, después se deslizaron por mis piernas hasta cubrir mis pies.

—Eres un compañero medio extraño.

—Tú también eres un caos andante, Alisha.

No quería ser la única desnuda y posiblemente lo vio en mi mirada, porque no tardó en despojarse de toda su ropa. No había ansias en sus movimientos y supe que nada de esto iba a ser algo no apto para menores.

El vapor del agua caliente nos empezó a cubrir. Abrió la mampara y antes de entrar, estiró el brazo hacia mí. No dudé ni un segundo en aceptar su mano, adentrándonos en la ducha. Me giró para colocarse detrás de mi espalda, y fui capaz de sentir cada centímetro de su anatomía cuando el agua nos cubrió.

Sus manos se deslizaron por mis brazos hasta llegar a mis dedos y enlazarlos con los suyos.

—No te vuelvas a exponer así —susurra en mi oído, rozando sus labios contra mi piel—. Déjame morir si es necesario, pero no hagas locuras de esta índole.

—Tú eres una locura —confesé en un hilo de voz.

Para este punto de la conversación, ya no tenía conciencia de mis movimientos, dejé que subiera desde mi cadera, rozando con sus uñas la piel de mi abdomen mientras mis dedos erizaban todo a su paso, hasta llegar a mi esternón, donde pegó más su pecho a mi espalda. Estábamos tan cerca que estoy segura ni siquiera el agua lograba mojarnos.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora