Capitulo 13: Hada de aire.

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Las hadas de aire encuentran siempre, hasta en el mayor problema existente, algo positivo. Son frescas, alegres y por sobre todo logran que los demás las quieran en poco tiempo.

Me levanté a las cinco de la mañana y al no tener nada interesante que hacer, ordeñé una vaca. Tal vez me arriesgué demasiado a que una me pegue una patada, morir, que me devoren allí dentro entre las vacas amigas y que mi abuela nunca sepa a qué lugar me fui, pero todo salió bien. La ordeñé sin problemas y dejé el balde sobre la mesada de la cocina.

Martes.

— Si fui yo, abuela.

— ¿No la compraste, verdad? — niego con una sonrisa. — Sabes que me daré cuenta.

— Abuela, la ordeñé yo personalmente con mis manos.

— Eso espero.

Pone dos tazas de leche en la mesa y miro la mía con asco. Odio la leche de vaca.

— ¿Crees que podría ponerme un poco de azúcar? ­—digo sonriendo a mi abuela que prepara pan con manteca.

— ¿Para qué? —me entrega el pan. — Eliminarías el sabor natural de la leche de vaca. Tómala así, vamos.

— Abuela, odio la leche de vaca.

— Ángeles…

­— Abuela… —nos miramos un rato y después ella sonrió tomando la leche. Tuve que hacer lo mismo, excepto por la parte que intenté tomar todo de un solo sorbo, pero fue imposible. Quizás si tuviera al menos un poco de azúcar tendría un mejor sabor, pero el azúcar no caerá del cielo. — Abuela, por favor, quiero un poco de azúcar.

— Te he dicho que no.

— ¿Puedo cocinar hoy?

— No. —dice apartando la taza. — No sabes cocinar. Sólo sabes hacer hamburguesas o esas cosas de ciudad.

— Pero son deliciosas, abuela. —niega. ­— ¿Tienes cereales?

­— En el segundo cajón. Que ni se te ocurra ponérselos a la leche.

— No, abuela. —me levanto de la silla y camino hasta allí. Cuando los encuentro sonrío. — Haré cereales fritos.

— ¿Qué harás que? ­—la encuentro detrás de mí y le sonrío. — Eso debe ser asqueroso.

— Cereales fritos, abuela.

Compruebo que los cereales tienen azúcar, así que agarro algunos y los pongo en la leche.

— Nunca he comido eso. —se da la vuelta con un repasador en las manos y me mira a punto de meter una cuchara de leche con cereales a mi boca. — ¡¿Qué te dije?!

— ¡Abuela, la leche sola es horrible!

— ¡Vete al cuarto!

— ¡Tengo hambre!

— ¡Come las paredes! —me levanto de mi silla dejando la cuchara en la taza y me voy. Me tiro en la cama a jugar al Candy Crush mientras mi abuela sigue afuera y la escucho gritar. — ¡No puedo creer que esta mocosa haya arruinado así la leche!

— ¡Lo lamento! —grito riendo.

— ¡Cierra la boca!

Vuelvo a reír y las cinco vidas se me acaban.

— Maldita sea. —susurro. — Maldita señal. Maldita vida. ¡Maldito campo!

­— ¡Te escuché!

— Lo lamento. —digo bajito.

Si mis cuentas no me fallan, tendría que tocar el hada de aire, pero al no tener mi carpeta, no me acuerdo casi de nada y aquí no hay internet.

Alma de ángel. (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora