Un hada de fuego no se relaciona con gente que la lastima. Son sensibles y fuertes a la vez.
Domingo.
— ¡Arriba! —siento mi puerta abrirse y mis ojos hacen lo mismo encontrándome con Elián sosteniendo un balde y golpeándolo con una mano. — ¡Hoy es el cumpleaños de Margo!
— ¿Y a mí que con eso? —me refriego los ojos y miro a Elián que ahora se sentó en el balde mirándome.
— ¿Cómo? ¿No le has hecho su regalo como todos los años? —niego. — ¡Ángeles!
— ¿Qué? Lo he olvidado. —me levanto y camino hasta el ropero sacando ropa.
— Esta vez sí que te has pasado.
— Pon mi nombre en el regalo que le darás si no quieres aguantar el llanto.
— No lo haré. —se para y agarra el balde bajo el brazo. — No pienso hacerlo.
— Bien. —camino a la puerta del baño y lo miro. — Ya lárgate de mi cuarto.
Mi puerta se cerró y yo entré al baño.
— ¡Arriba, gente! —siguió Elián gritando con el balde. — ¡Mamá, el desayuno se enfría!
— ¡Ya para! —grita Jo.
Termino de bañarme y me cambio con unos jeans y una musculosa verde. Bajo las escaleras rápido y me dirijo a la puerta, no sin antes ser detenida.
— Hola, hija. —me doy vuelta sobre mis pies y miro a Margo parada frente a mí con una sonrisa de oreja a oreja. — ¿A dónde iras?
— Creo que a comprar pan. —digo sonriendo y dando pasos de espalda. Agarro la perilla de la puerta.
— ¿No tienes que decirme algo? —niego y la cara de Margo se transforma. — Ah sí. —vuelve a sonreír. — ¿Puedes prepararme una chocolatada?
Asiente y antes de que me diga algo salgo corriendo a la calle. Ni siquiera sé que hago caminando por la calle. Solo quería salir de ahí. No me importa en lo más mínimo el cumpleaños de esa mujer. Sigo caminando hasta donde siempre voy cuando me escapo de la vida. Las paredes escritas y gastadas aparecen a mi lado y unas ramas caídas en medio de la calle con el asfalto roto. Un edificio con ventanas, sin marco, se asoman. Aunque es visible que gente vive allí. Unas barreras aparecen al borde de la calle y salto por ahí con cuidado cayendo encima de césped largo.
— Diablos. —digo para mí misma, pero sonrío y sigo caminando. Llego a un arroyo y el tronco donde siempre me siento está siendo ocupado. — ¡Hey!
El chico sentado ahí se da la vuelta y me sonríe.
— ¿Qué haces aquí? —pregunta sorprendido. — No sabía que te gustaban estos lugares.
— Yo no sabía que a ti te gustaban.
— Hay muchas cosas que no sabes de mí. —asiento y me acerco. Él me deja un lugar en el tronco y me siento mirando al asqueroso arroyo lleno de bolsas negras. — ¿Qué piensas que tienen esas bolsas?
— Cadáveres. —digo sin dejar de mirarlas. — ¿Tú?
— Pensaba lo mismo. —sonrío y lo miro. Sus ojos claros miran los míos y me sonríe. — ¿En verdad piensas que hay cadáveres?
— Sí, no encuentro otra explicación.
— ¿Quizás basura? —lo miro confundida y niego. — Tu cabeza tiene problemas.
— Ya lo sé, Andy Blue.
El silencio apareció y yo seguía mirando las bolsas. ¿Desde cuándo Andy Blue anda por estos lugares?
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Alma de ángel. (EN EDICIÓN)
HumorLa amistad es lo único que va a acompañarte cuando todo termine.