OCHO: ¿Sabes qué es peor de que te acusen de asesinato?

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Debo admitir que me sentí como la doctora Coleman en la Ducati de Jake al abrazar la cintura de Baruc para no caer en cada aceleración. No le temo a las motocicletas chopper ni a la velocidad —de hecho, me gusta demasiado la adrenalina—, pero sí cuando quién maneja es un bárbaro que no respeta las reglas viales, o que ni siquiera usa un carril.

Por suerte llegamos a un extraño condominio de cinco casas que solo dejan un espacio entre ellas, asegurado con un gran portón negro que termina en picos a unos muchos metros de altura, que se abre a tiempo para que él no tenga que detener el vehículo.

Observo la glorieta en el centro de las casas, con algo parecido a un club en ella. A la distancia puedo apreciar cómo el agua de la alberca se mueve, pero no  distingo lo que provoca las ondas.

La vibración del vehículo se detuvo y es cuando me fijé en la casa de dos pisos, con cristales polarizados, como —aparentemente— todas las casas de aquí. Bajo de la moto, sacándome el casco. No puedo evitar estar sorprendida de mi alrededor, pues hasta el jardín está bien cuidado. Parece todo tan perfecto.

«Algo tan perfecto rara vez es bueno.»

Lo descubrí cuando el vecino de la derecha abrió su puerta y salió con nada más que un traje de baño y un montón de tatuajes cubriendo su cuerpo; el rojo, negro y azul prevalecían. Detrás de él apareció una chica de piel trigueña, también usando un conjunto de dos piezas.

—¡Bb! —la chica vociferó al verlo—. Anoche no llegaste al pase de lista, eso no les agradó mucho.

Miré de reojo como se encogía de hombros y avanzó hacia la puerta sin mirar a la pareja.

—Tenía mejores cosas por hacer.

—Como cada noche. —«¡Madre mía! Ni su cuerpo me encendió tanto como esa voz»—. Vamos, Lety, Gumaro nos está esperando.

Sin nada de discreción, los sigo con la mirada y hasta sentí como mi boca se llenaba más de saliva al contemplar tan tremendo cuerpo. Ese hombre tiene el paquete completo.

—¿Terminaste de babear o te doy unos segundos más?

Lo miré con reprensión y me adentré a la casa al percatarme que tenía la puerta abierta para mí. A veces es un asno y algunas otras es un caballero. Un asno-caballero, la nueva criatura mitológica capaz de hacerle frente a los centauros.

La casa por fuera era asombrosa y por dentro... digamos que deseé tener una vela por la poca luz que entraba por las, efectivamente, ventanas polarizadas. Los muebles eran minimalistas, monocromáticos, modernos y sin una pizca de vida. Es como si estuviéramos visitando una casa muestra. ¡Qué digo!, hasta las casas muestras tienen más alegría que esto.

—Lindo hogar.

—Como sea, ¿algo de tomar?

—Por favor —murmuré mientras él aplaudía dos veces y las luces se encendían. Soltó su mochila en el sofá, y me tomé la libertad de hacerlo yo también, sentándome en otro. Ayer él durmió en mi cama, creo que puedo tomarme cierta confianza.

Hundí el ceño al observar como vertía un líquido ámbar en dos vasos pequeños de vidrio. Yo esperaba algo de agua, no es ni la una de la tarde para andar bebiendo. Sin embargo, no le niego el trago cuando me lo ofrece.

Se sienta frente a mí en un sillón negro y bebió con sus ojos puestos en los míos. Me obligué a sostenerle la mirada hasta que no pude más con el silencio.

—Así que el oficial es padre de Samantha.

—Ajá.

—Y ninguno cree en tus palabras.

Perfectamente caóticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora